Capítulo 16

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—¿Qué? —preguntó incrédulo. 

Al confesarle a Mateo lo que me pasó, me había quitado un peso de encima. Ni siquiera a Matrix05 le había hablado de eso. Las palabras que había guardado durante tanto tiempo finalmente habían salido, y aunque el dolor seguía presente, había una ligera sensación de alivio. Pero cuando Mateo me dijo que no estaba sola, una oleada de rabia inexplicable me invadió.

¡Quiero que te vayas! —repetí con todo el dolor de mi alma. 

—Siempre estuve sola —pensé, al caer en cuenta. 

La ira burbujeó en mi interior al ver los lienzos que logré pintar en esos días. Todos gritaban lo mismo. Recorde cada momento en el que había necesitado apoyo y no lo había encontrado. La soledad era un compañero constante en mi vida; una sombra que me seguía incluso en los momentos más oscuros. Nadie había estado realmente allí para mí cuando más lo necesité.

Mateo, al notar el cambio en mi expresión, se quedó en silencio, sin saber cómo reaccionar ante la tormenta emocional que se desataba frente a él. 

—No puedes decirme eso —le dije con voz temblorosa—. No sabes lo que es estar completamente sola. No sabes lo que es sentir que nadie te protege. No estuviste aquí cuando te necesité.

Las palabras salieron de mis labios como dagas afiladas, y aunque sabía que Mateo no merecía esa ira, no pude evitarlo. Era como si toda la frustración acumulada durante años estuviera buscando una salida.

—Paula… —comenzó él, pero lo interrumpí.

-No, Mateo. No quiero escuchar promesas vacías. He aprendido por las malas que no puedo confiar en nadie. Nadie estará nunca allí para mí.

El silencio volvió a llenar la habitación mientras mis palabras resonaban en el aire. 

—No estoy aquí para hacerte promesas —dijo Mateo finalmente—. Solo quiero ser tu amigo y apoyarte si me dejas hacerlo.

- No puedo dejar entrar a nadie. No tienes ni idea de lo que se siente; no puedo dejar que alguien me toque sin sentir repulsión. —dijé con la voz quebrada. 

Pude ver la lástima en sus ojos.

—No quiero eso… —admiti con sinceridad—. No quiero tu lástima, ni la de nadie más. 

Mateo se levantó lentamente. 

—Bien —dijo el suavemente—. Entiendo que tienes un conflicto emocional interno justo ahora. No puedo obligarte a confiar en mí. Tomate tu tiempo. Estaré allá en nuestro árbol de la playa cuando estés lista para hablar o simplemente para estar juntos en silencio. Y no te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo; no le contaré a nadie. 

Y tras decir eso salió de mi habitación. Me sentí mal después de haber corrido a Mateo. La culpa me envolvía como una niebla densa, y cada paso que daba en mi habitación parecía resonar con el eco de mis propias palabras hirientes. Sabía que había pagado mi frustración con él, el chico que solo había venido a ayudarme en un momento de vulnerabilidad. Pero la verdad era que necesitaba tiempo para sanar, para procesar todo lo que había compartido y lo que aún guardaba en mi interior.

Mientras me sentaba en el borde de mi cama, sentí cómo las lágrimas volvían a acumularse en mis ojos. Era un ciclo interminable de dolor y confusión. Cada vez que pensaba en Mateo, una mezcla de emociones me invadía: cariño, pero también un profundo miedo. El hecho de que él supiera lo que me había pasado era un recordatorio constante de lo que nunca podría tener con él.

La idea de abrirme completamente a alguien, de permitirle ver todas las cicatrices que llevaba dentro, era aterradora. ¿Cómo podía esperar que alguien como Mateo quisiera estar a mi lado cuando yo misma no podía aceptar mi propia historia? La carga del recuerdo pesaba sobre mis hombros como una enorme losa; cada vez que pensaba en él, me sentía atrapada entre el anhelo y la desesperanza.

Esa noche, salí y me senté en el sofá junto a mi hermano, buscando un momento de distracción. Él no me dijo nada, solo me ofreció un bol con palomitas. Estaba viendo la televisión y comenzaba un programa que captó mi atención instantáneamente, un documental sobre víctimas de violación y el trabajo de un grupo de agentes dedicados a rescatarlas y ayudarlas a sanar. A medida que las historias se desarrollaban en la pantalla, sentía mi corazón latir con fuerza.

El programa mostró testimonios desgarradores de mujeres que habían pasado por experiencias similares a la mía. Las imágenes eran crudas, pero lo que más me impactó fue escuchar cómo los agentes explicaban las tácticas que los agresores utilizaban para manipular y engañar a sus víctimas. Hablaban sobre cómo los violadores aprovechaban la vulnerabilidad de las personas, haciéndolas sentir culpables por lo que les había sucedido.

Mientras escuchaba esas palabras, una revelación poderosa llegó a mí como un rayo. Me di cuenta de que eso había sucedido conmigo. Recorde cada palabra que él me decía. 

—Tú me diste motivos, siempre tan coqueta y encantadora. 

-Imagina lo que dirán... Te verán como una cualquiera. 

- Es tu culpa. Nadie te creera. 

Y entonces lo entendí. La culpa que había llevado durante tanto tiempo comenzó a desvanecerse lentamente al comprender que no era responsable de lo ocurrido. Solo fui una víctima. 

Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras miraba la pantalla, sintiendo una mezcla de dolor y liberación. Esa noche, mientras el programa continuaba mostrando historias de resiliencia y superación, tomé una decisión firme: nunca más me dejaría pisotear por un hombre.

La determinación creció dentro de mí como un fuego inextinguible. No volvería a ser una víctima; respiré hondo, sintiendo cómo esa nueva resolución comenzaba a tomar forma. Nunca más permitiría que nadie me robara mi poder.






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LIENZOS DEL SILENCIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora