capítulo 8

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Capítulo  8
Benjamín Hack

Salí del circo, y mientras escuchaba los sonidos provenientes de afuera de la carpa, mi mente repasaba lo que acababa de presenciar. Aquellos intensos ojos azules de la rubia malabarista seguían grabados en mi memoria. Era bellísima. Subí a mi deportivo, dejando atrás ese mundo de ilusiones y fantasía para regresar a la ajetreada vida en la ciudad, rodeado de altos edificios y mis millones de dólares.
Al llegar a mi apartamento en lo alto del rascacielos, fui recibido por un silencio casi tangible. Mis pasos resonaban en el pasillo oscuro, mis pensamientos revoloteaban en mi mente. De repente, un movimiento en el sofá captó mi atención. Ahí estaba ella, mi ex prometida, con poca ropa y una sonrisa radiante que iluminaba la habitación.
──Buenas noches, Ben. ──susurro con esa calidez de siempre.
Su presencia llenaba cada rincón, desvaneciendo los límites entre lo que había sido y lo que era. Al levantarse para saludarme, la copa de champagne en su mano brillaba bajo la luz tenue, como un faro en medio de mis recuerdos.
Cuando su mano rozó mi pecho, una sonrisa se dibujó en su rostro, y no pude más que recibir la copa con una mezcla de sorpresa y diversión. La seguía con la mirada, cautivado aún por aquellos movimientos tan familiares, mientras se deshacía de mi saco con una familiaridad que ya no debería existir entre nosotros. El silencio que envolvía la habitación era casi tangible, un testigo mudo de la tensión y el remolino de emociones que me inundaba.
Fue mi voz la que rompió el hechizo, un mero susurro en un intento por encontrar piso firme en esa tormenta de sentimientos.
──¿Qué haces aquí? ──La pregunta se deslizó entre nosotros, cargada de todas las palabras no dichas, de todos los adioses que nunca se pronunciaron como debían.
Ella se detuvo justo frente a mí, y con una sonrisa que delineaba cada palabra.
──Extrañaba a mi ex prometido, sus sesiones  y a su deliciosa polla. ──murmura.
En ese instante, el pasado y el presente se entrelazaron de tal manera que me era imposible discernir dónde acababa uno y comenzaba el otro. Su respuesta, cargada de una sinceridad que me desarmaba, me hizo cuestionar todo lo que había creído superado. En su sonrisa se escondían capas de complejidad y sentimientos no resueltos, abriendo de nuevo un capítulo que pensé cerrado para siempre.
Me encontraba frente a ella, casi como si el tiempo hubiera decidido darnos una tregua, una pausa que personalmente no había pedido. Su sonrisa era la misma de siempre, como si los años no hubieran pasado entre nosotros, como si la última vez que la vi no hubiera sido en circunstancias tan drásticamente diferentes.
──¿Qué haces aquí? ──La pregunta salió de mí una vez más, intentando ignorar cómo su mera presencia ponía en duda toda la estabilidad emocional que había construido meticulosamente desde que cada uno tomó su propio camino.
──Ya te lo dije. ──respondió Moira, con su sonrisa aún intacta. Esa sonrisa que siempre tuvo el poder de desvanecer mis dudas, ahora no hacía más que aumentarlas.
Mi mirada seguía cada uno de sus movimientos mientras jugaba con los botones de mi camisa, una familiaridad que había creído perdida. Era una danza de recuerdos y sensaciones que pensé habían quedado atrás, cada toque un recordatorio de lo que una vez fue.
──¿Dónde está tu esposo, Moira?
──Por allí.
──Vístete. No debes estar aquí. ──recalco alejándome de ella.
No necesito esto justo ahora.
Me senté en silencio en el comedor, siguiéndola con la mirada. La rabia crecía en mi interior por la reaparición de ella en un momento inoportuno.
──¿Qué demonios estás haciendo aquí? No te quiero cerca. ──espeté, dejando escapar la furia acumulada.
Ella se volteó, con una expresión de sorpresa y también de desafío en su rostro.
──No puedes simplemente descartarme así, Ben. Tenemos asuntos pendientes que resolver. ──respondió ella, con tono desafiante.
Apreté los puños, conteniendo la ira que me invadía.
──Los asuntos pendientes quedaron en el pasado. Ya no estoy dispuesto a caer en tus manipulaciones. Vete y no vuelvas. Tus juegos ya no funcionan, hazlos con tu esposo. ──gruñe para marcharse marcando su paso en el piso.


Ella frunció el ceño, visiblemente molesta por la negativa.
──No puedes cerrar la puerta así como así. Aún nos queremos, podemos trabajar en esto juntos. ── insistió ella, con un dejo de desesperación en su voz. ──. Tener nuestros momentos. ¿Lo recuerdas?
Murmura muy bajo incitando a que el pasado vuelva, a que los momentos íntimos entre nosotros me hagan flaquear, ella me enseñó un mundo de disfrute, con ella di rienda suelta a mis mas oscuras fantasías pero no…
Me levanté de la silla con determinación.
──Lo que hubo entre nosotros ya no existe. no vuelvas a molestarme. ──concluí, empujando la silla con frustración mientras ella abandonaba el apartamento, dejando atrás un capítulo que me negaba a reescribir.
Me levanto de la silla, arrastrado por una especie de determinación vacía. No enfrento los problemas del día o las complicaciones de mi trabajo; esta es una batalla interna, solitaria, que libra un hombre contra sí mismo en la oscuridad de su apartamento. Me dirijo hacia el lugar donde guardo las botellas, movido por una fuerza que parece ajena a mi voluntad. La luna, escurridiza, filtra su luz a través de la ventana, otorgándole a este momento una solemnidad inesperada.
Tomo una botella de whisky, mi acompañante en noches de soledad o reflexión profunda y la abro. Me sirvo un vaso; el líquido ambarino fluye con una lentitud consciente, como si comprendiera el peso de este instante. Sostengo el vaso, siento en él el peso no solo del líquido sino de todas mis decisiones, de mi vida entera concentrada en ese breve espacio.
Me llevo el vaso a los labios, pero algo se quiebra dentro de mí. No sé si es conciencia, temor, repulsión o un instante de clara lucidez en medio de mi caos interno. Esto me detiene. El vaso se mantiene en el aire, suspendido en una eternidad momentánea, hasta que mi brazo cede; y con la misma fuerza de mi desesperación interna, lanzo el vaso contra la pared.
El cristal se hace añicos, y con él, algo se rompe en mí también. No es liberación lo que siento, sino la confirmación de mi derrota, de mi vulnerabilidad. La oscuridad de la noche vuelve a envolverme, ahora más opresiva.

Debería irme a la cama, buscar el olvido temporal en el sueño, intentar huir por unas horas de esta tormenta interna. Pero no lo hago. Algo dentro de mí se resiste a seguir ese camino. Casi sin pensarlo, cojo las llaves de mi auto y salgo del apartamento. El ascensor desciende en un silencio cargado de presagios.
Al llegar al estacionamiento, desactivo el seguro de mi auto y me subo. Enciendo el motor y me quedo allí sentado por un momento, perdido, sin saber hacia dónde dirigirme. No tengo un destino en mente; el objetivo es escapar, alejarme de mis pensamientos, de ese lugar, de mí.
Así, inicio un viaje sin rumbo por las calles vacías, bajo la inmensa bóveda de la noche. La ciudad se despliega ante mí, una mezcla de sombras y luces difusas que reflejan el tumulto de mi mente. No sé hacia dónde voy; lo único que importa es el movimiento, la huida, aunque solo sea por un instante, de la tormenta que soy yo.


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