Capítulo 32

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Las puertas del ascensor se abrieron, y ahí estaban Gavi y Pedri. El ambiente cambió inmediatamente, como si todo el aire en la sala se hubiera cargado de electricidad. La mirada de Pablo me recorrió de arriba abajo, con deseo.

Pedri se acercó a Carla, besándole la mejilla suavemente. Gavi, sin embargo, se quedó quieto por un instante, solo observándome, su mirada intensa clavada en la mía.

—Estás... guapísima—murmuró, acercándose finalmente, sus palabras apenas un susurro que me hizo temblar.

—Gracias —respondí, sintiendo cómo mi voz flaqueaba.

Carla, que siempre tenía un comentario listo, le guiñó un ojo a Pedri antes de hacer una señal para que nos moviéramos hacia la salida. Pero antes de que pudiera dar un paso, sentí la mano de Pablo en mi cintura, firme pero no agresiva, como si quisiera reclamar lo que consideraba suyo.

-¿Te lo has pasado bien jugando?

-Sí... Han sido muy majos.

-Demasiado. - soltó Pedri desde delante.

Me giré hacia Pablo para ver su reacción y estaba aparentando su mandíbula, como conteniéndose de decir lo que pensaba.

—Creo que necesitamos hablar —dijo, su voz grave, mientras sus dedos acariciaban ligeramente mi piel bajo la tela.

—¿Pero ahora? —respondí, intentando sonar firme, aunque mi pulso se aceleraba. La intensidad de su cercanía me hacía sentir como si todo el mundo se hubiera desvanecido, dejando solo a los dos.

—¿Y cuándo? —replicó, con un tono que mezclaba impaciencia y frustración.

—Después. Esta noche... —empecé, pero él me cortó, su voz bajando aún más.

—No sé cuánto más puedo esperar, Valeria.

El uso de mi nombre completo me desarmó, pero antes de que pudiera responder, Carla tiró suavemente de mi brazo, alejándome un poco de Pablo.

-¡Venga que llegaremos tarde! - gritó Carla mientras nos adentrábamos en el VIP de Ushuaïa.

Al entrar al VIP de Ushuaïa, las luces y la música vibrante llenaron el ambiente, pero ni el sonido envolvente ni la multitud lograban distraerme del peso de la mirada de Pablo sobre mí. Su mano se había deslizado de mi cintura, pero la sensación de su toque todavía me quemaba la piel.

Nos sentamos en un sofá semicircular con una mesa en el centro, rodeada de gente bailando. Pablo se colocó a mi lado, tan cerca que nuestras piernas se rozaban. Cada contacto enviaba pequeñas descargas eléctricas por mi cuerpo, recordándome que la conversación pendiente entre nosotros seguía colgando en el aire, sin resolver.

Pedri y Carla estaban enfrascados en una conversación animada, pero noté que Pedri lanzaba miradas furtivas hacia nosotros, evidentemente consciente de la tensión. Intenté concentrarme en cualquier otra cosa, pero Pablo no me lo permitía.

Finalmente, se inclinó hacia mí, su aliento cálido contra mi oído.

—No me ha caído muy bien el imbecil ese. —dijo, su voz baja.

Mi corazón se aceleró, pero intenté mantener la compostura.

—¿Pol? —pregunté, intentando sonar desafiante, aunque por dentro sentía cómo las palabras se me atragantaban.

—Me da igual como se llame —contestó él, sus ojos ardiendo con una mezcla de celos y deseo—. Que mantenga sus putas manos lejos de ti.

Sentí que todo mi cuerpo respondía a su proximidad, a sus palabras, pero antes de poder replicar, Carla nos interrumpió.

—¡Valeria, mira que temazo! —dijo, tirando de mi brazo con entusiasmo.

Me levanté, agradecida por la oportunidad de escapar de la conversación, aunque sabía que solo era un respiro temporal. Mientras me alejaba, sentí la mirada de Pablo seguirme, una promesa silenciosa de que esta conversación no había terminado, y que él no estaba dispuesto a dejarme ir tan fácilmente.

Carla me arrastró hacia la pista de baile, y por un momento, me perdí en la música y en la energía del lugar. Pero incluso mientras bailaba, no podía ignorar la sensación de que, en cualquier momento, Pablo encontraría una forma de llevarme aparte, y esta vez, no podría evitar lo que estaba por venir.

-Solo de veros estoy ardiendo. - miré con los ojos muy abiertos a Carla por lo que acababa de decir. - Bueno, creo que voy a buscar a Pedri. - la miré extrañada y noté la presencia de alguien que conocía ya muy bien detrás de mí.

No me giré y seguí moviendo mis caderas al ritmo de la música. Él posó sus manos en mi cintura, acariciandola. Podía sentir su respiración. De un momento a otro, empezó a besar mi cuello, lentamente, torturandome. No podía hacerme eso aquí, delante de todos. Joder... Ya estaba a mil. Una de sus manos bajó un poco más y me acarició el muslo. Ahí ya no me contuve más y me giré a mirarle.

Pablo me miraba con intensidad, sus ojos ardiendo con deseo. Su mano seguía firme en mi cintura, manteniéndome cerca, y podía sentir cómo la música, el calor, y su proximidad me envolvían, haciéndome olvidar momentáneamente dónde estábamos.

—Pablo... Estoy goteando. —murmuré, mi voz más débil de lo que pretendía.

Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, sus dedos se movieron lentamente, trazando un camino invisible desde mi cintura hasta la curva de mi cadera, aumentando la presión justo lo suficiente como para hacerme estremecer. No se trataba solo de la cercanía física; era la tensión acumulada entre nosotros, la necesidad de decirnos tantas cosas que ni siquiera sabíamos por dónde empezar.

Todo lo que había intentado evitar, toda la distancia que había querido poner entre nosotros, se desvanecía en ese instante. Intenté recordar que estábamos rodeados de gente, en un lugar público, pero era como si él estuviera creando una burbuja alrededor de nosotros, un espacio donde solo existíamos él y yo.

—Pablo... —comencé, pero él me interrumpió, esta vez con un beso que era tan intenso como todo lo que había estado acumulando.

Era imposible resistirse. Mis manos encontraron su cuello, aferrándome a él como si fuera la única cosa que me mantenía anclada en la realidad. La música, las luces, y la multitud desaparecieron, dejándonos solo a nosotros dos, enredados en un beso que tenía el poder de cambiarlo todo.

Finalmente, me aparté ligeramente, necesitando aire, pero sin querer romper el contacto. Sus ojos estaban oscuros, llenos de promesas no dichas.

—Vamos a la habitación—dijo, su voz un poco ronca, y su mano se deslizó por mi espalda, atrayéndome de nuevo hacia él.

Asentí antes de que sus labios volvieran a encontrar los míos, esta vez más suavemente, pero con la misma intensidad.

Sabía que, después de esta noche, nada volvería a ser igual entre nosotros, y por primera vez, me di cuenta de que no quería que lo fuera.

Verano en Fuera de JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora