Llegó sintiéndose un tanto nervioso. Se acomodó la ropa y carraspeó un poco en un burdo intento de liberar la tensión de su garganta. Elevó lentamente su mano hasta tomar el picaporte redondo de la puerta para luego realizar un suave movimiento de muñeca y lograr que la misma se abriera apenas.
Bien, no era un cobarde así que esto no le debería causar tanto temor como lo estaba haciendo. De todas formas se debatió unos momentos si ingresar o dar media vuelta y volver a ocultarse en su oficina como lo había hecho la última media hora.
—¿Cariño? —Escuchó la voz de Marcel y todos sus temores se marcharon, lo dejaron completamente entregado a su corazón acelerado y a ese calor que no paraba de crecer en su interior.
—Hola —dijo terminando de abrir la puerta, sonriente, feliz al ver a Marcel metido en unos pantalones oscuros y esa remera negra que tan bien le quedaba—. Lamento la tardanza —agregó sintiéndose culpable por haberlo hecho esperar, por toda aquella decoración tan bien dispuesta en la habitación, misma que incluía unas cuantas velas y varios sahumerios que desprendían un delicioso aroma a palo santo.
—Tranquilo, entiendo que estamos en un tiempo complicado.
Nate sonrió y se acercó esos dos pasitos que aún lo separaban de su lobito precioso.
—Hola —repitió en un susurro antes de tomarlo suavemente por la nuca y acercarlo hasta sus labios.
Y Marcel se entregó por completo a aquel gesto tan bonito, dejando de lado la cena preparada junto a la botella de champagne que Hernán muy amablemente le había entregado, porque nada de eso era relevante, lo único que importaba era eso que ellos compartían, ese beso que lo gritaba todo sin decir absolutamente nada.
A paso lento Marcel guió a Nate hacia la cama, deshaciéndose de las prendas de ambos en el camino, llegando desnudos, listos para unirse por toda la eternidad.
—Ven —le susurró a Nate sentándose primero en la cama, apoyando su desnuda espalda en la pared al mismo tiempo que lo colocaba sentado a horcajadas sobre él—. Eres hermoso —afirmó un tanto embobado, sin levantar el tono de voz mientras le acariciaba con cariño la mejilla derecha.
—Gracias. Tú también —respondió y se inclinó para besarlo lentamente, dejándole apreciar su erección creciente junto a esas ganas que ya no podía ocultar.
Se besaron espeso, lento. Se tragaron los gemidos del otro y se prepararon a conciencia. Cuando Marcel estuvo seguro que ya podía ser recibido ayudó a Nate a levantarse apenas, solo para alinear la punta de su pene con aquella entrada dilatada.
Nate sintió aquella invasión deliciosa, notó que Marcel estaba enterrado como nunca antes y que eso le fascinaba. Gimió con ganas en cuanto supo que había recibido todo de su lobo y comenzó a mecerse lentamente, sin dejar jamás de besar a su compañero.
—Marcel —murmuró en medio de un gemido y el tono de temor no le pasó desapercibido al aludido.
—No te lastimaré, no haría nada que te dañara —respondió con delicadeza y lo giró para dejarlo bien apoyado sobre el colchón—. Juro que no te dolerá —aseguró empujándose más, llegando casi al borde, casi al límite.
—Marcel —repitió y se aferró con ganas.
—Sí, ahora, ahora —dijo sintiendo que su compañero se liberaba y lo apretaba deliciosamente arrastrándolo al primer orgasmo. Cuando supo que se había terminado de vaciar inhaló profundo y notó su pene hincharse para empujarlo brutalmente a ese segundo clímax tan satisfactorio.
Para Marcel aquello fue la señal perfecta para acceder a ese hombro desnudo, algo perlado por el sudor, e hincar sus dientes allí, liberándose por tercera vez al mismo tiempo que la sangre de Nate comenzaba a mezclarse con su saliva.