Capítulo 12 - Promesas

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Voy todo el camino hasta la grada arrepintiéndome de no haberle dado un beso. No era el lugar ni el momento. Me lo repito en bucle a ver si me entra en la cabeza y se me quita el desasosiego. No lo termino de conseguir porque joder, yo quería besarle. No manejo bien la frustración, eso es así. Y ahora estoy muy frustrado, por todo. Por Unai, por mi lesión. Me siento confundido y enfadado, espero que el partido me lo borre todo.

Llego a mi sitio y me siento al lado de Gavi, que parece un niño después de haber comido tres kilos de azúcar. Me saluda y empieza a hablar de mil cosas. No me entero de nada porque va encadenando temas sin esperar respuesta. Normalmente le seguiría el rollo, así es como lo hacemos. Pero hoy no tengo ganas, solo quiero que empiece el partido y distraerme de todo animando a mis compañeros.

-Eh tio, ¿se puede saber qué cojones te pasa? -no sé en qué momento Gavi ha dejado de hablar, pero se ha dado cuenta de mi humor de mierda, al parecer.

-Nada, déjalo.

-Y una mierda, estamos en la final de la Eurocopa y tú parece que estés de funeral.

-Te digo que nada, en serio Gavi -insisto porque, otra vez, no es el momento ni el lugar para contárselo, él bufa ante mi respuesta.

-Si crees que voy a dejarte tranquilo con esa cara de haber olido una mierda de perro vas listo. Parece que no me conozcas, de verdad. Soy más que capaz de sonsacártelo en menos de tres minutos, y lo sabes.

-Siéntate y cállate un minuto, por favor -me estoy cabreando, pero al mismo tiempo siento que necesito explotar y sacarlo por algún sitio, así que confieso cuando consigo que se siente y le digo la verdad al oído.- Me he liado con Unai y no quiere saber nada de mí.

-¡Me cago en mi vida!

-¡Que no grites! -parece que últimamente no paro de decir eso.

-Para una bomba así se tiene que preparar el terreno, macho, me va el corazón a mil por hora -pues no es exagerado ni nada, el niño.- ¿Por qué no quiere saber nada de ti?

-No lo sé... -es una mentira a medias, sí lo sé, pero no termino de entenderlo.

-¿Y tú quieres saber de él?

-Sí, creo que sí.

-Pues cuando ganemos el partido le comes la boca. Solucionado el problema.

-No es tan fácil...-ojalá lo fuera.

-No veo por qué no. Tú le comes la boca, que no quiere, pues ya sabes que aquí se acaba todo. Que quiere, pues alegría pa' tu cuerpo.

El inicio del partido nos interrumpe, aunque yo me quedo pensando en lo que me ha dicho Gavi. Sé que no es tan fácil, que en pocos días se nos ha ido de las manos todo y que tendríamos que hablar. Pero, ¿y si lo intento? Creo que estoy más confundido que antes, así que me centro en el juego, que es para lo que estoy aquí.

La primera parte es dura, estamos todo el rato en tensión. Los nuestros juegan bien, pero Inglaterra se sobrepone en todo momento. Yo internamente no paro de cagarme en Bellingham porque... Bueno, porque sí, porque me cago en él, tengo motivos. Nos generan muchas dificultades, anulan a Olmo y encajonan por completo a Fabián. Llegamos al descanso sin ningún gol.

El ambiente en el vestuario está caldeado. Todos están serios, a excepción de Lamine, que todavía tiene energía para dar y regalar. Rodri se ha lesionado y no volverá al campo. El míster da una charla, intentando que no se vengan los ánimos abajo. La segunda parte será crucial para nosotros y tenemos que darlo todo, aunque estén cansados. Llegar al descanso sin ningún gol puede ser desmoralizador, pero aún queda mucho partido.

Unai está concentrado en las palabras de Luis. Va asintiendo a todo lo que dice, muy serio. Espero que esté disfrutando, cumpliendo la promesa que se hizo. No puedo quitarle los ojos de encima, y me decepciona un poco que él no me mire. Quiero darle ánimos, aunque sea con un gesto con la cabeza.

-Lo vas a desgastar -la voz de Gavi me susurra en la oreja de repente y doy un salto en el sitio.

Le doy un empujón y él me mira levantando las cejas. Niego con la cabeza, pero no puedo evitar reírme. Es un niñato, pero es mi niñato. Con él parece todo siempre fácil, incluso cuando es evidente que no lo es. Entonces siento algo que me hace girar la cabeza y, al fin, me está mirando. Me pongo nervioso, pero hago un leve asentimiento, que me devuelve, todavía muy serio. Se me encoge el corazón, ¿qué mierdas me pasa? En serio.

Cuando el míster termina todos aplaudimos, Lamine se pone a gritar como un loco y parece que los ánimos vuelven al vestuario. Los veo salir hacia el túnel y yo también salgo, esta vez no me espero el último, en contra de mi voluntad.

Empezamos la segunda parte dominando de forma evidente el terreno de juego. Tanto que, a los dos minutos, Lamine le hace a Nico la asistencia que nos da el primer gol. Gavi y yo nos volvemos locos. A partir de ahí se va notando la electricidad en el campo y en el banquillo, que tenemos justo debajo. Empiezan los cambios, Morata por Oyarzábal. Inglaterra también hace los suyos, y Cole Palmer entra en el minuto 70. Sé que es un goleador y lo demuestra a los tres minutos, empatando el partido. En el minuto 80 Gavi y yo ya no podemos más y bajamos al campo, al banquillo con nuestros compañeros. Tenemos el permiso del míster y queremos vivir los últimos minutos con ellos. Gracias a ello podemos celebrar el gol de Oyarzábal como si estuviéramos jugando.

Siguen los cambios y la tensión es casi palpable. En el 90 se me para el corazón. Unai para un tiro de Stones gracias a sus reflejos, pero la pelota vuelve hacia la portería y es gracias a Olmo que no entra. Es una jugada que ambos hemos practicado con Unai y me alegro mucho que Olmo se haya acordado de ella. Sin embargo, el pecho se me llena de orgullo por nuestro portero, que nos obligó a entrenar este momento una y otra vez, aunque nos quejáramos.

Cinco minutos después suena el silbato y se acaba el partido. Somos campeones, somos putos campeones de Europa. La euforia se apodera de mí y de todos los que me rodean. Veo a Morata correr hacia la grada, hacia su familia. Yo me abrazo con todos los que me voy encontrando. El fisio me amenazó con que no me metiera en los meollos, pero no puedo evitarlo. Grito y me desgarro la garganta. Ferrán me encuentra y nos volvemos locos. A pesar de eso, yo no puedo evitar buscarlo. Necesito encontrarlo.

Me siento desesperado dando vueltas por el campo, cojeando y con gente parándome cada dos por tres. Me pillan incluso para una entrevista, a la que respondo con la mente más puesta en Unai que en las preguntas. La necesidad de abrazarlo lo nubla todo, es mucho más fuerte de lo que he sentido nunca. Mis compañeros lo celebran con sus novias, sus mujeres, sus hijos, sus padres... Yo también encontraré a los míos en algún momento, pero ahora tengo un objetivo fijo y claro.

Al final lo encuentro, se está abrazando con alguien a quien no me paro si quiera a identificar. En cuanto se separan, le doy un pellizco en el brazo para llamar su atención. Se gira, cabreado, pero su semblante se relaja en cuanto ve que soy yo. Me pongo a gritarle, no sé bien ni lo que le digo, estoy que me salgo de mi piel de contento. Él solo sonríe y asiente, a saber qué le estoy diciendo, estoy fuera de mi.

Entonces me coge de la camiseta y mi corazón se para. Se salta un par de latidos. Me acerca a él y por un segundo creo que va a besarme, me mira la boca y yo tiemblo, porque va a besarme. Sin embargo, rectifica y me abraza. Se me escapa un suspiro, pero no sé si es de satisfacción o de decepción. Me acomodo en su cuello, porque siento que al fin estoy en casa. Es una sensación que solo había tenido con mi familia, y lejos de asustarme, me tranquiliza.

-Te he echado de menos -me lo susurra para que solo lo oiga yo.

No le respondo, solo asiento contra su cuello. Al final siento que me da un beso en la cabeza y me suelta. Siento el vacío en seguida, en el mismo instante en que nuestros cuerpos se separan. Nos miramos unos segundos y en sus ojos veo promesas.

Revisa el VAR | Unai + PedriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora