capítulo 2

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Capítulo 2
Benjamín Hack
La Sombra del Circo

Líneas blancas interminables corrían bajo el Mercedes negro mientras el sol de la tarde convertía el asfalto en un río brillante. Mis pensamientos competían con el murmullo del motor, todos centrados en los números y los contratos que delineaban el futuro de Hack Oil. El teléfono vibra en mi bolsillo, una interrupción bienvenida, y al ver la identidad del llamante en la pantalla, una sonrisa tira de las comisuras de mi boca.
──¡Federico! Justo el hombre que necesitaba escuchar.
Su risa cruje a través de la línea, y puedo visualizar su sonrisa divertida sin esfuerzo.
──¿Desde cuándo necesitas algo, Benjamín? ──Aunque estábamos a kilómetros de distancia, la camaradería era tan palpable como el calor del volante bajo mis manos.
──Siempre necesito a mi consejero. ──bromeo. Federico tenía la habilidad de hacer que los problemas más complejos parecieran insignificantes.
En medio de nuestra conversación, algo llama mi atención en la llanura que bordea la carretera.
──Espera. ──murmuro, disminuyendo la velocidad al acercarme a una vista inusitada. Una caravana de vagones coloridos con letras extravagantes y caricaturas exageradas de animales y acróbatas empieza a formar un semicírculo en un campo cercano. ──. No lo vas a creer, Federico. Hay un circo encaramándose en medio de la nada.
──¿Un circo? ──repite con tono incrédulo.
──Sí. En este siglo. Increíble, ¿no? Tan atrasados. ──Juntos, compartimos una carcajada.
──Supongo que los plebeyos necesitan entretenimiento. ──dice él, su voz tintada de sarcasmo refinado.
──Exactamente. Algo para distraerlos de la realidad—un espejismo de alegría y color.
Mientras el circo se desvanece en mi espejo retrovisor, cambiamos de tema con la facilidad de los viejos amigos que éramos.
──Hablemos de negocios. ──sugiero.
El tono de Federico se vuelve más serio, más enfocado.
──La extracción en el golfo ¡Un éxito rotundo, Benjamín! Me llegaron los números hoy. Es un juego nuevo para Hack Oil.
──La noticia que cambiará el rumbo de todo. ──afirmo, una ola de satisfacción recorriendo mi ser. ──. Esta noche, lo celebramos. Prepárate para un festín, Federico. Nos lo hemos ganado.
──No lo dudo. Será un festín digno de reyes. Porque eso es lo que somos, ¿no? Los reyes del petróleo.
La charla se desliza hacia los detalles, los planes, la euforia compartida por un futuro brillante, iluminado por el oro negro que late en las venas del mundo. Tranco la llamada con una promesa de opulencia y regreso mi atención al camino. Federico estaba en lo cierto; éramos reyes, señores de un reino cuyas riquezas residían bajo tierra, lejos de las miradas curiosas de circos y espectadores.
Pero en el fondo, no podía sacudir el recuerdo de esas carpas chapadas y los vestuarios brillantes. Un pequeño chirrido en la sinfonía de mi vida de privilegios. Era una vida que muchos no podían ni soñar, una vida lejana a la ilusión de reflectores y payasos. Era real, tangible, y mío.
La torre de cristal que albergaba Hack Oil se recortaba contra el cielo como una fortaleza moderna, cada ventana un espejo del poder y la prosperidad que brotaba de las entrañas de la tierra. Era más que un edificio; era el legado de mi padre y el escenario de mi dominio. Me ajusté la corbata al entrar al vestíbulo, el eco de mis pasos en el mármol pulido era un recordatorio constante del camino que había recorrido.
──Señor Hack, su agenda está… ──comenzó mi secretaria, pero levanté una mano.
──Lo sé, un día cargado, como siempre.
Las horas se evaporaron en una serie de reuniones donde contornos de pozos petrolíferos y cifras de rendimiento se dibujaban en las pantallas y llenaban el aire con una tensión cuantificable. Cada gesto, cada palabra, era calculada. Dirigía a mi equipo con la misma precisión que mi padre empleó al construir este imperio, desde los cimientos hasta las alturas del éxito.

Durante un breve instante, mi mente se desvió hacia mi infancia, recuerdos brillantes de lujos y viajes, de un mundo que me decían era mío para tomar. Pero había un peso en aquellos lujos, una expectativa de grandeza. Yo no decepcionaría.
Con el crepúsculo, la ciudad prendió sus luces alrededor de la torre, y supe que era hora de dejar atrás los números y el petróleo por la noche. Federico ya estaría esperando en nuestro santuario habitual de opulencia, el bar donde los pesos pesados de las finanzas y la industria se quitaban momentáneamente las máscaras.
──No hablemos de negocios hoy. ──Sentencio Federico con una sonrisa triunfar, asentí.
El whisky era suave y el murmullo del bar hacía fácil olvidar las responsabilidades. Federico levantó su vaso.
──la noche es joven, y debemos dejar que nos sorprenda.
──Y a los placeres que traerá. ──agregué.
Nuestras risas resonaron, sinceras por primera vez en el día. Fue entonces cuando las vimos, dos siluetas que se destacaban como orquídeas en un prado de hierba. Sin hacernos señas, nos dividimos y yo me dirigí hacia la que había capturado mi atención. Su risa era como una melodía en la rica atmósfera del bar.
──Disculpa. ──comencé, con la confianza heredada y forjada.  ──. Creo que sería un crimen no pedirte tu nombre.
Ella se volteó, el interés pintado en sus ojos, y supe que la noche acababa de comenzar. La conversación fue fácil, ligera, y cuando sugirió un cambio de escenario, su sonrisa ofreció todas las promesas del mundo. La discreción era una segunda naturaleza para mí, una habilidad que mi posición requería. Nos deslizamos lejos de las mesas ruidosas y las luces tenues hacia un espacio más privado, uno que tenía un eco de decadencia y deseaba ser llenado con susurros y suspiros.
El baño, reflejado en mármol y acero, cerraba el círculo del día; desde el imperio hasta la indulgencia, de la autoridad al abandono. Y en ese momento de devoción efímera, todos los legados y los lienzos eran irrelevantes. Solo importaban el aquí y el ahora, y la promesa de olvido en los brazos de un placer recién encontrado.
Quería placer  y eso tendría.  No deseaba pasar la noche con una mujer, sólo deseaba algo de momento.
Mis manos se perdieron debajo de la fina tela de su vestido, podía sentir como se erizaba ante mi paso, bajo los finos tirantes de su vestido de diseñador, sus pechos turgentes quedan expuestos antes mi, bellos, de pezones rosa y los suficientemente grandes para caber en mi boca, inclino mi rostro hasta estos, para saciar mi sed y mis ganas de comerlos.
Estaba excitado, no solo por su exquisito cuerpo, sino por la situación en si. Podía permitirme disfrutar de una buena mujer, de un maravilloso sexo y volver a mi vida al siguiente día como si nada. Arranco su ropa interior de golpe, puedo sentir sus fluidos entre mis dedos y su aliento cálido en mi cuello, sus piernas kilométricas se enrollan en mis caderas y entró en ella sintiendo el placer de su recibimiento, sus paredes se ajustan a mi erección dura y venosa. Entro y salgo de ella con brío, incitado por sus gemidos llenos de satisfacción y sus manos que buscan calentar mi piel.
Muestras caderas chocan, y sensación de placer invade el baño de lujo, nuestro gemidos se amortiguan en las paredes, sus uñas se hunden en mi torso, bajo la mirada para ver mi falo lleno de su humedad entrando y saliendo de ella, jadeo para luego dejarse correr, me muevo un poco más y hago que se arrodille ante mi para masturbarme y llenar su hermoso pecho de mi. Sonríe divertida mientras relajo mi cuerpo, justo lo que necesitaba.
Ella se levanta esparciendo con su dedo mi secreción.
──Toda una delicia. ──Murmura mientras me abrocho el pantalón.
El reloj de la torre marcaba ya la medianoche cuando entre carcajadas y tragos, la imagen de las carpas del circo se entrometía en mi visión borrosa. Los destellos del ambiente exclusivo del bar se habían transformado en un mero recuerdo, y ahora, con el vaivén de la carretera iluminada por la luz luna, una idea cómica fermentaba en mi mente.
Federico, a mi lado, con ese gesto entre la sobriedad y la euforia que lo caracterizaba, brindaba con su copa al aire cada vez que pasábamos bajo un farol. Mi chofer conducía en silencio.
──Sabes… . ── balbuceé. ──. Nunca fui a un circo.
Federico voltea a verme sorprendido.
──¿En serio? El niño rico no fue a un circo.
──Deberíamos ir.
──No lo digas dos veces, Benjamín. ──susurro Federico, con una sonrisa al borde delirio.
Lo que comenzó como una broma de borrachos se convirtió en una realidad torcida cuando le indiqué al chofer que girara en el camino polvoriento hacia donde el circo había plantado sus raíces efímeras. Las risas crecían e invadían el espacio del coche, absurdas y cargadas de esa invencibilidad que solo la bebida puede prestar.
──Te lo advierto, todo huele a estiércol. ──exclamaba Federico, su nariz arrugada en una parodia dramática de disgusto. Pero ni eso detenía nuestras carcajadas, que resonaban más fuerte en la confinada cabina de lujo.
La noche se extendía alrededor del circo como el manto de un mago, y los contornos de las carpas parecían danzar levemente ante mis ojos inestables. Descendimos del coche, el chofer observándonos con una mezcla de juicio y preocupación.
──¿Señor? 
──Solo esperamos, es un orden.
Muy pocas veces me permitís vivir realmente. Sabía que era el licor haciendo lo suyo, pero los disfrutaba. El circo dormía, o al menos pretendía hacerlo, y nosotros, como dos niños perdidos en una aventura, tropezábamos entre la hierba alta, nuestras sombras alargándose y deformándose con la luz intermitente de la luna.
Federico murmuró algo sobre querer ver la fiera de los leones, y sin saber si realmente existía tal criatura detrás de los barrotes, seguimos el rastro de nuestro capricho. La visión se me nublaba y se iba, mientras que las risas se convertían en esfuerzos por mantenernos en silencio.
──Shhh, vamos a despertar a toda la carpa. ──advertí entre risotadas que sabía no podía contener.
Una jaula se dibujaba a lo lejos, una silueta oscura contra la penumbra.
──Ahí. ──señalé con un dedo flojo y trémulo. Pero cuando nos acercamos, las figuras de los animales parecían moverse en oleadas, imprecisas y engañosas.
Un paso, otro más, la hierba se sentía extrañamente suave bajo mis zapatos de diseñador. Federico, un segundo atrás mi cómplice en carcajadas, ahora se fundía con la oscuridad. El sonido del mundo se apagaba como si alguien hubiera girado el dial de la realidad lentamente hacia el silencio. No recuerdo el suelo acercándose, pero la frialdad de la tierra al abrazarme fue el último susurro lúcido que mi mente procesó antes de rendirse a la insistencia del vacío.

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