Estaba cansado, sólo quería volver a su hogar, besar a su hermosa compañera, tomar a su hijo en brazos y acostarse en la cama a mirar algo de televisión mientras esperaban que la comida llegara. Había decidido que pediría lasagna ya que a Aly le encantaba pero era demasiado trabajosa para elaborarla en casa.
Suspiró mientras juntaba los papeles desparramados sobre su escritorio y se puso de pie con cierta pereza estirándose para desanudar su contracturada espalda. Un ruido, uno casi imperceptible, lo hizo poner en alerta. Agudizando su vista acomodó la postura y aguardó hasta que supo que habían personas detrás de la ventana.
Antes que pudiese terminar de girar, antes que su mente comenzara a funcionar en automático, pudo divisar una figura muy familiar, demasiado familiar a decir verdad.
Al instante se detuvo y clavó sus ojos en ese otro ser, ese que le sostenía la mirada con cierto desafío y una pizca de burla.
—Bruno —susurró impactado al estar seguro de que era él, de que su amigo estaba de pie a solo unos pasos.
—Sabía que me extrañarías —respondió en un susurro bien bajito, sabiendo que si alzaba la voz era peligroso porque cualquier lobo que estuviese cerca lo podría escuchar.
—¿Qué mierda? —susurró el Beta notando que Ian ingresaba también por aquella alta ventana.
—Te juro que vamos a explicarte todo con detalle, pero debes confiar en mí. Aly y Oliver están en peligro, debemos llevarlos a un lugar seguro antes de que algo les suceda —explicó como pudo, sabiendo que su Beta no se tomaría a bien aquellas extrañas palabras.
—¿Qué? —gruñó sintiendo sus músculos comenzar a hincharse, a prepararse para la pelea contra quien estuviese detrás de aquella amenaza.
—Luca, no es momento de perder el control, debemos irnos lo antes posible, te esperamos en el estacionamiento subterráneo de la calle tres —ordenó Bruno y desapareció tan rápido como había llegado.
Luca, intentando mantener bajo control a su bestia, salió a paso rápido de la oficina y se subió a su camioneta, misma que manejó a buena velocidad para arribar lo antes posible a aquel punto de encuentro que le habían indicado.
Apenas bajó supo que Bruno aguardaba por él en la oscuridad de una esquina ubicada debajo de la rampa de acceso por donde había bajado hacía unos segundos con su enorme camioneta.
—Dios, no lo puedo creer —dijo abrazando a su amigo con excesiva fuerza—. Que alivio saber que estás con vida —aseguró separándose de él para mirarlo directo a los ojos.
—Alguien te tiene que cuidar el culo —aseguró y sonrió apenitas de lado.
—Ahora explica lo de Aly —exigió sin quitar su enorme y pesada mano del hombro de su amigo.
—Escucha, es un poco larga la historia, pero el asunto va así —dijo y le explicó lo mejor posible la situación que los envolvía, el por qué Aly y su pequeño eran los que se encontraban en mayor peligro, la necesidad de que nadie, absolutamente nadie, supiera que él y cierta leona estaban con vida.
—Pero si los desaparezco de la nada, esos idiotas sospecharán —gruñó con mal humor.
—Lo sabemos, pero también podemos usarlo a nuestro favor —aseguró y sonrió de lado.
—¿Cómo? —indagó entrecerrando los ojos.
—Ve a buscar a tu familia y ve directo al túnel sur de salida de la ciudad. Nos encontraremos allí y, cuando todos estén a salvo, te explico con más detalle —aseguró y le palmeó la espalda.
—Confío en tí —respondió antes de abrazarlo por última vez e ir directo hacia su camioneta mientras agradecía su paranoia creciente y aquella decisión de haber armado bolsos de emergencia por si en algún momento debían abandonar la ciudad como lo harían dentro de pocos minutos.
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Otra vez sintió ese leve mareo y, otra vez, decidió ignorarlo. Sabía que no estaba cuidándose como debería, que las horas de trabajo eran demasiado largas y las de sueño increíblemente cortas, pero se aseguró que sólo sería por un tiempo, que cuando todo hubiese acabado volvería a su hogar y ya podría descansar, disfrutar de la enorme montaña de dinero que poseía y dormir hasta que su rostro estuviese hinchado a causa de tantas horas de sueño.
También un pensamiento, uno fugaz y potente, se atravesó en medio de tanto plan. Un pensamiento donde se cuestionaba si regresaría solo, o si, por el contrario, alguien lo acompañaría, si ese lobo que ya lo había mal acostumbrado a su compañía, lo seguiría hasta su hogar ubicado a la orilla de la playa.
Y se dió cuenta de algo, de la certeza absoluta de que si Marcel se negaba a acompañarlo él no sabría qué hacer.
No solo era que la compañía de aquel bonito lobo le resultaba de cierto modo relajante, sino que algo mucho más grande se había germinado en su interior y ya no podría extirparlo sin destrozar su alma. Dios, esperaba que cuando todo terminase sus sentimientos fuesen más claros, la relación con Marcel más transparente y su valentía apareciera por una bendita vez en cuanto se plantara delante del lobo para deslizarle aquella propuesta.
Porque sí, él moría por besarlo apenas lo veía, se aguantaba las ganas de acurrucarse como un gatito en cuanto se acostaban en la cama, ataba la necesidad de rogarle por mimos y se tragaba esas palabras que pujaban por escapar de su garganta.
Pero Nate sabía que debía aguardar, que no podía ser impulsivo con un lobo que tomaba todo en extremo serio, porque conocía que esos seres eran sumamente fieles cuando decidían establecer una relación de pareja y él jamás había estado en una, por lo que no podía afirmar que no echaría todo a perder, que no dañaría el corazón de aquel hombre tan dulce, y no, por nada en el mundo se arriesgaría a lastimarlo. Así que decidió que hasta estar completamente seguro de sus sentimientos, no cambiaría demasiado su dinámica con Marcel, aunque notaba, porque debería haber sido ciego para no verlo, que su lobito precioso sufría un poco por aquella cuestión, pero estaba seguro que era mil veces mejor ese diminuto sentimiento de dolor a uno ciento de veces mayor.
Dios, odiaba no poder aceptar todo lo que Marcel quería regalarle, detestaba no poder aceptar abiertamente todo ese amor, pero habían sido demasiado años de protegerse, de cuidarse de todos, porque nadie jamás lo aceptó, nunca hubo una sola persona que se acercara a él de manera desinteresada, por eso el amor de Marcel lo confundía, lo hacía sentir vulnerable.
—Soy una mierda —dijo sosteniéndose del escritorio al sentir aquel mareo aún más fuerte—. Sólo sufre por mí culpa —aseguró justo antes de notar que sus piernas se debilitaban, que su cerebro comenzaba a desconectarse y el mareo se hacía más fuerte.
Sólo sintió el peso de la culpa engullirlo junto con la oscuridad un segundo antes de que su cuerpo impactara contra el frío suelo negro.