Capítulo 1 - Petazetas

891 29 0
                                    


Esto es una mierda. Todo, absolutamente todo es una mierda. Mi día, mi semana, mi mes y esta Eurocopa. Otra puta lesión que me impide seguir jugando el torneo. Y yo no puedo hacer nada más ahora mismo que estar en mi cama con los brazos cruzados y enfurruñado con el mundo. Estoy cabreado y no quiero ver a nadie ni hablar con nadie, al menos hoy, porque tengo quince años mentales y me importa una mierda. Matar a Kroos es lo único que me apetece, pero el código penal me lo impide, una lástima.

Unos golpes bajos en la puerta me sacan de mi ensoñación. Bufo porque no quiero levantarme, me duele la rodilla. Quien sea se cansará y se irá, seguro. No es la primera persona que viene hoy y no será la primera en irse sin que le abra.

-¿Pedri? ¿Estás ahí? ¿Te duele demasiado para levantarte? Dime algo.

Mierda, a este sí que quiero abrirle. A Unai quiero hacerle muchas cosas, abrirle la puerta es una de ellas. Puede que te sorprenda que diga estas cosas, pero voy a contarte uno de los grandes secretos del fútbol: los jugadores gays, bisexuales o de cualquier rama del colectivo existimos. Y somos más de los que piensas, qué locura, ¿eh?

Yo tengo fama de ligón. Fama bien merecida, me gusta más una mujer que a un tonto un lápiz. Pero también disfruto del lápiz en la misma medida, no sé si me entiendes. Lo comprobé por primera vez con quince años. Porque yo soy muy de comprobar en la vida. ¿Que creo que una tía me está poniendo ojitos de que quiere que la empotre? Lo compruebo. ¿Que con quince años creo que mi compañero de equipo quiere que le coma el rabo? Lo compruebo. Al parecer también estoy comprobando cuántas veces puede lesionarse un jugador antes de ser considerado paquete. ¿Que quiero saber si los labios de nuestro portero saben a fuegos artificiales y petazetas? Pues eso no lo compruebo, y me jode.

-¡Ya voy!

Le grito para que no se marche y me levanto con cuidado. Estoy enfadado pero no soy imbécil y me duele la rodilla, así que no me quiero hacer más daño. Voy poco a poco, siento que tardo una eternidad en llegar a la puerta, pero cuando la abro vale la pena el esfuerzo. Qué guapo es el desgraciado. Es grande, me da la sensación de que ocupa el marco de la puerta entero, fornido, todo muy vasco, yo que sé, es que me altero.

-Ey, ¿qué haces aquí? -lo saludo con indiferencia, haciéndome un poco el chulito porque no voy a permitir que note que estoy nervioso. Si ve que me tiembla la rodilla, que piense que es por la lesión.

-Nada, solo quería saber cómo estabas y si te apetecía algo de compañía... Sé que lo han intentado ya unos cuantos, pero yo traigo munición de la buena.

Levanta una funda de una Nintendo Switch con una sonrisa de oreja a oreja, muy orgulloso de su idea. No soy mucho yo de los videojuegos que le gustan a él, pero con Unai juego a lo que sea, hasta al teto, por ejemplo. Me aparto y le hago un gesto con la cabeza para que pase. Espero que Gavi no se entere porque me canea, a él no lo he dejado entrar hace una hora. Ni a Nico, ni a Ferran, ni a Lamine... A nadie vaya. Pero es que en sus pantalones no me quiero meter.

-He traído el Mario Kart. -me lo dice con vocecita cantarina y no puedo evitar reírme.

-Es conocido por todo el equipo que haces trampas, lo sabes, ¿verdad?

-Eh, capullo, no hago trampas. Es que me conozco muy bien los circuitos.

Y lo dice convencidísimo, mientras va desplegando todo su arsenal por mi habitación, conectando todo a la tele y sentándose en mi cama para dejarlo todo preparado. Yo me he quedado de pie, a unos metros, mirándolo. Igual parezco un poco tonto, me siento así yo también, pero acercarme me parece peligroso. Creo que puede serlo. Al final no me queda más remedio cuando me mira sonriendo y da unos golpecitos a su lado para que me siente. Voy renqueando un poco y frunce el ceño.

-¿Te duele mucho?

Niego con la cabeza, más que nada porque no quiero hablar del tema, no porque no me duela. Estamos jugando un rato y tengo que confesar que termino riéndome porque de verdad, no sé cómo, pero hace trampas. Ya llevamos unas diez partidas cuando consigo ir por delante, y él se cabrea. Puedo sentirlo a mi lado enfadándose por momentos. Además de tramposo, es un picado. Termino ganando. De la emoción me levanto de un salto, pero me falla la rodilla y caigo. Caigo en su regazo y me coge al vuelo, afianzándome sobre él.

-¡Cuidado! ¿Estás bien?

Me lo dice realmente preocupado, pero a mi ya ni me duele la rodilla ni me duele nada. Yo solo puedo tragar lentamente y asentir, intentando no mirarle los labios. Huele bien, no sé a qué, pero es fresco. Y está fuerte. Claro que lo está. Me remuevo para levantarme y, vaya, por ahí parece que también vamos fuertes. Para mi decepción el ambiente se enrarece, él se pone tremendamente serio y susurra que debería irse. Ni le respondo, porque me descarga en la cama y se pone a recogerlo todo, con el ceño más fruncido que le he visto nunca. Cuando ya está de camino a la puerta no puedo evitarlo y lo llamo.

-Gracias. -se lo digo con total sinceridad.- Me ha venido muy bien, estaba muy enfadado. Podríamos... -dudo un segundo pero continuo, porque hemos venido a jugar.- Podríamos repetirlo.

Esboza una leve sonrisa que me da esperanza.

-Claro, nos vemos mañana.

No sé si se refiere a que volverá aquí, a que nos veremos comiendo o qué, pero yo ya estoy contento

Revisa el VAR | Unai + PedriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora