Capítulo 10

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Caminé junto a Diego, sintiendo cómo la emoción y la inquietud se entrelazaban en mi pecho. Habíamos estado hablando de cosas triviales, riendo y disfrutando del momento, pero al llegar a la puerta del apartamento de su primo, una sensación extraña comenzó a apoderarse de mí.

Diego soltó mi mano y sacó un juego de llaves de su bolsillo.

- Aquí estamos —dijo con una sonrisa mientras abría la puerta. 

Note que el lugar parecía inusualmente silencioso. Se suponía que había más personas allí viendo películas. 

—¿Y los demás? —pregunté, tratando de sonar casual mientras una pequeña alarma sonaba en mi interior.

Diego se encogió de hombros. 

—No sé, tal vez salieron a comprar algo para comer, —respondió con despreocupación. Sin embargo, algo en su tono no me pareció del todo convincente.

Repentinamente sentí el impulso de irme de allí.

—Oye, creo que debería volver… Olvide que tengo algunas cosas que entregarle a Valeria… —dije rápidamente, buscando cualquier excusa para irme y dando un paso atrás para empezar a caminar de regreso. 

Diego se movió con rapidez; una mano firme me sostuvo por el brazo y me empujó hacia adentro del apartamento. 

—Vamos, solo vamos a hablar un rato. —insistió él con una sonrisa que nunca había visto en él.

El movimiento fue tan inesperado que perdí el equilibrio y me tropecé contra un mueble cercano. El impacto fue doloroso y me tomó por sorpresa, pero lo ignoré y en seguida me levanté para salir de allí. Pero Diego ya había cerrado la puerta detrás de él con un clic resonante de la cerradura que hizo eco en el silencio del lugar. 

—¿Qué estás haciendo?—pregunté con voz temblorosa mientras intentaba recomponerme. 

Su expresión había cambiado; ya no era el chico divertido y encantador con quien había estado hablando momentos antes. Ahora había algo oscuro en su mirada.

—Oh Paulita… —dijo él lentamente, como si estuviera sopesando cada palabra. - ¿Crees que hice el papel del chico encantador todo este tiempo para nada?

El terror creció dentro de mí como una bola pesada en mi estómago. 

—Déjame salir de aquí. —exigí reuniendo toda la valentía que tenía. 

—No iras a ningún lado —respondió Diego con calma, había un tono amenazante en su voz. —O por lo menos, no aún. —dijo él con voz baja pero intensa mientras se acercaba. 

Sentí cómo el pánico comenzaba a apoderarse de mí y mis ojos empezaban a lagrimear. 

—Por favor —suplique finalmente, buscando alguna chispa de humanidad en los ojos de Diego. - No quiero hacer esto. 

Mi corazón latía con fuerza mientras miraba a mi alrededor, buscando desesperadamente una salida. La puerta estaba asegurada y Diego tenía la llave en su bolsillo, lo que hacía que cada intento de escapar se sintiera como un sueño aterrador del que no podía despertar. El miedo era una presión insoportable en mi pecho.

Mientras Diego se acercaba lentamente, noté algo brillante en la encimera de la cocina: un juego de cuchillos. Sin pensarlo dos veces, decidí que debía intentar llegar allí. Era mi única oportunidad. Corrió hacia la cocina, pero antes de que pudiera alcanzar los cuchillos, Diego me atrapó con fuerza.

Me empujó contra la pared con un golpe sordo que me dejó aturdida. El dolor punzante en mi cabeza y espalda me hizo quedar sin aire por un momento. 

—¿Qué pensabas hacer?—preguntó él con una sonrisa burlona en sus labios. 

—Déjame ir —exigí, tratando de mantener mi voz firme a pesar del temblor en mis manos. - Si no lo haces, le diré a mi hermano…

Diego soltó una risa fría antes de que terminara de hablar, que resonó en las paredes del apartamento vacío. 

- Y que le dirás? ¿De verdad crees que tu hermano te va a creer? Eres tú quien ha estado coqueteando conmigo desde el primer día —dijo él, acercándose aún más a mi cuello. 

—No tienes derecho a hacerme esto —dije con la voz quebrada mientras intentaba apartarme de él. 

—Pero tú me diste motivos —respondió Diego pasando su nariz lentamente por mi cuello—, siempre tan coqueta y encantadora.

Luche con todas mis fuerzas, intentando liberarme del agarre de Diego. Él es más grande y fuerte, y cada intento de zafarme solo parecía divertirlo más. Su risa resonaba en la habitación, un eco frío que se mezclaba con el pánico que se apoderó de mí.

—¡Suéltame! —grite, mi voz temblando entre la rabia y el miedo.

Diego se inclinó hacia mi, su rostro a escasos centímetros del mio. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y diversión.

—Shhh, shhh, shhh—replicó, dejando que el sonido flotara en el aire como una amenaza velada—. Nada de gritos, Paulita. Eso no va a cambiar nada. Esto va a pasar por las buenas o por las malas. Y yo voy a disfrutar cada segundo.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda cuando escuché el sonido de unos de los botones de mi camisa romperse. Él solo sonrió cuando vio mi expresión. 

—Imagina lo que dirán de ti si sales de aquí así —continuó Diego, su tono ahora más suave pero igual de amenazante—. Con la ropa rota, despeinada… ¿qué pensarán tus amigas? ¿Y tu familia? Te verán como una cualquiera.

Las palabras de Diego calaron hondo en mi mente. No pude evitar pensar en la conversación que tuve con mi madre, y en cómo ella prefirió creer lo que decían de mí antes de saber la verdad. Es difícil ignorar la verdad detrás de sus palabras; sé muy bien que la gente juzga sin piedad. A medida que él continuaba hablando, su voz se convertía en un eco ensordecedor que resonaba en mi mente. La presión de su agarre se sintió como una cadena que me mantenía atada a un destino del que no podía escapar.

Sentí como la lucha se desvanecía lentamente. Cada intento de resistir se volvió más agotador, y las palabras de Diego desgastaban mi espíritu. 

- Es tu culpa. Nadie te creerá —esas frases se repetían en mi cabeza como un mantra cruel.

Finalmente, contra todo pronóstico, me rendí. Me deje caer contra la pared, con mi cuerpo pesado y sin fuerzas. Era como si una sombra oscura me hubiera cubierto. El sentimiento de derrota era aplastante.

—¿Ves? —dijo Diego con una sonrisa triunfante—. Sabía que llegarías a esto. Tú también deseas esto. 

Esas palabras atravesaron mi alma como dagas afiladas. Cerré mis ojos, tratando de bloquearlo todo, pero era imposible ignorar la realidad que tenía frente a mí. En ese instante, sentí que había perdido no solo la batalla física, sino también cualquier rastro de dignidad.

Diego aprovechó esto al instante, disfrutando del poder que tenía en ese momento. Sus manos repugnantes se deslizaban por mi cuerpo, y no hice nada para detenerlo; simplemente permanecí allí, atrapada en un mar de resignación y dolor.

—Solo relájate y deja que te muestre lo que realmente significa ser amada por un hombre. 

El mundo a mi alrededor se desvaneció cuando él comenzó a abusar de mi vulnerabilidad. Cada toque era un recordatorio brutal de mi impotencia; cada palabra pronunciada por Diego era un clavo más en el ataque a mi autoestima.

En lo profundo de mí, algo se rompió. La sensación de ser la peor cosa del mundo creció hasta convertirse en una tormenta interna. La lucha había sido reemplazada por una resignación amarga.

Ya no lloraba. Me sentí decepcionada de mí misma. No solo por lo que estaba sucediendo, sino por la parte de mí misma que había dejado ir, por la valentía que me había abandonado en ese rincón oscuro de humillación. 





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