Capítulo 23

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La tarde transcurría en un ambiente relajado y divertido. Los amigos de Pablo, Alejandro y Mario, me hicieron sentir como una más del grupo, y pronto nos encontramos todos charlando y riendo en el salón. Contándome anécdotas con Pablo.

-Oye, ¿y si hacemos una barbacoa? -sugirió Alejandro de repente, con una sonrisa en el rostro—. Hace un tiempo perfecto para estar fuera.

Pablo asintió, claramente emocionado con la idea.

—Buena idea. Voy a llamar a Pedri y Carla para que se vengan, y también a Fermín. Que traigan la cena.

—Perfecto. Mientras tú te encargas de eso, nosotros encendemos la barbacoa - añadió Mario, ya levantándose del sofá con entusiasmo.

Mientras los chicos se ponían manos a la obra, encendiendo la barbacoa y preparando todo para la cena, aproveché para ir a cambiarme de ropa. La idea de una barbacoa me sonaba genial, pero prefería estar un poco más cómoda para la ocasión. Entré en la habitación de Pablo y empecé a rebuscar en su armario. Finalmente, encontré una de sus camisetas que me quedaba grande y que olía a él, lo que me hizo sonreír. Para completar el conjunto, me puse unos pantalones cortos que destacaban mis piernas y acentuaban mi trasero de una manera que sabía que a Pablo le encantaría. O eso esperaba.

Cuando salí del baño y volví al jardín, noté cómo Pablo se detuvo en seco al verme. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba abajo, y su expresión cambió a una mezcla de deseo y asombro.

-La puta madre, Valeria... -murmuró, acercándose a mí lentamente—. No puedes aparecer así y esperar que me concentre en algo que no seas tú.

—¿Así cómo? —pregunté con inocencia fingida, disfrutando del efecto que estaba causando en él.

—Así... con mi camiseta puesta. —dijo, colocando sus manos en mi cintura y tirando de mí hacia él-. Te la arrancaría si no estuvieran esos pesados ahí... -Su tono era un susurro ronco que hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo.

—Bueno... Perdón por ser tan despistada y haberme dejado el pijama en casa. —respondí juguetona, poniéndome de puntillas para rozar sus labios con los míos antes de apartarme ligeramente—. Además, están tus amigos aquí al lado, así que contrólate.

Pablo soltó una carcajada, aunque sus manos aún no se apartaban de mi cintura.

—Ahora mismo me dan bastante igual mis amigos. ¿Qué llevas debajo de mi camiseta, Valeria? - preguntó levantando poco a poco la camiseta. - Unos putos pantalones que te hacen un culazo. Muy bien, Valeria, Como alguno de estos mire más de la cuenta, en esta casa no vuelve a entrar. - su lado celoso me ponía, y mucho.

Los amigos de Pablo interrumpieron nuestra conversación cuando llamaron desde la barbacoa, listos para empezar a cocinar. Me despedí con un beso rápido y me dirigí al jardín junto con Pablo, quien no dejaba de lanzar miradas furtivas a mis piernas y trasero mientras caminábamos.

Ya en el jardín, el ambiente era animado y lleno de risas. Pedri, Carla y Fermín llegaron poco después con las provisiones, y todos nos dispusimos a preparar la comida. La barbacoa se encendió rápidamente, y pronto el aire se llenó del olor a carne asada y especias.

Durante la cena, nos sentamos todos alrededor de una mesa improvisada en el jardín. La noche estaba agradable, y las luces colgadas de los árboles creaban una atmósfera acogedora. Mientras conversábamos y bromeábamos, sentí la mano de Pablo rozando suavemente la mía debajo de la mesa. Sus dedos jugaban con los míos, provocando que una oleada de calor recorriera mi cuerpo.

Cada vez que me miraba, sus ojos estaban llenos de deseo, y yo no podía evitar responder de la misma manera. Era como si todo el mundo desapareciera y solo existiéramos él y yo. De vez en cuando, su mano iba hasta mi muslo, acariciándome discretamente, lo que me hacía perder el hilo de las conversaciones.

Pablo se inclinó hacia mí, sus labios rozando mi oído mientras susurraba:

-Cuando termine la cena, voy a querer el postre. Y ya te advierto que te voy a cobrar por el puto dolor de huevos que llevo teniendo toda la noche. Vas a gritar tanto que... —Su tono era un susurro bajo y cargado erotismo.

Se detuvo cuando le acaricié su dura masculinidad por encima de sus pantalones. Se giró hacia mí y pude ver el deseo en sus ojos. Le sonreí, sintiendo que mi corazón se aceleraba.

—Por la buena compañía y las noches como esta —dijo Pedri con una sonrisa, y todos chocamos las copas, celebrando la amistad y el momento.

Pero incluso mientras brindábamos, Pablo no apartaba la mirada de mí. Era como si todo lo demás hubiera desaparecido, y la electricidad entre nosotros se hiciera cada vez más palpable. No podía evitar sonreír, sintiéndome embriagada por la mezcla de emociones y el vino que había estado bebiendo.

Finalmente, la barbacoa comenzó a decaer. Algunos empezaron a recoger mientras otros se quedaban charlando en pequeños grupos. Pablo, sin embargo, estaba impaciente. Se inclinó hacia mí, rozando su mano por mi espalda, y susurró de nuevo en mi oido.

—¿Vas a tener que estar muuy callada, vale? —Su voz era baja.

Sentí un escalofrio recorrerme, y aunque intenté mantener la compostura, la anticipación era demasiado fuerte.

—¿Por qué? —respondí con una sonrisa, fingiendo ignorancia, pero mis ojos lo traicionaban.

—Si, tú sigue riéndote de mí. A ver quién se ríe cuando no puedas contenerte en chillar estando mis amigos en casa. - dijo, tomando mi mano y levantándose.

Me llevó a la casa, sin preocuparse por las miradas curiosas de nuestros amigos. A medida que nos alejábamos del jardín, y nos adentrábamos en el interior, mi corazón latía con fuerza, no solo por el deseo, sino también por la emoción de lo que estaba a punto de suceder.

Cuando cruzamos el umbral de su habitación, cerró la puerta tras de sí y me empujó suavemente contra ella. Su mirada era intensa, y sin decir una palabra más, se acercó a mí y me besó con una pasión que me dejó sin aliento. Era un beso lleno de urgencia, como si hubiera estado esperando este momento toda la noche.

Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, explorando cada rincón como si no hubiera mañana. Sentía cómo el calor subía entre nosotros, y el deseo que había estado construyéndose durante toda la noche finalmente estalló.

-Pablo... —murmuré entre besos, mientras mis dedos se enredaban en su cabello, jalándolo ligeramente.

-Shh... —me silenció, bajando sus labios a mi cuello, dejando un rastro de besos ardientes que me hacían temblar de placer.

Cada toque, cada caricia, hacía que mi cuerpo respondiera a él de maneras que no podía controlar. La tensión acumulada era demasiado, y ambos lo sabíamos. La pasión desbordante nos llevó a un punto en el que el mundo exterior dejó de existir. Solo estábamos nosotros, consumidos por el deseo.

Verano en Fuera de JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora