capítulo 12

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Capítulo 12
Frida Valentine

Bajo la cálida luz de una bombilla colgante, resplandece el pequeño puesto de tocas en la esquina de una calle bulliciosa. La noche envuelve el escenario, y ahí estamos, Benjamín y yo, sentados en una mesa de madera desgastada que cuenta más historias de las que cualquiera podría imaginar. Él, con una sonrisa relajada, se sumerge en el sabor de su taco como si fuera el primer bocado de comida después de un largo día. Yo, por otro lado, me encuentro absorta en la simpleza del momento, saboreando no solo mi comida, sino también la compañía.
──¿Vienes seguido? ──pregunto, rompiendo el silencio que se había asentado cómodamente entre nosotros.
──No tanto como quisiera. ──responde con un tono de voz que sugiere una mezcla de revelación y remordimiento. ──. Descubrí este puesto hace un par de meses. Estaba conduciendo sin rumbo y, bueno, llegué aquí.
Observo que sus ojos se iluminan al recordar el momento, y sin poder evitarlo, asiento. Su historia despierta en mí una chispa de curiosidad y me encuentro deseando conocer más, no solo del puesto, sino también de él.
──¿Te gustan? ──pregunta, y aunque la pregunta es simple, su mirada me invita a compartir más que mi opinión sobre la comida.
──Sí. ──respondo sinceramente, dejando que mi sonrisa hable por mí.
Benjamín me estudia por un momento y luego, con una suavidad en su voz que hasta ahora no había notado.
──¿Hacen vida fuera del circo?
No puedo evitar reír. Es una pregunta que he escuchado incontables veces, pero viniendo de él, siento una genuina curiosidad por saber más de nuestro mundo.
──Claro que sí. ──digo entre risas. ──. Es solo que nuestra vida es viajar y viajar. Solemos quedarnos largas temporadas en ciudades, pero sí hacemos vida fuera del circo.
Él asiente, tomando otro bocado de su comida.
──¿Cuánto tiempo van a quedarse aquí?
──Un par de meses… solemos quedarnos temporadas. Quizás tres meses. ──le explico, tratando de ocultar el deseo de que este encuentro no sea solo una coincidencia pasajera.
Se inclina hacia adelante, acercándose a la mesa.
──¿Te gusta viajar? ¿Ir de ciudad en ciudad?
Ladeo mi rostro, contemplando la pregunta.
──Estoy acostumbrada. Es una manera de conocer el mundo. Me gusta. ──admito, encontrando una verdad en mis palabras que hasta ahora no había reconocido completamente.
──Yo suelo viajar, pero la verdad… solo es por trabajo. ──confiesa con un suspiro, como si esa realidad le pesara más de lo que quisiera admitir.
La conversación fluye tan naturalmente. Benjamín juega con el último pedazo de taco en su plato, su mirada perdida por un momento en la contemplación de algo que parece estar más allá de nuestras palabras.
──Siempre me ha interesado el circo. ──comienza, recobrando la conexión. ──. Esa mezcla de magia y realidad, de destreza y belleza, todo en un solo lugar. ──Le brilla una chispa en los ojos que contagia, una mezcla de curiosidad y admiración.
Es mi turno de contemplar; la idea de compartir un pedazo de mi mundo con alguien ajeno a él siempre me ha parecido tanto intrigante como intimidante.
──El circo es más que un espectáculo. ──le explico. ──. Es familia, es hogar; es un conjunto de personas dedicando sus vidas a contar historias a través de sus talentos.
──Parece exigente.  ──comenta, su tono revelando un respeto profundo.
──Lo es. Pero también es gratificante. Ver las caras del público, especialmente los niños, llenos de asombro y alegría… Eso no tiene precio.
La luz de la bombilla parpadea, como si enfatizara la importancia de nuestras palabras, creando un pequeño universo solo para nosotros en esa esquina de la ciudad.
──¿Y tú, Benjamín?. ──pregunto, volteando la conversación hacia él. ──. Has mencionado que viajas por trabajo. ¿Qué es lo que haces exactamente?
Se reclina, tomando su tiempo para responder.
──Soy dueño de un petrolera. Petróleos Hack. Es un negocio familiar. Extraigo el famoso oro negro por el cuál muchos van a guerra.
──Suenas como si… estuvieras en un lugar que no te agrada. ──señalo.
──Es posible. ──admite con una sonrisa humilde. ──. La verdad es que me resulta aburrido.
El aire se llena de un entendimiento silencioso.
──¿Cuál es tu lugar feliz?
──Te va a sorprender mi respuesta. ──musita. ──. Pero ahora, es aquí.
Debo admitir que me sonrojé y no solo eso, mi corazón se aceleró precipitadamente. Intenté no darle más fuerza de la necesaria sumergiéndonos en otro tipo de conversación.
La cena había sido una sorpresa agradable; nunca imaginé que algo tan simple como unos tacos podrían ser el preludio de un momento indeleble. Mientras Benjamín conducía de vuelta, el silencio se entretejía cómodamente entre nosotros, como si conociera su lugar en la trama de esa noche.
El auto se detuvo sin prisa en el estacionamiento vacío del circo; las luces de las carpas apagadas parecían guardianes silenciosos de nuestros secretos aún no confesados.
──Me gustó la cena.  ──dije, rompiendo el silencio, pero no el encantamiento de la noche. Con un gesto sencillo, Benjamín sonrió, esa clase de sonrisa que parece decir más de lo que las palabras permitirían.
──Y a mí me gustó tu compañía, gracias por aceptar. ──respondió, con un tono de voz que parecía acariciar el aire.
Estaba a punto de acercarme para despedirme, siguiendo el guion no escrito de cómo deberían terminar las noches como esta. Pero algo dentro de mí, tal vez un impulso largo reprimido o tal vez la magia que solo un circo a oscuras puede destilar, me instó a ir más allá. Sin comprender completamente mi propio atrevimiento, me incliné hacia él y reclamé sus labios en un beso.
El beso, tierno y exploratorio al principio, fue rápidamente correspondido. Benjamín, superada su inicial sorpresa, me respondió con una pasión que parecía haber estado aguardando bajo la superficie de la noche. Por un momento, el mundo exterior se evaporó, dejándonos solos en la burbuja de nuestra creación.
Me separé primero, luchando contra el torbellino de emociones y sensaciones que el contacto había desatado. Sonreí, más por nerviosismo que por otra cosa, y me bajé del auto con una rapidez que no me caracteriza. De pie, a una distancia cómoda pero indecidiblemente corta, lo observé. Benjamín había salido del auto y me devolvía la mirada, un espejo de mi propia confusión y deleite.
Sin decir una palabra más, me di la vuelta y me perdí entre las sombras de las carpas apagadas, dejando atrás un silencio lleno de palabras no dichas y promesas no formuladas. Las mariposas en mi estómago no eran simplemente mariposas; eran fuegos artificiales, eran constelaciones danzando. Sintiendo su mirada en mi espalda, sabía que esta noche había cambiado algo, irrevocablemente. La magia del circo, testigo mudo de nuestro momento, nos había envuelto para siempre en su hechizo.

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