Un corazón que siempre le pertenecerá a ella

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Hace un tiempo, Jonás me confió un escrito muy personal, pidiéndome que lo ayudara a darle forma. Así que, sin más preámbulos, les presento a Jonás y sus pensamientos.

Narra Jonás

La noche había caído sobre la Torre, cubriéndola con su manto oscuro mientras el viento rugía, como si intentara llevarse nuestras preocupaciones. Dana seguía atrapada en un trance del que no despertaba, y con cada día que pasaba, el peso en nuestros corazones se hacía más pesado.

Me encontraba en las almenas, con el viento azotando mi rostro, recordando la conversación que había tenido con Fenris minutos antes. Sus palabras, cargadas de seriedad y nostalgia, seguían resonando en mi mente.

—Llegará un momento en el que esta Torre tendrá un nuevo propietario —había dicho, su tono grave y su mirada fija en mí, llena de determinación.

—¿Yo? Yo no... Dana volverá —murmuré, con la esperanza de desviar la responsabilidad que Fenris parecía querer cargarme.

Pero él sacudió la cabeza suavemente, con una mirada elfica que reflejaba cariño y confianza. Ya no me veía como un simple aprendiz al que debía proteger, sino como alguien capaz de tomar decisiones importantes.

—Dana confiaba en ti, y yo también —sus palabras se instalaron en mi interior, llenándome de dudas y temores.

Es cierto, ya no soy un aprendiz, pero ¿encargarme de la Torre? Todavía tengo pesadillas con aquella prueba de fuego, aún no sé qué quiero hacer con mi vida, y hay muchas cosas del mundo que aún desconozco. Pero, sobre todo, aunque ya no sienta celos hacia Fenris, sigo amando a Salamandra.

No he superado la idea de que algún día estará a mi lado, de que podré sentir sus caricias otra vez. Me aferro a una simple ilusión, a un sueño que se aleja cada vez más. Nunca fui el chico atractivo o con una personalidad fascinante. Solo soy ese tipo simpático que cae bien, pero nunca fui lo que Salamandra quería. No era valiente, ni decidido, ni especialmente carismático. Pero, a pesar de todo, siempre intenté complacerla, cuidarla, amarla... Sin embargo, parece que no fue suficiente. ¿Acaso yo no era suficiente? ¿Y lo soy para encargarme de la Torre?

Sumido en estos pensamientos, no me di cuenta de que alguien había entrado. Sentí una mirada sobre mí y al girarme, me encontré con Salamandra. Su cabello ondeaba al viento, y aunque ya no había rencor entre nosotros, aún quedaba una tensión palpable cada vez que nos cruzábamos.

—¿Buscabas a Fenris? —pregunté, intuyendo sus intenciones.

Ella no respondió, pero el rubor en sus mejillas la delató. Sin querer, una sonrisa se dibujó en mi rostro. Es tan tierna cuando se sonroja.

—Dijo que volvería pronto —añadí, intentando aliviar la incomodidad.

Salamandra asintió y bajó la mirada. Decidí no incomodarla más y me dispuse a marcharme, pero entonces, escuché su voz susurrando mi nombre.

—Jonás...

Me detuve, frunciendo el ceño con confusión al girarme hacia ella. Evitaba mirarme, y luego, en un tono apenas audible, dijo:

—Gracias.

Me quedé perplejo, sin entender. ¿Por qué me agradecía? Solo le había dicho que Fenris volvería pronto.

—No es nada, Fenris estará de regreso enseguida —respondí, intentando ser amable.

Pero ella volvió a susurrar, esta vez con un poco más de fuerza.

—Gracias por todo, Jonás...

La miré, ahora con una expresión más suave. Aunque no comprendía del todo a qué se refería, sus palabras me conmovieron.

—Gracias por... —hizo una pequeña pausa— por avisarme de la profecía y por... —volvió a vacilar— por todo lo que has hecho por mí.

En ese momento, di un paso hacia ella, deseando abrazarla, pero me detuve. La sola idea me helaba la sangre. Sus palabras me habían tocado profundamente. Salamandra no solía ser tan abierta con sus sentimientos, rara vez dejaba atrás su orgullo. Me quedé unos segundos sin saber qué decir, sintiendo su mirada incómoda sobre mí, lo que me obligó a reaccionar.

—No te preocupes, no es nada... —dije al fin, aunque mi voz temblaba, revelando la lucha interna que intentaba ocultar. Una vez más, mi corazón libraba una batalla contra mi razón, y como tantas veces antes, me encontraba en medio de ese conflicto, tratando de mantener la compostura.

Ella me sonrió, agradecida por mi respuesta, y eso fue suficiente para mí.

Pero entonces continuó hablando, y mis ojos se abrieron de par en par al escuchar sus palabras. ¿Se estaba disculpando? ¿Era una confesión que había esperado tanto tiempo? 

—Siempre pensé que lo nuestro no funcionó y que las cosas terminaron mal por ti, pero ahora me doy cuenta de que tal vez yo también tuve algo de culpa —dijo con un tono cargado de sinceridad—. Lo siento, Jonás.

Su confesión me golpeó en lo más profundo. Había pasado tanto tiempo lamentando lo que sucedió entre nosotros, culpándola a ella, culpándome a mí mismo, y ahora, en este momento inesperado, ella se disculpaba.

—Hemos sido muy buenos amigos, Jonás. ¿Cómo hemos llegado a esto? A no poder mirarnos, a no saber qué decir... No es lo que quiero, ¿sabes? —añadió, con esa decisión valiente y decidida que siempre la caracterizó.

En ese instante, lo único que deseaba era decirle que la amaba, que no quería estar separado de ella. Quería rogarle que se quedara a mi lado, que no me dejara. Pero algo me detuvo. Tal vez fue el miedo, el miedo al rechazo, el miedo a no ser correspondido, o el miedo a lo desconocido. Todavía tenía que procesar el daño que me había causado, todavía tenía mis propias batallas internas por librar.

Así que, mientras mi mirada bajaba hasta sus labios, deseando besarla, solo pude decir:

—No te preocupes, Salamandra. Yo tampoco quiero eso. ¿Amigos? —dije, levantando mi mano para estrechar la suya, con una sonrisa que intentaba ocultar la tormenta de emociones que se agitaban dentro de mí.

Sí, puede que me arrepintiera de pedirle ser amigos. Había esperado tanto tiempo escuchar esas palabras, y ahora que finalmente las tenía, solo podía decirle que seamos amigos. Aunque sonara irónico, sentía que era lo que debía ser por ahora. Aunque mi corazón latiera con fuerza deseando más, sabía que debía aceptar que Salamandra sería mi amiga. Necesitaba encontrarme a mí mismo, aclarar mis pensamientos y, sobre todo, sanar las heridas que ella había causado en mi alma.

Nuestra conversación marcó el fin de nuestro rencor y nuestra incomodidad. Salamandra estrechó mi mano con su característica fuerza, lo que me hizo soltar una risa sincera.

—Me vas a partir el brazo —bromeé.

Ella detuvo su gesto, pero su risa resonó en el aire, y pude ver el brillo en sus ojos, llenos de energía y vitalidad esa noche.

Después de ese momento, nos miramos por un instante. Luego, me di la vuelta y salí del lugar, dejando las cosas zanjadas con Salamandra, pero sobre todo buscando sanar mi corazón, que siempre le pertenecería a ella.

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Crónicas de la Torre 5: Salamandra y JonásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora