—Luca —susurró Matt observando por el monitor al Beta que caminaba a paso firme hacia la sala en donde se desarrollaba la reunión.
Los otros tres se acercaron rápidamente a la pantalla y pudieron apreciar al lobo con claridad.
Cló elevó la mirada, la clavó dos segundos en Bruno quien le devolvió el gesto y ambos volvieron a concentrarse en lo que sucedía.
Ni bien Luca llegó a las puertas de la sala, siguiendo el consejo de Nate de caminar a paso firme, como si fuese un insulto que alguien lo detuviese para preguntarle qué rayos hacia allí, se plantó delante de los guardias y esperó a que le dieran paso al salón.
Los guardias, un tanto intimidados por tan poderoso hombre, se miraron contrariados y abrieron ante la orden que Nate había dejado antes de ingresar a la reunión sobre dejar pasar al Beta en cuanto apareciera delante de la puerta.
Lentamente el Beta ingresó y pudo observar a sus Alfas de pie, bastante cerca de Martin, y al resto de los integrantes del Concejo sentados en sus lugares, incluyendo Nate quien se veía un tanto confundido, bastante pensativo hasta que elevó su mirada de la mesa y la posó en él.
Luca sabía, estaba seguro de qué significaba aquella seña, pero aguardó a que fuese evidente la orden que Nate quería darle.
—Luca, hazme el favor —dijo Nate casi con desinterés.
El lobo lo contempló y luego a su Alfa, la misma que supo la terrible culpa que se germinaba en el pecho del hombre.
—¿Luca? —murmuró dudosa Nia.
—¡Vamos, mierda! —exclamó Nate—. Recuerda que tu familia está bajo mi poder —agregó con bronca mal masticada y señaló nuevamente a la Alfa.
Luca suspiró un tanto agotado y dejó salir su imponente aura, dejó que todos degustaran su poder contra el paladar y, sin más, se abalanzó contra la loba, haciéndola caer debajo de su cuerpo, golpeándola en las costillas para entorpecer sus movimientos.
Y en cuanto Nia fue a dar su orden, esa que sabía que su compañero cumpliría, el sonido de un arma cargándose la hizo girar su cabeza para observar a Nate, de pie, al otro lado de la mesa, apuntando directo contra Mía.
—No digas ni una palabra —ordenó el humano—. Sabes que tengo buena puntería, y que mis balas son del mismo tipo de las que dañaron a Cló y Arton —afirmó dejando que esa sonrisa sucia abarcara su rostro—. Puedo dispararle directo a la cabeza y que muera rápido, o apuntar hacia otro lado —dijo bajando levemente la punta del revólver— y disparar en alguna zona donde ella se desangraría lentamente. Moriría de a poco, justo delante de tus ojos —afirmó Nate haciéndola gruñir.
—Eres un traidor —masculló con odio Mía.
—No, querida. Busco, al igual que todos ustedes, lo mejor para los míos, para mí raza —afirmó—. Por eso les pediré amablemente que firmen cierto documento en donde constará que todos ustedes están de acuerdo en que yo desarrolle y aplique el suero solo con el fin de proteger a los humanos —explicó y sonrió bien amplio.
—¡Esto es inaudito! —exclamó Cartello poniéndose de pie—. Que alguien lo detenga —ordenó logrando que los guardias plantados en la puerta ingresaran solo para encontrarse con aquella extraña escena.
—Lo siento, querida, soy humano, no pueden dañarme, ¿recuerdas? —dijo y sonrió bien burlesco, sabiendo que se estaba saliendo con la suya, que si intentaban apresarlo algo podía salir realmente mal y todos sabían que no podían ni provocar un rasguño en tan importante humano.