Las Alfas sospechaban algo, que alguna cuestión se maceraba lentamente en las sombras, que la relativa paz en la que vivían era ficticia y por eso siempre estaban atentas, alertas a cualquier señal. No, no eran idiotas, ni ellas ni sus Betas, por eso Alma buscaba información de lo que fuese entre sus miles de contactos desparramados por el mundo, por eso le ordenaron a Luca no matar a aquellas bestias infames que atacaban a humanos descuidados, sino le pidieron encerrarlos en los sótanos del edificio donde se ubicaba la oficina de Nia y allí, con esas cosas encarceladas podrían intentar averiguar algo más, porque estos especímenes eran diferentes a los que se encontraban bajo la custodia de los pumas, porque estos se veían más equilibrados mentalmente y algo, muy poco, podían contar.
Bueno, si había alguna cuestión que esas Alfas podían asegurar era que tanto Ian como Nate sabían más de lo que decían, pero ninguna tenía el poder para interrogarlos hasta hacerlos confesar, porque las órdenes del Concejo Supremo y la Primera Guardia habían sido claras: nadie podía meterse con aquel par.
Para suerte de las Alfas nunca dijeron ni una palabra sobre investigarlos por sus cuentas. Sí, ellos seguro olerían aquellas miradas posadas sobre sus personas, pero al parecer no les molestaba demasiado, ya que tanto el humano como aquel otro ser indeterminado, continuaron con sus rutinas, desapareciendo varias horas al día, pero ambos siempre retornando a las mismas direcciones en la noche. Ian a su departamento ubicado en el corazón de la vida y Nate directo al hogar del lobo, ese que era hermano de Bruno.
—Según lo que explicó Alma, Hernán sabe más de lo que dice. Hay que darle tiempo porque creo que hablará en cualquier momento —afirmó Mía ingresando a la habitación que compartía con esa loba que cepillaba un tanto distraída su cabello.
—Hernán le dirá a ella porque su lobo en cualquier momento se va a quebrar —respondió Nia con la mirada perdida en un punto fuera de la habitación.
—¿Por qué se quebraría el lobo? —indagó curiosa sentándose a su lado, tomando el cepillo de la mano de su compañera para dedicarse ella a desenredar aquel cabello que olía tan rico luego de la ducha.
—Amor, bien sabes por qué —dijo mirándola con ese brillo divertido en los ojitos preciosos.
—¿Es su pareja? —preguntó sorprendida.
—Sí, cariño, ¿no lo has visto? —respondió sonriendo.
—No tengo idea de esto, amor, bastante me costó darme cuenta de lo nuestro, imagínate del resto —aseguró.
Y sí, Nia podía afirmar que su compañera no había sido consciente de todo hasta que se vió acorralada contra una pared metálica mientras era degustada con ganas por ella, mientras que la loba le demostraba todo lo que le podía provocar solo con un beso bien plantado. Porque luego de aquella reunión en las que ambas necesitaron aclarar ciertas verdades sobre sus manadas, reunión en la que Mía había explicado qué hacían las hermanas Nioks insertándose en la manada de lobos, por qué ella visitaría a Cló cada tanto sin que nadie supiera de su presencia, qué cosa estaban buscando; a Nia sólo le había quedado claro una cosa: esa leona era su pareja para toda la eternidad. Y no, lograr la atención de una mando no era tarea sencilla, porque ellas se movían diferente, buscaban otras cuestiones, no se las podía encontrar caminando por la calle con facilidad o en una cafetería a media mañana. No, con las mando era cuestión de otros métodos, unos más directos, más dominantes. El problema que en ellas había radicado es que ambas estaban acostumbradas a dominar, por eso resultaba un poco más complicado acercarse sin provocar rechazo por su otra mitad.
Aunque a la loba poco le había importado en cuanto supo que Mía volvería a estar en su mismo espacio, que el Alfa de los osos las había llamado a ambas y ellas se encontrarían reunidas en un pequeño salón. Así que, con la mente en su objetivo, la Alfa se aseguró de encontrarse con aquella, por entonces Beta, en el hall de entrada del edificio y así ambas subir en el mismo ascensor. Solo la dejó en paz los primeros dos pisos, tiempo que utilizó para entablar apenas una conversación de cortesía. Luego, ya agotada de contenerse, frenó el ascensor a medio camino y le arrebató los labios a esa leona que se apretaba contra ella con ganas, con demasiadas ganas.
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