Capítulo 1

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No aguanto más aquí, esto se me está yendo de las manos. Necesito salir. Siempre me pasa lo mismo, parece que no aprendo.

—Martina, me voy —me ignoró por completo. Qué novedad—. Martina —repito y esta vez sí que se percata de mi presencia.

—¿Ya te vas? Pero si es pronto.

—No me siento muy bien, iré a la parada ya. Si me doy prisa, llegaré a tiempo al primer tren de la mañana —ni había acabado de hablar y ya se había ido con el chico a la habitación.

Me parecía genial que hubiera conseguido a alguien, pero no sé, podría ser un poquito más empática y darse cuenta de que no estaba a gusto en ese piso lleno de desconocidos.

Martina es una de mis mejores amigas, y ha estado a mi lado en los momentos malos, sobre todo con los problemas relacionados con la comida. Le encanta salir de fiesta, pero yo odio hacerlo solo con ella porque tenemos conceptos muy diferentes de pasárselo bien. Para Martina, divertirse es ligar, mientras que para mí es estar con mis amigas y reírme. Además, en las fiestas, Martina me hace sentir muy insegura porque nunca me incluye en nada relacionado con chicos.

Me había pedido que la acompañara a Barcelona a una fiesta. El piso era de un chico que conoció una noche en Bling Bling y la había invitado. No quería venir sola, así que, al ser la única de sus amigas que ya no tenía exámenes ni obligaciones, me pidió que la acompañara. No me gustaba salir de fiesta con ella porque siempre me quedaba sola. Ella ligaba y se olvidaba de mí. Yo era muy introvertida y me daba vergüenza. Los chicos no solían acercarse a mí, y si lo hacían, era para preguntarme por ella. Martina, rubia y extrovertida, siempre llamaba la atención. Pensé que en un piso habría más gente con la que entablar conversación, pero estaba totalmente equivocada. Era peor que una fiesta americana; todos eran unos sosos.

Mientras bajaba al portal, busqué en el Maps la ruta que debía seguir para llegar a la parada de bus que me llevara a la estación de tren y volver a casa. Las calles de Barcelona, normalmente vibrantes y llenas de vida, estaban ahora desiertas y silenciosas. Comencé a caminar siguiendo las indicaciones de mi móvil ya que no conocía esa zona. Tenía un presentimiento, malo, muy malo. Me di un par de veces la vuelta pero no vi nada. Memoricé el camino que debía seguir en los próximos metros y puse mi móvil en el bolsillo trasero con la cámara encendida. Si alguien me estaba siguiendo, lo descubriría. Cuando llegué a un semáforo, aproveché para volver a coger el móvil. Efectivamente, había un chico de unos 25 años detrás. Tenía miedo, no conocía la zona, no podía llamar a nadie tampoco; eran las 3:30 de la mañana.

El chico seguía detrás, lo notaba. Nunca antes me había encontrado en una situación así. ¿Gritaba? ¿Corría? ¿Llamaba a alguien? ¿Lo enfrentaba? No sabía qué hacer, actué por instinto. Aceleré el paso y, cuando estuvo lo bastante lejos, llamé al timbre de la casa que tenía delante. Solo podía rezar para que los dueños estuvieran en casa y me creyeran. Pasaron unos segundos y volví a llamar hasta que hablaron por el telefonillo.

—¿Sí? —dijo una voz adormilada.

—Hola, no sé cómo pedirte esto. Te juro que no intento nada raro. Por favor, necesito ayuda. ¿Podrías dejarme entrar en tu casa? Me están siguiendo, tengo miedo. No sé qué hacer —contesté rápida y entrecortada por el miedo de que el chico llegara hasta mí.

La puerta se abrió y un chico moreno, con solamente unos pantalones grises de deporte, apareció por ella. Sus ojos mostraban una mezcla de sorpresa y preocupación. Era alto, casi de mi altura, y, en otras circunstancias, habría notado lo guapo que era.

—Muchísimas gracias, de verdad. Me iré en nada, yo solo... —me callé cuando me interrumpió.

—Pasa, pasa. No te quedes ahí fuera, ahora me cuentas por qué me has despertado a las 3:30 de la mañana —creo que lo dijo en broma para quitarle hierro al asunto—. Esto... ¿Y bien? ¿Qué ha pasado?

—Es una historia bastante larga, pero en resumidas cuentas, me fui de una fiesta porque estaba incómoda. No soy de aquí, estaba intentando llegar a la parada de bus para ir al tren y un chico empezó a seguirme. —mientras hablaba, el chico se asomó a la cristalera para ver al que me seguía, supongo.

—Lo siento, no debería seguir pasando esto. Todos estos degenerados deberían estar entre rejas. Sigue ahí, no entrará. Tranquila —su voz era calmada, a diferencia de mi estado. No paraba de temblar—. Acompáñame, te daré un vaso de agua y ahora te enseño el baño para que puedas darte una ducha y cambiarte.

¿Una ducha? ¿Cambiarme? ¿Me estaba ofreciendo quedarme en su casa? Me quedé estática sin saber qué hacer y parece que lo notó.

—No pretenderás volver a salir, ¿no? Quédate a dormir, tengo habitaciones de sobra. Mañana ya vemos qué hacemos. —asentí y le seguí hasta la cocina.

Verano en Fuera de JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora