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El viernes llegó más rápido de lo que esperaba. El fin de semana siempre parecía lejano, pero esta vez, con tantas responsabilidades acumulándose, los días se desvanecieron en un suspiro. Había estado pensando en ese día desde que la Señorita Marin le pidió ayuda, pero ahora que estaba aquí, se encontraba atrapado en un torbellino de nervios y expectativas.

Llegó unos minutos antes de lo habitual, tal como le había prometido a la Señorita Marin. El ambiente matutino tenía un aire fresco, casi reconfortante, con el sol apenas asomándose por el horizonte, iluminando el patio de la escuela con una luz suave.

Tenía que ayudar con algunas preparaciones para el evento del día.

Las tareas no eran complicadas, pero sí requerían un poco de fuerza. Colocar algunas decoraciones pesadas, mover un par de mesas grandes de un lado a otro... Aunque no era nada que no pudiera manejar, el trabajo era lo suficientemente tedioso como para que el sudor perlase su frente.

Cada vez que levantaba una de las mesas o ajustaba una de las decoraciones, sentía el peso de la semana en sus hombros. Aun así, lo hacía con gusto, pues la presencia de la Señorita Marin, siempre tan amable y serena, le hacía sentir que valía la pena el esfuerzo.

Una vez que terminó, decidió tomarse un momento para descansar. Se dejó caer en una de las jardineras del lugar, sintiendo cómo el cansancio abandonaba su cuerpo poco a poco. Desde allí, tenía una vista privilegiada: la imagen de la Señorita Marin jugando con su pequeño Megumi, siendo una escena que lo hizo sonreír sin darse cuenta.**

—Tsk, ese pequeño mocoso sabe jugar bien sus cartas —murmuró para sí mismo con una risa ligera, recordando cómo Megumi solía negarse a jugar con él o con Tsumiki, siendo siempre tan reservado y tan serio para su edad, pero aquí, con la Señorita Marin, parecía un niño completamente diferente.

Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano, observando cómo el pequeño seguía de cerca a su maestra. —Saliste igualito a tu padre —pensó, con una mezcla de nostalgia y resignación

La castaña, que hasta entonces había estado absorta en su juego con Megumi, levantó la vista y notó que él ya había terminado su trabajo.

—Vamos con tu padre, Megumi, ya no tardan en abrir la escuela —dijo con voz suave, pero firme, como si estuviera dando una instrucción cariñosa.

—Que se quede ahí, yo me quiero quedar con usted —replicó el pequeño con determinación y su mirada fija en la maestra, lo que provocó una risa sonora de la Señorita Marin.

Aquella risa era como un bálsamo, un sonido que parecía llenar el espacio a su alrededor con calidez.

—Vamos, o no habrá estrellita para ti —le advirtió, arqueando una ceja en un gesto juguetón. Ante la advertencia, Megumi frunció el ceño por un momento, pero finalmente cedió. Tomó la mano de la maestra y empezó a caminar hacia su padre.

—Vemos que ya terminó con su ayuda, muchas gracias, Señor Fushiguro —dijo Marin, deteniéndose frente a él con una sonrisa agradecida.

—No es nada, señorita, para eso estamos —respondió Toji, devolviéndole la sonrisa, aunque en la suya había un toque de picardía. Miró a su hijo con ojos burlones. —¿Quiere que me lleve a Megumi? —ofreció, con un tono que sugería que ya anticipaba la respuesta.

—Ah, venía a decir que los padres no tardan en entrar, pero Megumi no me está causando problemas —respondió la chica, sonriéndole al pequeño que, aprovechando la ocasión, le sacó la lengua a su padre en un gesto de burla.

Toji soltó una carcajada, mirando a su hijo con ojos entrecerrados.

"No cambies nunca, mocoso" pensó, pero había un dejo de orgullo en su mirada.

Hurt-Toji FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora