Capítulo 13 - Lo quiero todo

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La celebración está siendo una locura. El hotel donde nos quedamos nos reservó una sala y estamos aquí todos con nuestras familias y amigos. Yo paso el rato con los míos, empapándome de su alegría y euforia. Mi padre ha conseguido su foto con Unai, ha sido un momento como mínimo raro, pero divertido. Él se ha mostrado amable e incluso contento con el entusiasmo de mi padre de conocerlo.

La noche sigue, yo bebo un poco pero nada que me impida pensar con claridad. Por eso, cuando Cucurella empieza a cantar su canción, siento que la noche empieza a desmadrarse y tomo una decisión. Lo busco con la mirada y lo encuentro charlando con Dani y riéndose. Tiene un cubata en la mano, pero espero que él haya controlado tanto como yo. Creo que siente mi mirada, porque nuestros ojos terminan por encontrarse. Le hago un gesto con la cabeza, es sutil, pero lo entiende y asiente.

-Cúbreme -cojo a Gavi por el brazo para llamar su atención.

-¿Cómo?

-Que me voy, que me cubras. Lo sabe Nico, Ferrán y Lamine, si tienes que usarlos, úsalos. Si te preguntan, invéntate algo. Que estoy cansado, lo que sea.

-¿Vas a...? -deja la última palabra en el aire y levanta las cejas.

-Voy.

-¡¡Vamos!! ¡¡Ese es mi campeón!!

Me da una palmada en el culo y yo suelto una carcajada. Camino hacia la puerta de salida, seguro de que Unai también va a tomar el mismo camino que yo. Voy hacia los ascensores y lo espero. Llega menos de un minuto después, ya sin copa en la mano, pero con una sonrisa que me viaja por todo el cuerpo y llega a una parte en concreto.

-Hola -se sitúa a mi lado y pulsa el botón del ascensor.- ¿Estás cansado?

-Un poco, pero nada preocupante. ¿Y tú?

-Estoy bien, genial, perfecto.

-¿Has bebido? -me parece importante preguntárselo.- Yo no mucho.

-No, yo tampoco.

-Genial.

Parecemos besugos, pero siento que esta conversación tiene sentido. Estamos pidiendo permiso implícito. Nunca me había entendido tanto con alguien sin ser claro. Al final el ascensor llega y los dos entramos, yo pulso el botón de mi planta. No sé dónde está su habitación, pero la mía la tengo controlada y es donde pienso acabar. Con él, claro. Nos colocamos uno al lado del otro, nuestros costados tocándose, pero sin mirarnos. Es tenso, pero en el buen sentido. Cuando llegamos a la planta salgo yo primero y le hago el mismo gesto que le he hecho antes.

-¿Vienes?

Ni siquiera me responde, sino que sale y me indica con la mano para que le guíe. A él tampoco le ha dado tiempo a saber cuál es mi habitación. Lo guío y cuando tengo que sacar la tarjeta para abrir me tiemblan las manos. Él lo nota, se pega a mí por detrás y me la coge. Me parece tan sexy que creo que voy a explotar por todos los poros de mi piel. La puerta se abre y entramos. Cuando apenas se ha cerrado con un clic ya estoy contra ella, con sus labios sobre los míos. Va con todo, mordiendo, lamiendo y yo se lo devuelvo con el mismo fervor.

-Joder, qué ganas tenía -se me escapa como un lamento en cuanto su boca pasa a mi cuello.

-Lo siento...

-No, ahora no, mañana.

-Vale, mañana.

Asiente con la cabeza mientras sigue en su empeño por volverme loco. Siento su lengua por mi cuello y su pecho pegado al mío. Yo le recorro el cuerpo. Lo toco por todas partes, como si necesitara comprobar que es cierto, que está aquí. Han sido dos días, sabía que tenía ganas, pero volverlo a tener cerca está siendo como una bendición. En mi recorrido voy bajando hasta llegar a sus pantalones y le froto por encima. Está más que preparado y suelta un gemido que me como entero. Quiero hacer eso, comérmelo entero.

No sé ni cuántos minutos paso contra la puerta, pero siento la cabeza embotada. Solo siento dientes, boca, lengua, piel. Pero me sabe a poco, quiero más, quiero sentirlo más, más cerca. Consigo separarme y le saco la camiseta, automáticamente después, él hace lo mismo con la mía. Nos volvemos a juntar, porque somos putos imanes que se encuentran una y otra vez. También se encuentran nuestras pollas, y esta vez soy yo el que gimo. Él repite el movimiento y yo creo que me voy a volver loco. Nos frotamos como si se fuese a acabar el mundo. No siento calor, yo soy calor. Llamaradas que me recorren el pecho, la espalda, en cada lugar en el que me toca.

A trompicones nos adentramos en la habitación y la parte trasera de mis rodillas toca el colchón. Me siento y mis manos van directas al elástico de su pantalón de chándal. Sus ojos no se apartan de los míos, su mirada parece nublada, creo que está tan cachondo como yo y eso me pone incluso más. Aunque sea imposible. Se la saco y me la meto en la boca, sintiendo que eso es todo lo que he querido hacer los últimos dos días. Me frustro cuando me coge del pelo y me separa.

-Para, me voy a correr -lo dice jadeante y a mí su tono de voz me recorre entero.

-Para eso estamos aquí, cariño -se me escapa, se me puto escapa de entre los labios pero no me importa porque su reacción vale oro.

-Quiero más.

-¿Qué es más? -lo pregunto para asegurarme, aunque creo que lo entiendo. Sigue cogiéndome del pelo y eso me desconcentra.

-Lo quiero todo, hasta el final. Enséñame.

Joder, hostia puta. La palabra mágica. La que me da el poder que no sabía que quería y que me lleva a volverme loco. Me levanto y le asalto la boca, porque es un asalto. Aquí va a haber una guerra, el armagedón. Le indico de dónde tiene que coger los preservativos y el lubricante y me dejo caer en la cama, quitándome los pantalones. Es rápido, porque siento que unos segundos después ya lo tengo encima. Volvemos a tocarnos, a besarnos, a explorarnos, vuelvo a sentirlo todo y siento el impulso de pellizcarme a ver si es cierto. Le voy dando instrucciones que me salen entrecortadas, sobre todo cuando nuestras pollas se encuentran sin barreras y las frota, juntas.

Esto es el cielo, lo he encontrado. Me prepara como le voy indicando, con cuidado, incluso con ternura, aunque parezca que en este momento no tiene cabida. Se pone el condón cuando se lo pido y se coloca. Entra poco a poco, con los labios entreabiertos y los ojos concentrados. En cuanto lo tengo dentro creo que me voy a morir, o a resucitar. Yo qué sé. Solo sé que se mueve y que jadea, gime, grita, me susurra mi nombre al oído y suena a música celestial. Yo también hablo, aunque no sé qué digo, porque estoy fuera de mí. Al final no puedo más y me corro, se lo digo, y me corro muchísimo. Él me sigue, con un gruñido bajo que me recorre la espina dorsal.

Sin salir de mí se deja caer, sin importarle nada. Yo lo recibo, aunque sea mucho más grande que yo y sepa que en algún momento se va a tener que quitar. Me besa la clavícula y yo lo acaricio el pelo.

-Quiero hacerlo hasta desmayarme.

Me río, echando la cabeza hacia atrás, y le prometo que en cuanto me de un minuto para recuperarme repetimos. A pesar de eso, nos quedamos así, abrazados y yo me siento mejor de lo que me he sentido en mucho tiempo. Estoy en paz, tranquilo, y le digo lo primero que me viene a la cabeza.

-Yo también te he echado de menos.

Revisa el VAR | Unai + PedriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora