capítulo 14

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Capítulo 14
Benjamín Hack.

Al llegar a mi apartamento, la luz brilla intensamente a través de la ventana, y puedo ver que todo está iluminado. Me detengo un momento en la entrada, sintiendo cómo el leve aroma de la comida recién hecha se mezcla con el aire. Acabo de pasar una tarde agradable con Frida; comimos  en el centro y hablamos sobre los ensayos, los sueños y las frustraciones. Me siento un poco más liviano, aunque la imagen de lo que me espera aquí me tensa.
Al abrir la puerta, el sonido de las voces de mis padres me recibe. Me doy cuenta de que mi madre está sirviéndole un trago a papá en la mesa del comedor. Me sorprende un poco verlos juntos, lo que me hace fruncir el ceño.
Sin pensarlo, suelto mi mochila y pregunto casi automático, tratando de ocultar mi incomodidad.
──¿Cómo hicieron para entrar?
Mi madre gira la cabeza hacia mí y su rostro se ilumina con una sonrisa.
──¡Cariño, llegaste! ──exclama, dejando sus cosas a un lado para apresurarse hacia mí. Me abraza con fuerza y me besa en la mejilla, su calidez me reconforta un instante, aunque sigo con la misma pregunta en mente.
──¿Cómo entraron? ──insisto, observando cómo papá me lanza una mirada que mezcla diversión y desafío.
Él se levanta de la silla.
──Soy el dueño, a mí no me prohíben la entrada.
Su respuesta me irrita un poco, pero decido no dejar que eso me abrumé. No quiero arruinar el momento familiar, aunque la tensión que siempre existe entre ellos y yo parece estar presente. Papá siempre tiene que dar la última palabra.
──No es eso. Sabes que no me gusta que entren sin avisar ──le digo, tratando de que no suene despectivo, pero también poniendo un límite.
Mi madre, que ha estado sonriendo, parece darse cuenta de que estoy tenso. Trata de suavizar el ambiente.

──Nos preocupábamos por ti, cariño. Te llamamos y no contestaste. Así que decidimos venir a verte. Queríamos asegurarnos de que estuvieras bien ──ella explica y, aunque su tono es dulce, siento el peso de la situación.
──No tenía señal. Estaba comiendo… —le respondo, todavía en guardia.
Mi madre interrumpe, tratando de cambiar de tema.
──¿Quieres cenar algo? Hice tu plato favorito.
El gesto de mi madre me hace sentir un poco menos tenso. Puede que sea un pequeño acto, pero me recuerda que, a pesar de las diferencias, a veces intentan cuidar de mí.
──No, gracias. Estoy bien ──vuelvo a reiterar, ahora con un tono más conciliador. No quiero más discusiones.
Miro a papá, intentando entender su postura y por qué se siente en la necesidad de ser tan autoritario. Sin embargo, decido que lo mejor es dejarlo pasar. Aunque hay preguntas sin respuesta flotando en mi cabeza, no es el momento.
Mientras me quito la chaqueta, veo a mis padres intercambiar una mirada. Sé que hay mucho entre ellos que no discuten, pero hoy, al menos por un rato, puedo disfrutar de la idea de que estuvimos juntos un tiempo, aunque la tensión permanezca en el aire. Decido hacer un esfuerzo, entender que todos estamos aquí en este mismo espacio, y eso, en algún punto, debe significar algo.
Mientras mi madre se aleja a la cocina, papá aprovecha la oportunidad para comenzar con su interrogatorio habitual. Se sienta de nuevo en la mesa, mirándome con esa seriedad que siempre incomoda.
──¿Y qué crees que estás haciendo? ──replica, y su tono se siente como un golpe. Se nota que está preocupado, pero también hay una necesidad apremiante de comprobar que yo sigo en el camino que él ha marcado.
──Sólo estoy tratando de mantener las cosas bajo control, como mencioné. ──Mi voz es más calmada de lo que me siento en este momento, pero por dentro, la frustración hierve. Cada pregunta suya es como un recordatorio de que su visión de mí es un camino que no elegí.
──¿Has hecho algo con los proveedores? ¿Qué pasa con la logística? Tienes que tener eso bien claro. Ya sabes cuánto hemos luchado por tener buenas relaciones en el sector. ──La presión en su voz me hace sentir como si tuviera que rendir cuentas.

──He estado en contacto con algunos, papá. Se han presentado complicaciones, pero estoy manejándolo ──respondo, tratando de sonreírle para que no se dé cuenta de lo mucho que me pesa esto. Pero la verdad es que estoy cansado de tener que demostrarle que estoy en lo correcto, de querer satisfacer sus expectativas.
──¿Complicaciones? Eso no suena bien. Te tienes que asegurar de que esos problemas no se conviertan en obstáculos. Nunca sabes cuándo puede volverse crítico —su preocupación es palpable, pero al mismo tiempo, el tono que usa siento que es más de control que de apoyo.
──Lo sé, entiendo la gravedad de la situación ──digo, intentando no sonar a la defensiva. Pero la verdad es que mi agotamiento mental crece con cada palabra que él pronuncia, como si cada pregunta fuera una carga más.
──Hiciste un excelente trabajo cuando te dejé en la empresa. No me gustaría pensar que no estás enfocándote en el futuro. ──Esto último me toca un punto sensible. La presión que siente por su legado es aplastante, y cada vez que menciona su confianza en mí, siento que bajo esa confianza hay una expectativa que es difícil de llevar.
──He estado trabajando duro, papá. Pero ya sabes que las cosas cambian, y no todo depende de mí. ──Mis palabras son honestas. Cada vez que menciona la empresa, veo la obviedad de que nunca he tenido el mismo fervor por ella que él.
──A mí no me importa lo que digan los demás. Lo que quiero es que estés listo para cualquier desafío.  ──Sus ojos reflejan la determinación con la que ha vivido su vida, y no puedo evitar sentir que su visión es la única que importa.
──Entiendo eso, pero me gustaría que pudiera considerar otras perspectivas. No todo se reduce a la extracción y las ventas. ──Mi voz es ahora más firme, y empiezo a sentir que tal vez estoy dando un paso hacia una conversación más abierta.
Él se queda en silencio un momento, evaluando mis palabras. Puede que no quiera entenderlo, pero al menos creo que he plantado una pequeña semilla de duda en su cabeza.
──Te lo digo por tu bien, Benjamín. La vida es dura y no te dejará errores. ──Su tono es de advertencia.
──Sí, creo que lo entiendo, ──respondo, sintiendo cómo la conversación me deja exhausto. ──. Solo espero que puedas entender que también necesito explorar mis propios intereses, lo que quiero lograr más allá de la empresa.

Él asiente, pero no estoy seguro de si realmente capta lo que trato de decir. Se siente como un ciclo interminable de expectativas y presión. Las palabras que acabamos de intercambiar ya están demasiado cargadas de tensiones pasadas.
La conversación se detiene ahí, pero la sensación de que este es un dilema complicado que no se resolverá fácilmente persiste. Solo quiero que mi viejo entienda que tengo mis propias metas, aunque esto haga que nuestra relación sea aún más complicada. He prometido no dejar que eso me consuma, pero cada vez que me enfrento a su enfoque, siento que estoy otra vez en la misma trinchera, luchando contra lo que se espera de mí.
Estoy cansado.
Saco mi teléfono mientras mis padres hablan, y tecleo un mensaje a quien me permite ser quien en realidad soy.
Me gustó cenar contigo, debimos quedarnos allá…
No hay respuesta de ella. Nada…
──¿Benjamín? ──mi madre habla.
──Dime. ──dejo el teléfono a un lado.
──Vimos a Moira hace días. ──me tenso. ──. Está muy hermosa. Cariño, no debiste terminar esa relación, ella era perfecta para ti.
──¿Van a quedarse más tiempo? Estoy agotado. ──Mi padre entrecierra sus ojos. ──. ¿Podrían irse ya? —les digo, tratando de sonar lo más educado posible. Mi voz suena más firme de lo que siento.
──Claro, Benjamin, pero no olvides lo que hablamos. ──Mi padre me lanza esa mirada, mezcla de preocupación y decepción, mientras mi madre asiente suavemente y se levanta.
Una vez que cierran la puerta del apartamento, respiro profundamente. Cierro los ojos un momento, sintiendo que la presión desaparece, aunque di un paso hacia adelante hacia el caos emocional que me abruma. Voy hacia el mueble y busco mi teléfono.
Nada. No hay mensajes de Frida. La inquietud crece en mí. Intento olvidarme de eso, pero el silencio es ensordecedor. Decido llamarla, aunque en el fondo sé que estoy perdiendo mi tiempo. Marcar su número es como arrojar una botella al mar esperando que alguien la encuentre.

La llamada se va a buzón. Cierro los ojos, frustrado, y decido dejar de insistir. Quizás sea mejor no buscarla por ahora. No quiero quedar atrapado en esta espiral de incertidumbre. Con el teléfono aún en la mano, me dirijo a mi habitación.
La cama me parece el lugar perfecto para desconectar, así que me dejo caer sobre ella. Cierro los ojos y trato de relajarme, pero dentro de mí, la inquietud no me deja en paz.

****

Finalmente, el día pasa. Ya es al siguiente día y estoy en la empresa, rodeado de un ambiente que debería ser familiar, pero hoy se siente distante. Mis trabajadores hablan sobre cifras y pronósticos, pero mi mente está en otro lugar.
Las reuniones comienzan, y durante cada una de ellas me esfuerzo por mantenerme enfocado. Trato de seguir las estrategias, de aportar ideas que puedan realmente marcar la diferencia, pero es difícil concentrarse cuando mis pensamientos vagan hacia Frida y su ausencia.
A veces, en medio de una exposición, mi mirada se desliza hacia el teléfono, una esperanza infructuosa que crece cada vez que escucho un timbre. Pero allí está, en silencio. Aún sin mensajes, aun sin respuesta.
La ansiedad comienza a apoderarse de mí. Sé que debo cumplir con mis responsabilidades, pero la inquietud por lo que está pasando con Frida me impide disfrutar de la sensación de estar en la oficina. Así que me esfuerzo un poco más, tomando notas e interviniendo cuando es necesario.
Las horas pasan, y mientras me sumerjo en la monotonía de los informes y las proyecciones, la incertidumbre por su silencio se convierte en un eco persistente en mi mente. ¿Dónde estará? ¿Por qué no contesta? Desearía que esta sensación se disipara, que pudiera concentrarme únicamente en lo que tengo que hacer. Pero lo que más me pesa es el temor a que la vida avance sin mí, que las cosas cambien y no me dé cuenta hasta que sea demasiado tarde.
Decido irme a almorzar a mi oficina, buscando un momento de tranquilidad para despejar la mente. Con el teléfono en la mano, intento ignorar el ambiente bullicioso de la empresa y concentrarme en mi sándwich, pero el apetito se me ha escapado entre los nervios y la ansiedad.

De repente, siento una vibración en mi bolsillo. Levanto la vista del plato y, con un giro furtivo, miro la pantalla de mi teléfono. Mi corazón da un vuelco al ver que es un mensaje de Frida. Cierro la puerta de mi oficina, buscando un refugio del mundo exterior, y acudo a la pantalla con una mezcla de ansias y nerviosismo.
Abro el mensaje rápidamente.
Disculpa, llegué y tuve una discusión con mi papá. Y luego fue día de ensayos. Finalmente aquí estoy. A mí también me hubiese gustado quedarme allá, te lo juro.
Una exhalación involuntaria escapa de mis labios. Alivio y preocupación se entrelazan en mi pecho. Finalmente, tengo noticias de ella, pero no puedo evitar que el eco de sus palabras me preocupe. La mención de una discusión con su padre resonó profundamente en mí, pues sé lo complicado que puede ser aquello.
Me aferro al teléfono mientras pienso en cómo responder. Quiero consolarla, hacerle saber que estoy aquí para ella, pero también quiero darle espacio. No quiero ser indiscreto. Entonces elijo mis palabras con cuidado y escribo.
Lo siento mucho, Frida. Espero que estés bien. Estoy aquí si necesitas hablar.
Después de enviarlo, me siento un poco más tranquilo, pero la inquietud por lo que sucedió con su padre me deja pensando. Un momento de silencio cae en la oficina, algo que aprecio. Utilizo la pausa para pensar en lo que significan nuestras emociones el uno para el otro.
Mientras masticar un bocado del sándwich, la imagen de Frida vuelve a mi mente: sus gestos, esas risas que compartimos y la manera en que nuestras conversaciones parecen absorber el tiempo. Su ausencia en este momento se siente más dolorosa de lo que había imaginado.
Unos minutos pasan, y no puedo evitar volver a mirar el teléfono, esperando que ella responda. La espera se hace pesadísima, cada segundo parece prolongarse, pero el mensaje que le envié se queda sin respuesta. El sonido de la oficina regresa, los murmullos de mis compañeros se convierten en un ruido de fondo que apenas escucho.
Finalmente, decido hacer un esfuerzo consciente por concentrarme en el trabajo. Las horas siguientes se deslizan entre informes y reuniones, pero mi mente sigue divagando hacia Frida y su situación. El deseo de saber más sobre su día de ensayos y cómo estuvo todo con su padre me incomoda.

Mientras anoto algo en un documento, de repente, el teléfono vibra de nuevo. Me detengo en seco y lo miro. Es un mensaje de Frida.
Te agradezco que estés ahí. Quiero contarte todo cuando pueda. Ahora mismo estoy ensayando sin el trapecio, lamento si tardo en responder.
El calor de sus palabras me reconforta. Puedo sentir su sinceridad a través de la pantalla, y eso es suficiente para que una pequeña chispa de esperanza surja dentro de mí. «Aquí estoy», pienso. Me gustaría que no hubiera tantos obstáculos, que pudiéramos simplemente ser nosotros mismos sin las complicaciones del mundo exterior.
Respondo rápidamente: “Tómate tu tiempo. Estoy aquí cuando lo necesites.”
Con cada intercambiar de mensajes, la atmósfera entre nosotros se siente un poco más cerca, aunque los problemas sigan existiendo. A pesar de todo lo que nos rodea, siento que hay un hilo que nos une, y eso me da la fuerza para seguir adelante. Al menos por ahora, puedo ser su ancla en medio de la tempestad que nos toca enfrentar.
¿Quieres ver mi ensayo?
Si, por favor.
Mi teléfono comienza a vibrar con una video llamada, la contesto al instante Frida aparece, sonríe al verme.
──Haz silencio. No me des concentres. ¿Ok?
──Ok.
La música comienza a sonar y ella se aleja dejándome ver cómo hace las piruetas simulando que esta en el trapecio, mi corazón se agita al verla, lleva una malla de ejercicio rosa que podría pasar como su piel. Hace movimientos con sus manos tal delicados y tan perfectos que me siento hipnotizado por ella.
Sonríe hacia la cámara.
──nadie va a evitar que te vea.


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