Capítulo 19

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Era extraño, pero no le hacía mal, al contrario, hasta podría decir que le comenzaba a gustar ese ritmo en donde todos se sentaban en una gigantesca mesa en medio de aquel comedor. 

Se había acostumbrado a vivir en ese extraño edificio subterráneo, a salir solo algunas horas cada tres días para poder absorber un poco de luz solar, a compartir tardes con Aly y el pequeño Oliver o entrenar junto a Marcel mejorando sus casi inexistentes habilidades de defensa.

Solo había una cosa, una pequeña cosita que seguía fuera de lugar. Es que con Ian apenas si podían hablar, casi no se miraban y bastante le costaba recordar el último beso que habían compartido. No encontraba la forma de derribar el muro que ella misma había construido, por eso, caminando junto a su lince en busca de algo para comer, decidió que algo debía hacer, que no podían continuar así. 

—Solo es de queso —dijo señalando el pan que Ian había tomado.

—Ah, sí —respondió con esa timidez que lo acompañaba desde que Paulette se enteró de todo, dejando el pan de queso para tomar otro que estuviese relleno de carne—. ¿Quieres agua o jugo? —le preguntó y apenitas si la miró. Es que ya no podía mantener la mirada sin sentir que quería desintegrarse, que su estupidez había vuelto a arruinar todo entre ellos.

—Agua —respondió y sonrió tan bonito como siempre.

—Bien —susurró con voz estrangulada.

Dios, se sentía morir, deseaba desaparecer del mundo y retornar siendo mejor, sabiéndose merecedor real del amor de su preciosa lobita.

Caminaron uno al lado del otro, sin hablarse, mucho menos mirarse. Se sentaron junto al enorme grupo con el que ya convivían como familia y escucharon las extrañas explicaciones que Cló le daba a su compañero respecto a cómo cargar al dulce Oliver.

—Prueba ésta ensalada —le dijo Paulette en un tierno susurro.

Ian la contempló de reojo, asegurándose de que le estuviera hablando a él y se inclinó apenitas para recibir aquel tenedor cargado de verduras varias y algo de queso.

Masticó con ganas, sin dejar de observar a esa lobita preciosa que le sonreía intentando enviar un mensaje que él no sabía si estaba bien interpretando. Tragó y sonrió de lado, algo afectado.

—Está deliciosa, cariño —respondió y casi llora allí, frente a todos en cuanto sintió los deditos de Paulette enlazarse con los suyos que reposaba sobre su rodilla, bien ocultos por la mesa gris.

—Me alegra que te guste. Puedo compartirte la mitad —propuso alegre e Ian solo asintió con la cabeza, incapaz de decir nada, de emitir una sola palabra ante tanto cariño que comenzaba a regresarle.

—Me encantaría —aseguró y se inclinó para besarla en la frente, dejando sus labios pegados a esa piel deliciosa demasiado tiempo, aunque el necesario para poder volver a unirse apenitas a ella, a su hermosa Paulette.

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Se había recuperado, no al cien por ciento, pero ya le permitían salir de la cama. 

A paso rápido ingresó a su oficina solo para toparse con dos personas que lo esperaban con burlescas sonrisas en los rostros.

—No sé qué hacen aquí, pero no me siento cómodo —aseguró sin mirarlas, pasando de ellas solo para ir hasta su escritorio y sentarse en aquel sillón mullido que jamás sería tan cómodo como el regazo de su hermoso lobito.

—Hola, Nate. Pensé que te alegraría vernos de nuevo reunidos los tres, como en los viejos tiempos —aseguró Cristina Paez.

—Querida, todos sabemos que no están aquí por eso —afirmó y clavó sus ojos en Alma.

Chloe - Asalto finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora