capítulo 11

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Capítulo 11
Benjamín Hack

Las suelas de mis zapatos crujían levemente sobre la paja esparcida en el suelo de la carpa, un leve recordatorio del mundo exterior que se desvanecía a medida que mis ojos se acostumbraban a la penumbra del interior. El aire estaba impregnado de un aroma a tierra y a vida salvaje, un olor que, de alguna manera, me resultaba reconfortante. A pocos metros, Frida, con su silueta delineada por la tenue luz que se filtraba a través de la lona, hablaba con una pasión y un conocimiento que iban más allá de su edad.
──Los leones──. empezó con una voz tranquila que parecía bailar con el silencio del lugar, ──. son criaturas fascinantes. A pesar de su fiero aspecto, tienen una complejidad y una elegancia que muchas veces pasamos por alto.  ──Observé fascinado cómo su expresión se iluminaba al hablar de ellos, cómo sus manos dibujaban en el aire la majestuosidad de estas bestias, aun cuando reposaban tranquilamente en sus jaulas, sumidos en el mundo de sus sueños.
El sonido de su voz mezclándose con el murmullo del viento contra la carpa creó un efecto hipnótico, y por un momento, el mundo exterior dejó de existir. Solo estábamos Frida, los leones dormidos y yo, suspendidos en ese instante etéreo. El conocimiento que ella compartía se desplegaba ante mí, no solo en palabras, sino en sensaciones, en imágenes vívidas que se grababan en mi mente.
Cuando el fluir de su charla dio paso a un silencio contemplativo, la curiosidad me impulsó a romper esa tranquila atmósfera.
──¿Qué función tienes tú en el circo? ──pregunté, sin poder contener mi interés por conocer más sobre la persona que había logrado fascinarme tanto.
──Soy la hija del dueño. Nací y crecí aquí; mi mamá era trapecista. Desde pequeña se me enseñó a hacerlo, también lo soy. ──reveló con una mezcla de orgullo y nostalgia, sus palabras llenas de una historia personal tan vívida y profunda como el legado que llevaba en sus venas.
Ante mi pregunta inevitable sobre el miedo y la altura, su sonrisa fue la preludio de una confesión de libertad.
──Me siento libre cuando vuelo por los aires. Tengo años que no lo hago, pero estoy practicando para volver a hacerlo. ──Su determinación, la chispa de emoción en sus ojos, me hizo desear verla en acción, volar, escapar de las ataduras terrenales en un acto de valentía y belleza.
──Me gustaría verte… ──murmuré, casi sin pensarlo, movido por una mezcla de admiración y el deseo inesperado de ser parte de su mundo, aunque fuera como espectador.
──Estarás en primera fila. ──contestó ella con una sonrisa que prometía no solo un espectáculo en el aire, sino el inicio de algo nuevo y excitante. ──. Claro, si así lo quieres.
──Claro que quiero.
En ese momento, en la tranquilidad de la carpa, rodeados por leones dormidos y bajo el manto de un destino compartido, supe que había algo mágico en el circo, algo que iba más allá del peligro y la adrenalina. Era un lugar donde lo imposible se hacía posible, y yo estaba justo en el umbral, listo para ser parte de ello.
Miré mi Rolex y noté que era medianoche. La idea de marcharme y dejar atrás este momento de calma apenas cruzaba mi mente. La presencia de Frida tenía el extraño poder de poner en pausa mi ajetreada vida, y sinceramente, no quería que ese botón de pausa se desactivara, al menos no todavía.
──¿Ya has cenado? La verdad es que no quiero dejar de hablar contigo. Me gustaría llevarte a cenar. ¿Puedo? ──Las palabras se deslizaron fuera de mí casi sin permiso, impulsadas por el deseo de extender esta velada indefinidamente.
Frida dirigió su mirada hacia su atuendo, como considerando la propuesta en toda su escala. La luz capturaba las lentejuelas de su vestimenta, haciendo que brillara con una intensidad impresionante ante mis ojos. Parecía una visión, inmersa en esa atmósfera de ensueño que nos rodeaba.
──Pero… es tarde y tendría que cambiarme. ──dijo finalmente, su voz titubeante en la densidad del momento.
──Yo esperaría por ti. En serio. Vamos… ──Eran más que palabras; era una promesa, un compromiso de esperar lo que fuera necesario por la oportunidad de continuar este intercambio que, de alguna manera, se había vuelto vital para mí en el transcurso de la noche.
Frida ladeó su rostro, un gesto de deliberación que terminó en un asentimiento.
──Está bien, espérame en tu auto. ¿OK? ──su aceptación fue como un soplo de aire fresco, reavivando las brasas de una anticipación hasta entonces desconocida.
Asintiendo, seguí a Frida hasta la salida, observando cómo su silueta se mezclaba con la penumbra de la carpa antes de dirigirme a mi auto. Sentado en el asiento del conductor, los minutos se estiraron ante mí, cada uno marcado por el tic-tac de mi Rolex, cuya importancia parecía haberse amplificado en este peculiar intermedio de espera.
Cuando Frida apareció, el mundo exterior se desvaneció de nuevo. Abrió la puerta del auto y, en ese instante, su belleza cortó el hilo de mis pensamientos. Con su pequeño vestido celeste y unas zapatillas de bailarina blancas, confirmó lo que ya sabía: que Frida dejaba a cualquier hombre sin palabras.
──¿Nos vamos? ──Su voz me arrancó de mis reflexiones y, con un ligero asentimiento, me di cuenta de que esta noche no era como las demás. Algo dentro de mí, un sentimiento apenas reconocible y profundamente humano, había sido despertado por la presencia de Frida. Y con el motor del auto cobrando vida, supe que, al menos por ahora, mi mundo giraba alrededor de ella.
Y me gusta.
──Vamos.
Conducía por la ciudad a media noche, las calles prácticamente vacías bajo el suave brillo de los faroles urbanos. A mi lado, Frida observaba con atención cada detalle de este mundo que, para ella, debía de parecer tan diferente al que estaba acostumbrada. El silencio entre nosotros era cómodo, pero había una pregunta que me quemaba por dentro, una duda que no me dejaba desde que había cruzado la entrada del circo.
──¿Por qué nadie puede verme en el circo? ──rompí finalmente el silencio con la pregunta que me carcomía.
Frida se giró hacia mí, sus ojos reflejando la complejidad de la respuesta antes incluso de pronunciarla.
──Es complicado, somos como una comunidad, cualquier persona que no tenga que ver en nuestro entorno es visto como un intruso. Es complejo… ya te lo dije en la caroa. ──La seriedad de su tono me hizo asentir, entendiendo que había capas en la vida del circo que iban más allá de lo que un forastero como yo podría comprender de inmediato.
Intentando aligerar el ambiente después de su respuesta, pregunté.
──¿Qué quieres comer? ──Esperaba que la idea de cenar le hiciera olvidar, aunque fuera momentáneamente, el peso de su mundo.
Lo que ella dijo a continuación me dio el pretexto perfecto para dirigirnos a un lugar que, si bien era inusual para alguien de mi posición, personalmente me encantaba.
──Lo que tú quieras. ──su voz, suave y confiada, me liberó de cualquier duda. Tenía en mente el lugar perfecto: unos tacos que vendían en la ciudad.
No era un lugar al que solía ir a menudo, ya que, objetivamente, un hombre como yo “no debería” frecuentar esos sitios. Pero la verdad es que me gustaban. Con Frida dispuesta a compartir esta experiencia, aparqué cerca del puesto, me quité el saco y arremangué mi camisa, preparándome para disfrutar uno de los simples placeres de la vida que tanto me gustaban.
La reacción de Frida al ver el puesto de tacos fue la confirmación de que había tomado la decisión correcta.
──¿Tacos? ¡Oh por Dios! Me encantan. ──Su entusiasmo era palpable, y no pude evitar sonreír al verla tan emocionada por algo tan sencillo como cenar tacos a medianoche.
Era la primera vez que podía compartir algo que genuinamente me gustaba sin tener que ocultarlo o disimularlo por las expectativas de mi entorno. Había algo profundamente liberador en ese momento, en esa simple elección de cena que, de alguna manera, nos conectaba más allá de nuestras diferencias. Con Frida, sentí que podía ser yo mismo, sin máscaras, sin títulos, solo Benjamín disfrutando de buenos tacos en buena compañía.


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