Capítulo 13
Frida Valentine
Camino a través de la carpa, mis pies casi flotando sobre el suelo, todavía emocionada por el beso que acabo de compartir con Benjamín. La oscuridad lo envuelve todo, pero para mí, el mundo entero brilla con una luz nueva, desconocida. El beso fue impulsivo, nacido de un deseo repentino que ni yo misma sabía que habitaba en mí hasta que nuestros labios se encontraron. No pensé en lo que vendría después, no cuando mis emociones brillaban tan intensamente, opacando cualquier sombra de duda o razón.
De repente, una figura emerge de las sombras, deteniéndome en seco. Mi corazón da un salto, asustado, y por un momento, la alegría del beso se ve reemplazada por un miedo punzante.
──¡Papá! Me has asustado. ──exclamo, llevándome una mano al pecho intentando calmar el aleteo frenético de mi corazón.
Él no dice nada de inmediato, solo me mira con una expresión que no consigo descifrar en la oscuridad de la carpa. Puedo sentir la tensión en el aire, una mezcla de preocupación y algo más, tal vez decepción. La luz tenue no logra suavizar las duras líneas de su rostro, ahora marcadas aún más por una sombra de molestia en sus ojos.
──¿Quién era ese con quien estabas? ──pregunta finalmente, su voz es baja pero porta una gravedad que me hace sentir aún más pequeña bajo su escrutinio.
La pregunta queda suspendida en el aire entre nosotros, cargada de una multitud de significados no dichos. Sé que no hay escapatoria; papá es demasiado perceptivo, demasiado consciente de todo lo que sucede a su alrededor. Pero por un momento, deseo que la oscuridad pueda ocultarme, que pueda desvanecerme antes de tener que enfrentar esta conversación.
──¿Quién era ese con quien estabas? ──pregunta nuevamente, su voz es baja pero porta una gravedad que me hace sentir aún más pequeña bajo su escrutinio.
La pregunta queda suspendida en el aire entre nosotros, cargada de una multitud de significados no dichos. Sé que no hay escapatoria; papá es demasiado perceptivo, demasiado consciente de todo lo que sucede a su alrededor. Pero por un momento, deseo que la oscuridad pueda ocultarme, que pueda desvanecerme antes de tener que enfrentar esta conversación.
──Solo era un amigo, papá. Nada más que eso. ──trato de sonar convincente, pero mi voz tiembla ligeramente, traicionándome.
Mi padre entrecierra los ojos, estudiándome con ese mismo escrutinio que me ha hecho sentir culpable más veces de las que puedo contar. Siento cómo la tensión en el aire se intensifica.
──Sabes que no me gusta que te relaciones con gente de afuera del circo. No entienden nuestro mundo, nuestras reglas. ──su voz es dura, intransigente.
──Lo sé, pero no estaba haciendo nada malo. Solo quería… ──mi voz se apaga. Las palabras se pierden en el aire cuando veo la rigidez en su rostro.
──El mundo del circo no se mezcla con el de afuera. Somos una familia aquí, y debemos protegernos. Los de afuera no entienden quiénes somos. ──sus ojos se clavan en los míos. Puedo sentir que no hay margen para discusiones.
──Papá, por favor.
Pero no me deja continuar.
──A partir de mañana, comienzas tus ensayos de trapecio. Quiero ponerte en el espectáculo lo más rápido posible. ──no hay espacio para la réplica en su tono.
Mis ojos se agrandan sorprendidos por la súbita imposición, pero no tengo tiempo ni palabras para protestar antes de que continúe.
──Y una cosa más: no quiero volver a verte con ese hombre. No entiendes el peligro que representa para ti y para todos nosotros aquí. ¿Entendido? ──la dureza de su mirada me deja claro que no puedo hacer otra cosa más que asentir.
──No estoy de acuerdo. Él no es un peligro, es solo un amigo.
──Frida, no me retes.
──No puedes prohibirme nada, soy mayor de edad.
──Tu vida es el circo, nada más. ──grita.
Con eso, se da media vuelta y desaparece en la oscuridad de la carpa, dejándome sola con mis pensamientos y una sensación de angustia que se aferra a mi pecho. Mantengo la mirada fija hasta que papá desaparece en la oscuridad, y luego me giro lentamente hacia mi tráiler. Siento una quemazón detrás de mis ojos, pero me obligo a tragarme las lágrimas. Debo ser fuerte. No puedo dejar que esto me derrumbe.
Avanzo con pasos pesados, arrastrando los pies a través del terreno terroso del campamento hasta llegar a mi tráiler. Cada paso se siente como una carga adicional de emociones que he intentado reprimir durante demasiado tiempo.
Finalmente llego, y la puerta del tráiler chirría ligeramente cuando la abro. Adentro, todo parece igual que siempre, pero nada se siente igual. El hogar ambulante que solía ser mi refugio ahora parece un lugar de confinamiento.
Me dejo caer sobre mi cama con un suspiro pesado, sintiendo cómo mis músculos se relajan solo un poco al contacto con el colchón, pero la presión en mi pecho no se alivia. Miro el techo del tráiler, notando por primera vez las pequeñas imperfecciones en la pintura. Mis pensamientos se arremolinan, tratando de entender lo que ha pasado.
Tapando mi cara con las manos, dejo que las lágrimas finalmente salgan. El sollozo que había contenido surge en la quietud del tráiler, resonando en el pequeño espacio. Las emociones de la noche, la rabia de mi padre, la imposición de sus reglas, el miedo a perder a alguien importante se apoderan de mí.
Pienso en Benjamín y en cuánto podría haber cambiado mi vida con esos pequeños encuentros. La tristeza y la frustración se mezclan en un caótico torbellino dentro de mi pecho. Papá no lo entendería, él piensa que el mundo del circo debe permanecer intacto y separado de todo lo demás. Pero yo anhelo algo más, algo que siento que está justo fuera de mi alcance.
Doy la vuelta en la cama y me acurruco bajo las mantas, buscando un consuelo que solo la soledad puede ofrecer. Mañana comenzaré los ensayos del trapecio, intentaré enfocarme en eso y en complacer a papá, pero esta noche… esta noche es solo para mis lágrimas y la tristeza que no puedo evitar.
Finalmente, el cansancio me vence y caigo en un sueño inquieto, lleno de imágenes confusas de trapecios, luces de circo y el rostro de un hombre que parece cada vez más distante.
****
A la mañana siguiente, me levanto con un peso en el pecho, pero sé que no tengo otra opción que enfrentar el día. Papá fue claro anoche, y debo comenzar los ensayos en el trapecio. No puedo dejar que mis emociones interfieran.
Llego a la carpa principal, donde el equipo ya está preparando todo. Instalan la malla de seguridad debajo del trapecio y me colocan el cinturón de seguridad. Me siento más segura con el equipo, pero la tensión sigue presente. Miro alrededor y veo a papá en una esquina, observando con su mirada inquebrantable. La molestia por lo que pasó anoche sigue allí, ardiendo en mi interior. Sus reglas me parecen absurdas e injustas, pero no puedo permitirme distraerme con eso ahora.
Subo a la plataforma y agarro las cuerdas del trapecio. El frío metal de las cuerdas contrasta con la calidez de mis manos, que empiezan a tensarse. Respiro hondo e intento despejar mi mente, enfocándome en lo que tengo que hacer.
El trapecio empieza a elevarse lentamente, y con cada metro que subo, siento cómo crece mi determinación. Me balanceo una, dos, tres veces, creando el impulso necesario para comenzar. Miro al frente, sin apartar la vista de mi objetivo.
La canción Unstoppable de Sia comienza a sonar con fuerza.
Empujo mis sentimientos de enojo y frustración al fondo de mi mente y me concentro. Siento el viento mientras me balanceo y comienzo con las primeras acrobacias. Me dejo llevar por el movimiento, confiando en mis entrenamientos anteriores. Mi cuerpo se mueve automáticamente, recordando cada giro, cada salto y cada agarre.
Mientras realizo las acrobacias, dejo que mi mente se libere de todo lo demás. Es en estos momentos que siento una extraña mezcla de libertad y control. La tensión en el aire, la preocupación y la decepción de la noche anterior, todo se desvanece mientras me enfoco únicamente en los movimientos.
Papá sigue observando desde una esquina, y aunque me siento todavía molesta por sus reglas, sé que esto también es una forma de mostrarle lo que puedo hacer, de alcanzar sus expectativas, incluso si no comparto sus opiniones.
Termino la rutina en el trapecio y al volver a la plataforma, siento cómo mi respiración se hace más ligera. Fue un buen comienzo, un primer paso para lo que nos espera. Miro una última vez a papá, esperando alguna señal de aprobación, pero su rostro permanece imperturbable.
Sin embargo, no importa. Lo hice bien, y espero que, con el tiempo, él pueda reconocerlo. Bajo de la plataforma con un poco más de confianza, sabiendo que a pesar de todo, puedo superar los obstáculos que se presenten, incluso si vienen de mi propio padre.
La malla amortiguadora se ve un poco desgastada después de tantas sesiones, pero hoy se siente como un refugio. He sobrevivido a mi primera rutina del día, y aunque mi cabeza sigue llena de dudas y frustraciones, el trapecio siempre ha sido mi escape.
Mientras me alejo un poco del ambiente de ensayo, me encuentro con algunos compañeros del circo. Se acercan a felicitarme, lo que provoca que una pequeña sonrisa se asome en mi rostro. Sus palabras de aliento y sus sonrisas me ayudan a olvidar, aunque sea un instante, mi descontento con papá. Intento absorber ese apoyo, recordando que el circo es una familia y que, a pesar de las diferencias, siempre estaremos ahí para levantarnos unos a otros.
Después de un rato, regreso a la sección principal de la carpa, donde escucho los sonidos de cuerdas y acrobacias. Todos están ensayando sus propios actos, y el ambiente está lleno de risas y la energía que genera el espectáculo. La risa de los trapecistas resuena, y me siento un poco más ligera mientras me acerco a ellos para ver sus ensayos.
Intento enfocarme en sus movimientos, aprender de ellos, y en parte me siento inspirada por su dedicación. Uno de los acróbatas más experimentados, un hombre llamado León, me observa y me lanza una sonrisa. Siempre ha sido un gran apoyo para mí, y en este momento, me da confianza saber que tiene fe en que puedo mejorar, debo llegar a ser como mi mamá.
Así va pasando la mañana, entre ensayos y pequeños descansos. Mi mente, aunque a veces traicionera, comienza a centrarse más en lo que realmente amo: el arte de volar en el trapecio. Pero Benjamín viene a mi mente, lo bien que me sentí con él.
Finalmente, después de un largo día de ensayos, decido que es hora de hablar con mi papá. Subo hacia la parte trasera del tráiler donde papá está revisando algunas cosas. Él me ve y levanta la mirada.
──¿Todo bien en los ensayos? ──me pregunta, sin dejar de trabajar. Su voz es tranquila, y aunque intento concentrarme en lo que dice, el tono me molesta un poco.
──Sí, pero necesitamos hablar ──digo, tratando de que mi tono sea firme pero calmado.
Él asiente y deja lo que tiene entre manos, preparándose para escuchar. Tomo aire, sintiendo cómo mi corazón late un poco más rápido.
──Anoche… Me molestó lo que dijiste. Necesito que entiendas que mis sueños no se limitan a seguir tus reglas. El trapecio es mi pasión, y necesito espacio para ser yo misma ──le digo, sintiendo que por fin esas palabras salen de mi boca.
Él se queda en silencio por un momento, y no puedo leer su expresión. Espero que mis palabras hayan llegado a él. Antes de que pueda responder, continúo.
──Sé que tienes buenas intenciones y quieres protegerme. Pero eso no significa que no pueda tomar mis propias decisiones. A veces, siento que las reglas nos separan en lugar de acercarnos, y necesito que lo comprendas.
—Frida, Estas reglas son porque he visto lo que puede suceder en el circo, y no quiero que te pase nada malo. —dice. ──. Tu vida es con la gente del circo, si regresaste a lo que amas quédate también con las reglas.
──Lo siento pero no las tomaré.
──Entonces no subirás al trapecio. ──elevo mi ceja. ──. Y puedo hacerlo.
──No te atreverías, me necesitas.
──Si, pero tú también me necesitas. Nada de extraños, Frida. Nada.
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Circus
RomanceFrida nunca conoció otro hogar que no fuera el circo. Creció entre trapecistas y magos, donde lo imposible se hace realidad cada noche. Pero durante una velada de ensueño en Texas, la realidad irrumpe en forma de un desconocido misterioso y persegui...