Capítulo 15

166 3 1
                                    

A la mañana siguiente, el sol se colaba tímidamente por las cortinas de mi habitación, despertándome con su suave luz. Me senté en la cama, abrazando mis rodillas mientras los recuerdos de la noche anterior inundaban mi mente. El tacto de Pablo, su voz cargada de promesas no dichas, todo seguía tan presente que parecía imposible que hubiese sido solo un sueño.

A medida que la casa despertaba, los sonidos cotidianos comenzaron a filtrarse por la puerta: el tintineo de tazas en la cocina, el murmullo de conversaciones lejanas. Sabía que pronto tendría que enfrentar el día, pero algo en mí aún se aferraba a la intimidad de esos momentos compartidos.

Decidí levantarme, obligándome a poner un pie delante del otro, aunque mi mente seguía divagando entre el pasado y lo que podría suceder hoy. Mientras me duchaba, el agua caliente ayudó a despejar la neblina de mis pensamientos, pero no logró borrar la sonrisa que se negaba a dejar mi rostro.

Después de vestirme con un atuendo casual pero cuidado, bajé a la cocina, donde encontré a Pablo preparando el desayuno. Su presencia llenaba la habitación, y por un instante, me detuve en la puerta, simplemente observándolo. Era tan natural, tan él mismo, que sentí una punzada de ternura en el pecho.

—Buenos días —dije finalmente, rompiendo el silencio.

Pablo levantó la mirada y me dedicó una sonrisa cálida, esa que había aprendido a reconocer como sincera, iluminando sus ojos de una manera especial.

—Buenos días —respondió, acercándome unas tostadas con aguacate, como la última vez.

Nos sentamos a la mesa, y aunque la conversación fue ligera, hablando de cosas cotidianas, ambos sabíamos que había algo más bajo la superficie. Una tensión palpable, una expectativa que nos mantenía en vilo.

—¿Puede venir una amiga al partido? —pregunté, tratando de mantener mi tono casual mientras le daba un mordisco a la tostada.

Pablo asintió, su expresión tranquila, pero sus ojos mostraban una chispa de curiosidad.

—Otra madridista... No sé si podré aguantarla —dijo con una sonrisa burlona.

—Pues qué pena. Se llama Carla y es de mis mejores amigas. La verdad es que me daba un poco de miedo ir sola al partido y a la cena, pero primero quería preguntarte a ti.

—Por supuesto, está más que invitada. Puede quedarse a dormir aquí si quiere, hay espacio de sobra —asentí y mandé un mensaje a Carla.

El día transcurrió en una calma extraña, que contrastaba con el torbellino de emociones que se arremolinaba dentro de mí. A medida que se acercaba la hora del partido, sentía una mezcla de nerviosismo y anticipación, preguntándome cómo se desarrollaría la noche.

Pablo se había marchado al estadio hacía dos horas, pero yo esperé a que Carla llegara para ir juntas. Su presencia era un bálsamo para mis nervios, con su habitual entusiasmo y sentido del humor. Nos arreglamos juntas, bromeando como de costumbre, pero en cuanto mencioné a Pablo, su expresión se tornó más seria.

—¿Estás bien, amore? —preguntó, deteniéndose un momento para mirarme a los ojos.

—Sí... bueno, no lo sé —admití, sintiendo cómo mis defensas se desmoronaban ante su mirada comprensiva—. Carla, nunca había sentido algo así por alguien. Y es todo tan rápido... tengo miedo de que no funcione, o de que sea solo una ilusión.

Carla me tomó de las manos, apretándolas con suavidad.

—Es normal que tengas miedo, Valeria. Pero también es normal que sientas cosas intensas. Lo importante es que te permitas vivirlo, sin pensar demasiado en lo que pueda pasar después. A veces, simplemente hay que dejarse llevar.

Sus palabras, aunque simples, me llenaron de una paz que no había esperado encontrar. Le sonreí, sintiéndome un poco más ligera.

—Gracias, Carla. No sé qué haría sin ti.

—Vamos, que tenemos un partido que ver y una noche por delante para disfrutar.

El estadio estaba lleno de energía, con la emoción palpable en el aire. Al llegar, encontré a Pablo hablando con algunos de sus compañeros, pero en cuanto me vio, se excusó y se acercó a nosotras. Carla, siendo Carla, inmediatamente hizo que todos se sintieran cómodos, haciendo reír a Pablo con sus comentarios ingeniosos.

Durante el partido, noté cómo Pablo, aunque concentrado en el juego, de vez en cuando me lanzaba miradas rápidas desde el campo. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentía una corriente de electricidad recorrerme, como un recordatorio de lo que habíamos compartido la noche anterior.

Cuando el partido terminó, Carla y yo bajamos hasta donde estaba Pablo.

—Casi perdéis. Eso en Madrid no pasa —dije para picarle.

—Claro, porque robáis —Carla y yo reímos—. Los chicos han ido a ducharse, vamos, que los esperamos fuera.

Los tres emprendimos el camino hacia las puertas del vestuario entre risas. Carla y Pablo habían congeniado muy bien; a ver qué tal con el resto. Carla se disculpó un momento para ir al baño y Pablo aprovechó para acercarse a mí.

—Estás muy guapa —me ruboricé al instante.

Llevaba unos jeans azul claro con brillos, un top de tirantes blanco con un lazo en el escote y una chaqueta tejana oversize roja. De zapatos llevaba unos pequeños tacones negros y mi bolso favorito, uno negro Zadig con una tira en medio de tachuelas que me regalaron mis padres unas Navidades. El pelo me lo dejé suelto y ondulado, al natural, igual que mi maquillaje.

—Gracias, tú también —llevaba una camiseta blanca, acompañada de una chaqueta azul eléctrico y unos tejanos gris claro, sencillo pero elegante. Le quedaba todo como un guante—. No habéis jugado tan mal —le guiñé el ojo.

—¿Y tus amigos? ¿Qué tanto tardan? —Carla apareció de repente, haciendo que nos separáramos al instante. Se dio cuenta del momento que había interrumpido y me pidió perdón con la mirada. Alcé los hombros quitándole importancia.

—Venga, vamos, ya saldrán los otros —era Pedri quien hablaba esta vez. Vi cómo miraba con descaro a Carla y me acerqué a darle dos besos, aprovechando para susurrarle al oído:

—Pórtate bien con ella, es mi mejor amiga —me guiñó el ojo y se acercó a Carla.

—Hola, soy Pedri. Encantado —Carla se acercó a darle dos besos.

—Carla. Has jugado bien.

—No le digas eso, que se le sube mucho a la cabeza —dijo Pablo.

Los cuatro nos dirigimos al coche de Pedri, ya que había pasado a buscar a Pablo por casa para ir juntos hasta el estadio.

Verano en Fuera de JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora