—Gracias —murmuró Giulio al tomar el vaso de café que uno de los compañeros de Emma le ofreció. El vapor aromático que brotaba del interior lo tranquilizó un poco.
La procesión se había movido en silencio bajo el azote furioso de la lluvia al salir de la cripta y peregrinar hacia la iglesia, observados por los adustos ojos de piedra de los ángeles, santos y vírgenes que sobresalían de entre los borrosos pasillos formados por las criptas y las tumbas. Giulio había mantenido la mirada en el suelo la mayor parte del camino, sintiéndose atrapado y aliviado al mismo tiempo. Ya todos sabían la verdad.
Una vez en el cobijo del templo, donde el ambiente no era tan frío como en el exterior, finalmente había podido entrar a un baño a cambiar también su empapado pantalón de mezclilla por el de algodón que le habían ofrecido dentro de la cripta, y sus tenis por otros similares que otro compañero de Emma le había obsequiado, aunque de color negro en lugar de verde, que le quedaban un poco grandes. Ropa interior limpia y seca no le habían dado y él no la había pedido, tampoco calcetines.
Había imaginado una y otra vez lo que sucedería si algún día alguien finalmente le creía y lo ayudaba a desentrañar la verdad sobre su regreso. Había pensado en sus amigos más que nada, en cómo bromearían y entenderían por qué era tan distinto de ellos a pesar de que a sus ojos Giulio era completamente igual; un desamparado de la sociedad sin dinero, pertenencias ni familia que había llegado a levantar un pequeño nido junto a ellos donde los tres se protegían de los peligros externos como si hubieran sido gestados en el mismo vientre.
Si estuvieran ahí, si lo supieran también, quizás no cambiarían su actitud hacia él y Giulio no deseaba que lo hicieran, pero lo apoyarían, lo aceptarían, porque en ese momento, en esa precaria etapa de su vida, su amistad con Tomello y Marice era todo lo que tenía en el mundo y no sabía lo que sería de él si también perdía eso.
El interior de la iglesia era frío pese a que era más cálido que el exterior. La nave era inmensa, llena de bancas de madera y arte esculpido de siglos de antigüedad. Entre las columnas que se elevaban hacia el alto techo los rostros tallados lo miraban con pena. Los vitrales multicolores dibujaban un fantasma tenue sobre el piso, iluminándose cuando el cielo resplandecía con los relámpagos, y temblando cuando el horizonte contestaba con los rugidos de los truenos.
La mayoría de los compañeros de Emma habían montado guardia fuera de la iglesia. Sólo ella, unos cuantos hombres de aspecto inquisitivo, Crisonta y su esposo David habían entrado con Giulio, que al saber que no había más opciones que cooperar, había tomado asiento en una de las bancas frontales, justo frente al atrio, donde había visto a su padre por última vez lo que sentía haber sucedido una eternidad en el pasado. El espacio en blanco de la pared, ubicado entre el arco de la ventana y el altar, comenzó a molestarlo. Le había prometido a su padre que cumpliría su sueño de colocar una pintura en ese lugar; la más hermosa y sobresaliente de todas, irrepetible e incomparable. En vez de eso no había hecho más que dar vueltas por ahí, huir como un cobarde y depender de la generosidad de la gente para subsistir.
Suspiró y le dio un sorbo a su café, arrugando un poco la nariz al sentirlo tan amargo. El silencio era pesado entre los presentes. Todos estaban de pie a su alrededor, obstruyendo la vista del altar. Sólo Crisonta se había sentado a su lado, después de exigir que trajeran una manta para envolver a Giulio con ella cuando al rozar su brazo había sido su mano tan fría.
Imaginaba lo que vendría. Era momento de contestar las preguntas sin importar que él mismo tuviera las mismas dudas que todos ellos. Ni hablar del temor. Sentía que a la menor equivocación lo arrojarían al barranco al otro lado de la colina sin contemplaciones, como alguna vez los habitantes del entonces pueblo de La Arboleda habían hecho con una mujer que acusaban de amante del diablo cuando él era pequeño. Había mirado la ejecución sin que Akantore lo supiera. Había estado con Lucilla y con Jean jugando sobre la colina cuando la multitud había llegado arrastrando a la infortunada. Giulio se había aventurado a acercarse un poco más que sus amigos hasta alcanzar a mirar por el borde cómo el cuerpo había azotado violentamente contra las rocas hasta romperse en mil pedazos que habían quedado unidos con jirones de carne ensangrentada.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
Ficção GeralGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...