Decidió que era estúpido seguir así, que ya las cosas habían seguido con su rumbo y ella aún continuaba plantada en el mismo lugar que cuando descubrió la verdad, cuando supo que Bruno seguía con vida.
Salió pensativa del baño secando distraídamente su cabello y detuvo su mirada en la punta del escritorio, con su cuerpo allí, en esa pequeña habitación, pero su mente lejos, muy lejos.
Olió que se aproximaba y la certeza de saber que aún destilaba ese aroma a culpa la hizo entristecer. No quería ese manto de horrible agobio sobre su compañero, no quería saberlo mal, lastimado en el alma. Ella solo deseaba que fuese feliz, que realmente pudiese extirpar todo aquello que lo estaba matando por dentro, pero también era consciente que ella con su actitud distante no ayudaba a la causa, que sólo empeoraba el panorama para su precioso compañero.
Ian ingresó con paso cansado, dejó algunas cuestiones sobre el silloncito y levantó la mirada hasta clavarla en Paulette, en esa loba que lo contemplaba pensativa.
—Hola cariño —saludó casi susurrante el lince—. Voy a tomar una ducha y luego vamos a cenar, ¿quieres?
Paulette solo asintió lentamente mientras lo veía desaparecer por la pequeña puerta del baño. Y lo supo, estaba segura que ya no había excusas, que algo debía hacer. Sin más dejó la toalla con la que secaba su cabello sobre la cama y giró sus talones para ingresar al cuarto de baño en donde solo podía escucharse la suave lluvia golpear contra el piso. Ian ni siquiera se movía, solo estaba allí recibiendo aquella cortina de agua tibia que no hacía más que asentar su creciente tristeza. Con suavidad la loba corrió la cortina plástica y se introdujo dentro del cuadro de baño, importándole una mierda que su ropa se mojara, solo necesitando aferrarse a esa amplia espalda que se mostraba tensa. Despacio pasó sus brazos por debajo de los de Ian y enlazó sus manitos en el plano abdomen de su compañero, apoyando su mejilla entre los omóplatos del lince, suspirando aliviada al sentirlo así, tan en contacto con su persona.
—Lamento haber estado tan distante —susurró ella y escuchó con claridad aquel sollozo contenido.
Sin más que preocupación destilando de toda su pequeña persona, obligó a Ian a girar, a encararla para mostrarle ese rostro lloroso. No, definitivamente no quería eso, no deseaba verlo así, por lo cual decidió ponerle fin a su estupidez, a su actitud sin sentido. Tomó a Ian por las mejillas y con algo de fuerza lo llevó hasta sus labios, lo guió en un camino directo a su boca que gustosa lo recibió después de tantos días de lejanía.
Ian se aferró con ganas a las caderas de su compañera y la aplastó aún más contra su cuerpo, le indicó con silenciosas señas que él la necesitaba así, cerca, muy cerca.
—Te amo, preciosa, te amo demasiado —murmuró sobre los labios tan deliciosos de Paulette.
—Yo también. Lo lamento tanto —repitió y lo besó con más ganas, metió su lengua hasta lo más profundo de aquella boca, gimiendo con fuerza cuando Ian la tomó por los glúteos para elevarla en el aire y obligarla a enroscar sus piernas en él.
Sin mirar Ian cerró la canilla y salió de la pequeña ducha, importándole un carajo el piso que se mojaba a sus pies, mucho menos que la cama se humedecía al recibir a Paulette tan empapada. No le importaba nada, la pasión lo había cegado, la necesidad de hundirse en ella le nublaba la razón y la urgencia de morderla le hacía doler las encías.
—Paulette —llamó sin detener sus manos, sin poder frenar un instante para desvestirla con calma, evitando romper la ropa como lo estaba haciendo.
—Amor —respondió dándole espacio para que le quitara el corpiño.
—Deseo marcarte —murmuró besando cada partecita de piel que se presentaba ante sus ojos.