capítulo 4

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Capítulo 4
Benjamín Hack.
Un acto.

Nunca imaginé terminar una noche así. La ciudad deslumbra a través de las ventanas del piso veintidós, mi santuario de cristal y acero en medio del caos urbano. Cada edificio es un recordatorio titilante de lo lejos que he llegado… y de lo bajo que caí anoche. Con cada paso que doy, mi reflejo en el mármol pulido me grita el precio de los lujos: tranquilidad, sí, pero a cambio de una oscuridad que llevo clavada en el pecho.
Lanzo mi abrigo contra el sillón, deseando que pudiera quitarme la irritación tan fácilmente como me deshago de la prenda. El enojo me bulle dentro, una mezcla tóxica de ansiedad y adrenalina. Dormido en la jaula de un león, ¿cómo pude llegar a tal extremo? Los recuerdos vienen a mí como fragmentos de un sueño febril, la risa de Federico, el brillo de la luna sobre el circo, la sensación embriagante y a la vez amarga del licor bajando por mi garganta.
Federico me dejó allí, en la jaula, como una de nuestras bromas adolescentes llevadas al extremo. Pero esto no es un juego de niños, somos hombres de negocios, deberíamos estar más allá de estas locuras. La traición me pesa, me arrastra hacia abajo, hacia recuerdos de un tiempo más simple que, por lo visto, no hemos superado.
La ducha me espera, chorros de agua caliente que prometen limpiar la suciedad del cuerpo, pero no del alma. Allí, mientras el vapor empaña la realidad, su rostro viene a mí. La chica, la rubia. Su belleza era tan impactante que en el instante en que abrí mis ojos, y la vi a través de la neblina del miedo y la resaca, creí por un segundo que había muerto y estaba en el limbo.
Su valentía me dejó sin aliento, ella controlo al león como si fuese una mascota, como si fuese un dulce cachorro.
Me detengo bajo el agua, dejando que corra por mi piel, cerrando los ojos para grabar mejor su imagen en mi memoria. Un ángel entre bestias y borrachos, un faro de esperanza cuando todo lo que tenía era la expectativa de unos colmillos cerrándose alrededor de mí.
El sonido persistente de mi teléfono atravesó la neblina del vapor de la ducha. El timbre, normalmente agradable, me taladraba el cerebro con una urgencia que me envolvía como una toalla húmeda y fría. Salí con paso tambaleante, envuelto en algodón y preguntas sin respuesta. Mis dedos resbalaban sobre la pantalla húmeda hasta que finalmente atendí.
──¿Dónde diablos has estado, Benjamín? ──La voz de Federico me golpeó con una extraña mezcla de alivio y furia. ──. Me desperté solo en medio del campo del circo, hombre. Algunos payasos borrachos me sacudían como si fuera un saco de dormir olvidado. Fue horrible.
──A un paso de ser desayuno de león, eso es donde he estado. ──escupí las palabras con desdén mientras recorría la habitación buscando ropa limpia. ──. Por cierto, gracias por la parte que te toca en esta locura.
──¿Qué? ¿Jaula de un león? ¡Ben, por favor!
──No es ninguna broma, Federico. Una chica del circo… ella me sacó de allí. ──Puedo sentir cómo mi mandíbula se tensa al recordar su  valentía y serenidad.
Hubo una pausa al otro lado de la línea, un silencio que colgaba entre nosotros como el humo pesado de un cigarro.
──Lo siento, Ben. No sé cómo llegamos tan lejos esta vez.
──Ya no somos esos adolescentes rebeldes, Federico ──suelto  las palabras como balas, pero mi voz traiciona la irritación mezclada con preocupación. ──. Tenemos responsabilidades, carreras… Esto podría haber acabado de una manera mucho peor para los dos.
──Lo sé, Ben. Lo sé… ──Su voz se desvanece y puedo imaginarlo pasando la mano por su pelo, una señal típica de su ansiedad.
──Estaba en la jaula de un puto león. ¿Lo entiendes?
Hay una pausa larga y pesada antes de que continúe.
──Escucha, me alegro de que estés bien, de verdad. ──Federico finalmente rompe el silencio. ──. Lo entiendo, lo lamento.
Acepto con un murmullo. Ambos necesitamos encontrar una manera de reconciliar los fantasmas de nuestro pasado travieso con los hombres que hemos trabajado tan duro por ser. Los vestigios del agua se evaporan de mi piel, pero la inquietud de la noche anterior se aferra a mí, un recordatorio de que algunas marcas no se lavan tan fácilmente.

La llamada termina. El ruido de la ciudad de fondo se impone, pero mis pensamientos siguen girando alrededor del rostro de aquella chica rubia. La salvadora que surgió de la nada, la respuesta a una plegaria que no sabía que había hecho.
Me visto lentamente, seleccionando cada prenda como si fuera armadura para el encuentro que tengo pendiente.
Debo agradecerle a la chica, ese simple gracias que solté jamás será suficiente.
Debo ir a trabajar.

***
El cuero bajo mis palmas era familiar, como el trayecto hacia el corazón de concreto y cristal que era mi empresa. Sin embargo, la imagen del circo que se cernía a lo lejos, con sus carpas ondeando como peces fuera del agua, imprimía en mi mente un relieve insólito. Hacía sólo horas, mi despertar había tenido como telón de fondo el rugido de un león; un sonido que me perseguiría más allá de lo que quisiera admitir.
Pero había algo o mejor dicho, alguien que eclipsaba incluso al rey de la selva en mi torbellino de pensamientos: la rubia platinada. La salvadora de una situación que fácilmente podría haberse narrado con un final sangriento en lugar de con una taza de café aguado. Ella, aunque atrapada en una sonrisa valiente, merecía más… mucho más que un mero agradecimiento.
Aun así, cada segundo del reloj pulverizaba la posibilidad de un desvío heroico hacia ese mundo de lonas y trapecios. La responsabilidad me laceraba con su látigo, tirando de mí hacia el imponente edificio que prodigaba mi apellido en metal y mármol. Mis pasos eran firmes, talados en la seriedad que mi rol demandaba, pero dentro mío, las vibraciones de la resaca golpeaban como címbalos burlones.
Atravesé los pasillos con una determinación forjada en noches insomnios y días que nunca parecían tener suficientes horas. Pero al cruzar la puerta de mi oficina, la presencia de mi padre, con su silueta recortada contra el ventanal y un whisky que proyectaba tonos ambarinos en su mano, detuvo mi universo.
──Buenos días. ──su voz era un quejido suave de maderas nobles y experiencia.
──Buenos días. ──Susurro cerrando la puerta detrás de mi.
No es un sorpresa conseguirlo aquí, es su empresa. Y aunque ya no trabaja en ella, siempre viene para cerciorarse de que yo, no la esté destruyendo..
Hablamos de negocio, la extracción de petróleo en el golfo, los números, las perspectivas. Pero mi atención era un barco a la deriva, chocando contra las olas de la noche anterior. Mi padre, llamó mi atención con una voz que cortaba la bruma, haciéndome anclar en el presente.
──Una noche larga, supongo. ──Murmuré, casi en defensa.
Él me observó con la precisión de quien ha aprendido a leer entre líneas de balances y gráficos bursátiles. Su réplica no fue un reproche, sino la mera constatación de una verdad incómoda.
──Lo ‘largo’ parece más un asunto de bebida que de horas, Benjamín. Los negocios exigen enfoque. ──dijo, y en sus palabras no había juicio, solo el eco de un imperativo ineludible.
No podía saber nada de la noche anterior.
Respiré hondo, permitiéndome un momento para atisbar desde el vertiginoso piso que ocupaba, el circo que ahora era poco más que una mancha de color contra la expansión urbana. La resaca y la nostalgia se diluyeron en el deber, en el sabor agridulce de lo que se deja atrás para enfrentar el imperio de lo urgente, nada más.
Nada más.

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