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—¿No hay problema si estamos aquí, señor bombero? —preguntó Marin, su voz apenas un susurro cargado de nerviosismo y expectación. Sentía la mano firme del bailarín, grande y cálida, envolviendo la suya con una confianza que parecía desbordarse en cada gesto.

Toji, con una calma calculada, negó con la cabeza mientras esbozaba una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos. —Para nada —respondió, su voz baja y ronca, casi hipnótica— Aquí solo se dan bailes más... —hizo una pausa, permitiendo que la tensión se asentara entre ellos antes de continuar— subidos de tono y privados.

El aire en el cuarto privado parecía haberse vuelto más denso, como si la intimidad del lugar amplificara cada pequeño movimiento y cada respiración. Marin sintió un estremecimiento recorrer su espalda al ser atrapada por la profundidad de esos ojos azules que parecían penetrar directamente en su alma.

—¿Me bailarás? —preguntó ella, su voz apenas un susurro cargado de una mezcla de timidez y deseo.

Toji negó lentamente, sus ojos nunca dejando los de ella.

La intensidad en su mirada la hacía sentir vulnerable y expuesta, como si él pudiera ver cada uno de sus pensamientos más ocultos.

—No —dijo, su tono firme y decidido— Solo vine aquí por una cosa. —Hizo una pausa, observando cada matiz de su expresión mientras levantaba una cinta negra de seda— Vine a tener más privacidad para poder besarte.

El rostro de Marin se incendió en un sonrojo profundo, visible incluso bajo las luces de neón violetas que iluminaban tenuemente el cuarto. Su corazón latía con fuerza, cada palabra de él resonando en su pecho como una melodía peligrosa pero tentadora.

Toji sonrió, notando su reacción. —¿Eso es un sonrojo, señorita atrevida? —rio suavemente, su tono era divertido pero con una pizca de desafío— Aún podemos salir de aquí si lo deseas.

Algo en la voz de Toji, en la manera en que la miraba, le revelaba una pequeña fracción de su vulnerabilidad. Había algo en él que temía el rechazo, un eco de inseguridad bien disimulado por su actitud confiada.

Marin levantó la mirada, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y curiosidad. —¿Eso quiere decir que me dejarás ver debajo de esa mascarilla? —preguntó con una sonrisa que pretendía ser juguetona, pero que no lograba ocultar del todo la emoción que sentía.

Toji negó nuevamente, con una firmeza que no permitía lugar a dudas. —Es parte de mi trabajo —respondió, su voz volviéndose un poco más seria.

Marin frunció el ceño, intrigada por la negativa. —¿Por qué no me dejas verte? —insistió, extendiendo una mano para acariciar suavemente la nuca de él, esperando que este gesto lo alentara a acercarse más— ¿Tienes alguna cicatriz que te avergüence?

Toji sintió la caricia de Marin, su toque era delicado enviando un escalofrío placentero por su columna. Claro que tenía una cicatriz, pero no era una que lo avergonzara. De hecho, sabía que aquella marca añadía un toque de peligro y misterio a su apariencia, algo que le había servido bien en su trabajo. Pero revelar su verdadera identidad a la dulce maestra de preescolar que limpiaba los mocos de su hijo todos los días era otro asunto.

No quería que ella viera más allá de la máscara, no quería que conociera al hombre detrás del papel que estaba interpretando.

Aquella dulce mujer que, para evitar que uno de sus alumnos llorara, había preferido comer algo que había caído al suelo, sin importarle más que la felicidad del niño.

Y ahora, frente a él, esa misma mujer ardiente, aquella que estaba deseosa por besarlo, lo hacía debatirse entre sus deseos y la realidad.

—¿Entonces qué harás para evitar que me ponga curiosa? —preguntó Marin, su tono comenzaba a volverse más atrevido, el alcohol evidentemente afectando su juicio, y provocando que su sonrisa se volviera más traviesa.

Hurt-Toji FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora