Lo que quiero hacer

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El bárbaro miró la mesa solitaria, extrañamente había estado vacía desde que el servicio había empezado, el vendedor se había encargado de que todos aprendieran a servir, coser y cocinar eran una pocas de las enseñanzas que disfrutaba.

En su tribu era costumbre coser collares con los colmillos de las presas grandes, remendar los pantalones después de cada pelea y bordar en el tapiz de la familia cada acontecimiento importante.

Cocinar, por otro lado, le distraía de todo lo que le rodeaba, no se preguntaba si la vida de esclavo merecía ser vivida, si le esperaba algo más en el futuro, solo se preguntaba si la sopa estaba lo suficientemente buena, si las porciones estaban bien y que receta aprendería mañana.

El mundo desaparecía y dejaba que los grilletes de sus pies no sonaran, no pesaran ni le helaban los tobillos, otros esclavos no lo veían así, lo veían como un acto de servidumbre indigno de un guerrero. Pero ellos, hacía tiempo que habían perdido la dignidad de un guerrero.

-Tu compañera se ve un poco solitaria ahí.- Elio se lamió los bigotes y le dijo, su plato de pescado recién terminado.-Estudiar cansa mucho, creo que una buena cena la ayudara.-

El bárbaro miró la mesa que había estado vacía toda la tarde, Canorus estaba sentada ahí, sin nadie a su lado, con la espalda recta y las manos en su regazo, los modales de la nobleza seguían hablando por ella, como una distante noble que no quiere ser molestada.

Los pies del bárbaro dejaron de estar clavados en el suelo y quiso levantar la mirada, pero en el momento en que vio los ojos lavanda de su ama, sintió el peso de los grilletes una vez más.

-Aquí nadie te ve como un esclavo, deja de tratarte como uno.-

Habían pasado algunos días desde que había dejado la jaula donde había pasado casi toda su infancia, en solo ese tiempo había visto una pequeña parte del mundo que no le rechazaba, no había normas, no había horarios, ni castas ni jerarquías, solo había en este mundo gente que vivía y estaban agradecidos por ese hecho.

El gato pasaba sus días en libertad, la señora Miranda disfrutaba de la compañía de los demás, su ama estaba ocupada descubriendo nuevos hechizos y magias, las personas del gremio parecían contentos en cada momento. El único que no encajaba en el sitio era él, parecía un pez nadando fuera del río, pero no sabía si quería regresar al agua fría del río, o intentar respirar en la superficie donde brillaba el cálido sol.

-Aquí nadie te ve como un esclavo, deja de tratarte como uno.-

Las palabras del gato negro resonaban cada vez con más fuerza, en contra de todas sus enseñanzas el bárbaro pensaba en ellas día y noche.

Cuando miraba a su ama estaba tentado, tentado de pedir cosas, tentado de ver si podría recibirlas, la tentación de ver a una mujer tan hermosa como Canorus, dándole lo que él pidiera, le invadía las noches de sueño.

Soñaba con su ama peinándolo y atando su pelo en trenzas, soñaba con estar en el comedor hablando con su ama mientras se sentaban en la misma mesa, soñaba que podían ir al mercado y rebuscar cosas interesantes que no habían visto antes.

Soñar era peligroso, ahora quería hacer todo eso.

-¿Qué quiere comer?.- la voz del bárbaro sonó vacilante, casi atragantándose con su propia respiración, los ojos lavanda de su ama lo miraron con sorpresa.

-¿Qué me recomiendas?.- su ama pareció relajarse y su espalda recta toco el respaldo de la silla. El bárbaro no dijo nada y se escabullo a la cocina.

CanorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora