Lagrimas de maga.

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Minos terminó sacándolo de la cocina. El bárbaro mío la puerta cerrada y la única vez en que la enana había fruncido el ceño y golpeado con la cuchara cuando vio la tercera quemadura de sus manos por estar distraído.

-¿Os habéis peleado? - Elio bajó por las escaleras caminando hacia el huerto para dormir una siesta bajo el sol. Sus patas se pararon cuando vieron al bárbaro parado delante de la puerta sin reaccionar.

-No lo sé, señor Elio. - El bárbaro se sentó al pie de las escaleras, pensando, en su ama y en él, pero sobre todo, en los grilletes que su ama había querido quitarle.

-Bueno, soy un gato con muchos años, cuéntame qué te tiene despistado. - El gato negro se sentó a su lado, su cola negra no se balanceaba juguetonamente como siempre y los ojos parecían serios.

El bárbaro dudó, pero al final cayó. Después de todo, no tenía prohibido quejarse con los animales, desde siempre que usaba los objetos o los caballos como compañero de palabras, por mucho que no se pudieran comunicar. Los animales siempre parecían sentir cuando una persona necesitaba un abrazo.

El bárbaro le contó todo, el cómo su ama había ido ciega a luchar contra la bruja de la cuerda solo porque un esclavo como él no muriera, le contó sobre su inutilidad para su ama mientras combatían, explico con detalle los libros que estaban guardados con cariño debajo de su cama, le enseño el brillante papel verde que guardaba en su bolsillo y termino por contar con la voz ronca y la garganta seca, el cómo su ama parecía querer deshacerse de él.

-Estaba decidido a atesorar estos días, partiría con felicidad cuando ya no sea útil, no me quedaría ni rogaría, pero.... Pero cuando llegó el momento... no pude pensar bien, le rogué que no me liberara... no podía verme en otro sitio, no podría soportar ser feliz aquí y seguir siendo esclavo de otro amo. - El bárbaro puso sus manos en ambas mejillas mientras los pulgares apretaban su frente. Cada palabra salía con menos fuerza que la anterior, y el bárbaro ya estaba exhausto.

-Me lo prometí y aun así... hice que mi ama se sintiera herida. - El bárbaro dejó de esconderse y retorció su cara en un gesto de dolor, miró sus manos, sus grilletes estaban ahí otra vez, aún recordaba el toque tembloroso y asustado de su ama cuando se los había puesto otra vez, había herido a su ama. Apretó las manos y las juntó en puños, había herido a la única persona que le había mostrado amabilidad desde que sus padres lo vendieron.

-No me lo puedo perdonar, estoy perdido y no sé qué hacer. - Elio miró los ojos angustiados del bárbaro, no había lástima en la mirada del gato, solo total entendimiento y poco de alegría.

Elio se levantó y puso una pata pequeña y peluda en los puños del bárbaro.

-¿Estás seguro de que Canorus quería liberarte porque no te necesita?.- Miranda, su madre, era ciega, solo podía ver el mundo en las visiones de los que la rodeaban, vio la pelea y las consecuencias, Miranda le habló de todo eso a Elio para que ayudara.

Aunque eran dos jóvenes maduros, seguían siendo niños en ciertos aspectos, por mucho que lo maltratara la vida, siempre tendrían esa ternura ingenua que solo se conseguía superar con el tiempo. Sus compañeros aún eran jóvenes.

-Canorus y tú habéis vivido tanto tiempo en la soledad, que ya no podéis vivir de otra forma. Pero la vida es larga y os ha cruzado los caminos, ambos debéis entenderos a vosotros mismos para entender al otro. - Elio se puso en las rodillas del bárbaro mientras este lo miraba confuso.

- Entender a un humano lleva muchos malentendidos.

-Lo que quiero decir, es que las personas siempre pensamos que dejamos en claro nuestras intenciones, pero el otro a veces no las puede ver. Lo que tú no viste es lo que Canorus te quería dar al quitarte los grilletes.- Elio tocó con su pata peluda la frente del bárbaro con suavidad .

CanorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora