Capítulo 4

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—¿Y qué te parece? Soy buen chef, ¿eh? —me pregunta Pablo haciéndome reír.

La verdad es que la merluza al horno que había cocinado con las verduras estaba riquísima, muy jugosa. Me sorprendió que se le diera bien cocinar. Pensaba que esta gente tenía sus propios chefs y no se paraban en hacer algo tan sencillo como cocinar.

Mientras comíamos, Pablo me preguntó por Martina. Le expliqué que ni siquiera me había preguntado si había llegado bien. Él puso mala cara, imagino que no querría hablar mal de ella, pero seguro que no estaba pensando cosas bonitas sobre ella.

—¿Es la primera vez que te pasa? —me preguntó, refiriéndose a cómo me había dejado sola.

—No, no es la primera vez. Primero, no suelo salir solo con ella. Solamente salimos juntas si hay más gente. Yo siempre intento inventarme alguna excusa, pero yo creo que algo se huele. Es que, te lo juro, es súper incómodo. Si salgo, lo hago para divertirme y pasármelo bien con mis amigas, pero ella no te mira ni una vez. Me refiero a que está ahí, pero todo el rato buscando con la cabeza a alguien, algún tío al que hacerse. Eso me enfada mucho. Nunca me ha dejado sola cuando hemos salido las dos juntas, pero noto lo diferente que es en ese aspecto conmigo y con sus otras amigas. A mí no me dice nada y a las otras ya está: "Ay tía, mira este, vamos no sé qué". Y vale, soy muy introvertida, no tengo una cara bonita ni un cuerpo de 10, ni tengo nada que me haga especial ni diferente, y ella sabe que soy muy insegura, pero haciendo estas cosas a mí me da que pensar. Si ella me ve menos, me ve insuficiente y es mi amiga, ¿el resto qué?

Su cara se iba enfureciendo al igual que sus nudillos se iban poniendo blancos mientras yo hablaba. Me interrumpió.

—Eso no es una amiga. Si no se ha dado cuenta todavía, deberías replantearte las cosas. Yo, que te acabo de conocer, me he dado cuenta sin que tú me lo dijeras que te da miedo que se sienta mal y que lo que hace no está bien. Es ella la que está fallando, no tú.

Me dio un poco de miedo esa respuesta y solamente me salió decir:

—No me conoces, no sabes si me merezco pasarlo mal.

Él alucinó con lo que dije.

—¿Pero tú te escuchas? ¡Claro que no te lo mereces! ¿Por qué crees que vales tan poco? Entiendo que en estos tiempos es muy fácil compararse y pensar todo lo que te esté pasando por la cabeza, pero déjame decirte que eres una chica súper agradable, y además, eres muy guapa.

Me sonrojé en cuanto lo dijo, no estaba acostumbrada a que nadie me dijera cosas así, ni siquiera mi familia, y eso que ellos lo hacían muy pocas veces. Justo en ese momento sonó el timbre y recordé a Pedri. Antes de ir a abrir, Pablo se acercó a mí y me dijo que no abriría la puerta hasta que yo estuviera más calmada, que ahora necesitaba despejarme.

—No hagas esperar más a Pedri —le dije, y aproveché para mojarme la cara e intentar disimular la rojez de mis ojos.

Pablo asintió, pero no sin antes darme una última mirada de preocupación. Se dirigió a la puerta mientras yo me quedaba en la cocina, tratando de recomponerme.

Pedri entró riendo con Pablo y vi en su mirada cómo me buscaba, asegurándose de que estuviera más tranquila. Sonreí ante ese gesto tan bonito. Siempre era yo la que se fijaba en estas cosas y recibirlo por parte de otra persona, por una vez, se sentía bien.

—¡Hola, Pedri! —dije mientras me acercaba a saludarlo.

—¡Hola! ¿Cómo estás? —me preguntó con una sonrisa—. Pablo me ha dicho que tienes una historia interesante sobre cómo acabaste aquí.

Aproveché para ir al baño mientras ellos encendían la Play. La verdad es que no me había parado a analizar a Pablo, pero era muy guapo, no solo guapo, sino atractivo. Había que estar ciego para no verlo. Lo de sacar la lengua y mojarse los labios no lo hacía solo en los partidos, sino siempre que estaba concentrado: conduciendo, cocinando... Era gracioso. Y ya lo dicen, que los andaluces tienen mucho arte, y era verdad. El humor que tienen en el sur es único.

Cuando volví al salón, los escuché conversar. En cuanto me vieron, callaron y no llegué a escuchar la conversación.

—¿Quieres jugar? —me preguntó Pedri, rompiendo el silencio.

—Sí, claro. ¿A qué? ¿FIFA? —le respondí sonriendo.

Reí y le dije que era muy mala. Pablo me hizo sentarme entre sus piernas y me ayudó a jugar. La verdad es que Pedri era muy bueno, y ni los dos juntos le ganamos. Mientras jugábamos, Pedri seguía preguntándome sobre mi vida en Estados Unidos.

—¿Qué es lo que más echas de menos de España? —me preguntó.

—A mi familia y la comida.

Pedri asintió, comprensivo.

—Sí, nosotros solo hemos estado en Estados Unidos en la pretemporada. Menos mal que solo eran unos días, porque la comida era horrorosa. Aunque comemos sano, los productos saben diferente —dijo entre risas.

—¡Exacto! Eso mismo digo yo —reí.

Pablo miraba la pantalla mientras Pedri y yo conversábamos, su expresión relajada. La conversación siguió y nos pusimos al día sobre nuestras experiencias, haciendo que el ambiente fuera más ligero y agradable. Me sentí mucho más cómoda, y por primera vez en el día, el peso de mis preocupaciones pareció desvanecerse.

—¿Y tú qué planes tienes para el futuro? —preguntó Pedri mientras tomaba un sorbo de su bebida.

—Bueno, terminar la universidad y ver qué oportunidades se presentan. Aún no lo tengo claro, pero quiero seguir creciendo tanto profesionalmente como personalmente.

—Eso está genial —dijo Pablo, con una sonrisa

Me sentí agradecida por su amabilidad y la forma en que habían hecho que me sintiera bienvenida, sobre todo después de un día tan complicado.

Verano en Fuera de JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora