Sabía que venía porque su lobo lo presentía antes que a nadie, por eso apenitas sonrió de lado aunque continuó trabajando en aquella publicidad de esas zapatillas que moría por comprarse. Escuchó la puerta abrirse y observó de reojo a Nate ingresando completamente agotado, dejando el celular sobre la pequeña mesita mientras se quitaba los zapatos. Sonrió más amplio cuando su humano lo empujó apenitas hacia atrás, haciendo un pequeño espacio entre el escritorio y él, sentándose sobre su regazo sin pedirle permiso.
—Despiértame en una hora —murmuró Nate acomodándose mejor, hundiendo su nariz en aquel cuello que adoraba solo para caer dormido casi en el acto.
Marcel sonrió, le besó el pelo con cariño y se volvió a acomodar para continuar trabajando como mal podía en aquella extraña posición.
Resulta que el lobo se había acostumbrado a ese ritmo de Nate llegando en cualquier horario, solo para obligarlo a abrazarlo mientras dormía profundamente.
Lo extraño era que casi ni se besaban, que él jamás llegaba para darle un beso directo antes de dormir. No, Nate se manejaba de otra manera. El humano obligaba a Marcel a mimarlo mientras dormía solo para luego despertar, avergonzarse por vaya a saber uno qué y luego de algún corto intercambio de palabras, recién ahí, recién en ese momento, Marcel podía degustar los deliciosos labios de su compañero.
Ambos se habían acostumbrado a ese extraño juego, a ese tira y afloje que les avivaba las mariposas en los estómagos, pero también era muy cierto que aquello confundía al pobre lobo, que Marcel continuaba con esa cuestión de no saber, de no poder asegurar lo que Nate podía llegar a sentir por él, si es que algo sentía. Y, mierda, aquella cuestión le punzaba el alma, lo dañaba en extremo, pero no presionaría, simplemente esperaría paciente hasta que Nate le dijera esas palabras que él moría por escuchar. Dios, esperaba que no fuese demasiado larga la espera.
Como si Nate lo presintiera, como si pudiese sentir todo aquel revuelo, se removió apenitas en el regazo de su compañero, aferrándose con más ganas a él, murmurando palabras sin sentido mientras se apretaba contra su precioso lobito.
—Calma, no me iré —susurró Marcel con los labios pegados al cabello oscuro de Nate, notando que sus palabras lo aquietaban casi al instante, le devolvía la paz que acababa de perder.
Y así continuaron la siguiente hora, uno trabajando bien concentrado y el otro dormido, entregado al mundo de sueños en el que caía apenas podía darse dos segundos de respiro.
—Cariño, ya pasó una hora —susurró Marcel bien suavecito.
Nate sonrió inconsciente y se apretó apenitas un poco más contra su hermoso lobo. Mierda, amaba ese despertar, podría acostumbrarse a abrir los ojos y encontrarse envuelto en ese perfume delicioso, con esos besos suavecitos sobre su cabeza y aquella voz ronca susurrándole bien despacito, casi como si el lobo no supiese si estaba bien despertarlo o no, arrancarlo de ese mundo de sueños solo para arrojarlo en éste lleno de responsabilidades y rutinas infinitas.
—Hola —dijo bajito en cuanto sus ojos se encontraron con los de Marcel.
—Hola —saludó el lobo con esa sonrisa tan bonita.
—Gracias por hacerme de colchón —bromeó y apenitas si se acercó para besarlo un poquito, casi nada.
—Cuando quieras —respondió con los ojos cerrados, absorbiendo ese beso que siempre le sabía a poco.
—Debo ir a trabajar —avisó sin moverse de su lugar.
—Te espero en la noche —afirmó sin dar espacio a rebatir nada.