capítulo 7

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Capítulo 7
Frida Valentine
El show debe continuar.


Siempre supe que el circo era mi hogar; no solo un cúmulo de caras mudándose de ciudad en ciudad, sino la esencia misma de mi ser. Estar aquí, bajo las estrellas, escuchando los ecos de la risa y los aplausos, es donde más viva me siento. Pero esta noche… esta noche es diferente. Hay una presencia en el circo que me hace sentir una mezcla de gratitud y nerviosismo: él, el hombre que saqué de las garras de la muerte, estuvo aquí.
Mientras me pierdo en mi mar de pensamientos, juego distraídamente con su tarjeta de presentación entre mis dedos, la misma que me entregó con manos firmes y agradecidas. La examino un momento y la luz de las linternas hace que la tinta brillante se refleje con un lustre inusual, Benjamín Hack. No puedo evitar sonreír ligeramente. Con un movimiento rápido y ágil, deslizo la tarjeta en un bolsillo secreto de mi traje brillante. Ah, mi traje, reflejando cada fragmento de luz, como si dentro de mí albergara una galaxia de secretos y maravillas.
El gentío parece hoy más vivo que nunca. Los payasos hacen su acto y cada carcajada que arrancan del público es como una joya que cuelga en el aire, mágica y efímera. Sonrío con ellos, por ellos; cada sonrisa es una historia, cada personaje, un universo.
De la periferia de mi visión, una figura se aproxima. Joaquín. Su silueta se recorta con firmeza y gracia contra las luces del circo. No tiene que decir nada, lo sé, es hora. El corazón me late con fuerza mientras me pregunta con su habitual serenidad si estoy lista para salir a la pista con Kirbaj. Asiento con una felicidad que no necesita palabras. Él me tranquiliza, me dice que todos estarán atentos, que cualquier señal de tensión en el acto será nuestra señal secreta para intervenir. La seguridad no es ningún juego aquí, y es esa exactitud, esa meticulosidad, lo que transforma nuestro arte en algo que roza lo divino.
Y mientras me preparo para salir, siento esa vieja anticipación, la chispa que precede al espectáculo. Sé que todos los ojos estarán sobre mí, sobre Kirbaj, sobre la delicada danza de la vida y la bestia.  Hoy, como siempre, le daremos al mundo un espectáculo que lleva en sí la promesa de la eternidad, pero también la fugacidad de un momento que, una vez pasado, no será más que un recuerdo brillante, atesorado en los pliegues de miles de corazones, como la tarjeta que llevo escondida, un símbolo de vida salvada y lazos invisibles que ahora unen destinos en el gran tapiz del circo. Y hoy será conmigo en el espectáculo.
En el aire flotaba el inconfundible aroma metálico y terroso de las bestias; cada jaula susurraba historias de majestuosidad y fuerza contenida. Anduve entre ellas con intención, mi paso resonando en el suelo de tierra apisonada del circo. Me detuve solo cuando llegué a la más imponente de todas, la morada de Kirbaj, el león más venerado de todos.
Mi corazón siempre latía con una cadencia diferente ante su presencia.
──Kirbaj. ──siseé suavemente, llamándolo con un tono que cultivé solo para él a lo largo de incontables tardes. Al oír mi voz, sus intensos ojos dorados se posaron sobre mí, y con una gracia desmentida por su poderoso cuerpo, se acercó a los barrotes.
Cuando extendí mi mano hacia la jaula, el león, con una ternura que desafiaba toda comprensión, buscó lamerla, su lengua áspera apenas rozando mi piel.
──Es importante estar tranquilo hoy, ¿sí, Kirbaj? Yo estaré contigo. ──susurré. No había promesa más sincera; siempre estaría a su lado, nuestra confianza mutua tan fuerte como el acero.
A lo lejos, el sonido de la construcción del cercado de seguridad resonaba como un preludio a la eminencia de lo que estaba por venir. Solo Kirbaj estaría fuera esta noche, y cada corazón latía con la anticipación de lo que eso significaba. Todos esperaban mi señal, una serie de movimientos aprendidos y practicados, invisibles para los espectadores, pero más claros que la luz del día para aquellos en el show.
Con una respiración profunda, di la señal. Un silencio cauteloso se esparció por el equipo mientras se alejaban, dejándome sola frente a la inmensa criatura y su jaula. Mi mano se extendió, desenganchando los seguros con una familiaridad nacida de años de práctica y un corazón que no conocía el temor ante su compañero de espectáculo.
Kirbaj salió lentamente, cada paso un estudio de poder controlado y majestuosidad.
──Kirbaj. ──llamé de nuevo, mi voz un faro en la inmensidad del circo. Reconociendo el tono, el gran león se tornó dócil, un pequeño cachorro en su esencia cuando estaba junto a mí.

Me incliné ante él, una reverencia de gratitud y respeto. Kirbaj inclinó su enorme cabeza, y en un momento que era nuestro y solo nuestro, susurré,
──Es hora de brillar, Kirbaj.
Con una mirada compartida, sellamos nuestro entendimiento. Juntos, ofreceríamos el espectáculo de una vida, una danza de confianza y asombro entre la fiera y la domadora. Y al instante en que nuestras almas se unían en este ritual, sabíamos que cada ser en esas gradas sentiría la magnitud de nuestra comunión, donde un león y una mujer desafiaban las leyes de la naturaleza y forjaban una leyenda bajo la lona estrellada de este anciano circo
La primera vez que desfila y se comporta con una maravilla que parecía nacer del mismo aire, como si hubiera nacido para esta vida bajo las luces y el asombro.
El desfile fue un sueño; cada paso que dábamos juntos era acompañado por miles de aplausos. Sentía el amor del público, una ola de reconocimiento y admiración que me envolvía en calidez. Pero los sueños, por naturaleza, deben ser cortos. Cuando hizo su reverencia final, conduje a Kirbaj de regreso a su jaula, su ronroneo profundo llenando el aire con una promesa de más maravillas por venir.
Detrás de bambalinas, el mundo era diferente. La magia del espectáculo se desvanecía en la rutina del retiro; el maquillaje que se corrige, las estrellas del cielo del circo dando paso a las estrellas de las bombillas del camerino. Y allí, reflejada en el espejo, vi a mi padre acercarse.
Se sentó junto a mí en silencio, una isla de calma en un mar de actividad frenética. Mientras mi mano seguía el contorno de mis ojos con un lápiz, él rompió el silencio.
──Ya es hora, Frida. Es hora de que seas el verdadero centro de este circo.
Volteé para contemplarlo. Su mirada era firme, y vi reflejadas en sus ojos todas las esperanzas y sueños de nuestra familia. El trapecio había sido de Andrea, sí, pero el circo era mi legado, mi futuro.
──El trapecio… Serás magnífica. continuó, y su voz llevaba ese tono de certeza que sólo los padres poseen. ──. Este circo es tuyo, hija. Deberías estar siempre en el centro, allí arriba, volando hacia las estrellas.
En sus palabras vi una visión del mañana: yo, suspendida en el aire, la gravedad desafiada, el público cautivado. La hija prodigio que regresa no solo para reclamar un acto, sino para fundir todos en uno propio: el circo de Frida.

Le sonreí y asentí, aceptando no solo el desafío, sino la herencia que me ofrecía. A partir de ahora, el circo tendría una nueva estrella, y su luz sería mi coraje, mi pasión, mi arte.
Y mientras el maquillaje se retocaba y el show continuaba su flujo incesante, una nueva chispa de anticipación se encendía en mi pecho. Porque más allá del amor por las bestias majestuosas con las que compartía mi vida, estaba el amor a la audacia; y sabía, en ese instante de intimidad y revelación, que el trapecio me llevaría a nuevas alturas, a un lugar donde el circo y yo seríamos uno solo.


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