No pienso dejar que lo enfrentes sola

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Jonás estaba sentado en la mesa de la habitación, a punto de abandonar los estudios y apagar la "lux" (en recuerdo de una amiga), sumido en sus pensamientos. Justo en ese momento, alguien interrumpió sus reflexiones; un golpe suave pero decidido resonó en la puerta, y la voz decidida de Salamandra se escuchó: "Jonás, soy yo, voy a entrar". El pomo de la puerta comenzó a girar, dejándola entreabierta, y Salamandra entró con una sonrisa sincera en el rostro. Sin perder tiempo, se apresuró a besar la mejilla de Jonás, quien, a pesar de estar algo molesto por la discusión previa, no pudo evitar sonreír.

-Cuéntame qué sucede - instó Jonás.

-He estado viendo a Dana y he hablado con Kai. Por un momento, me he vuelto vulnerable y he podido expresar todo lo que sentía... y quería que tú también lo supieras - las palabras salían con dificultad, entre nerviosismo, miedo e incertidumbre ante la respuesta de Jonás. Pero continuó hablando mientras él la miraba expectante -, Jonás, te... bueno, ya sabes...

El joven lanzó una sonrisa pícara y alzó las cejas, enrollando apasionadamente la cintura de Salamandra.

-No, no sé qué se supone que tengo que saber - la dejó balbuceando mientras se acercaba a su boca. La joven se sonrojó mucho y evitó su mirada, mirando hacia un lado. Pero él puso suavemente una mano en su mentón y la giró hacia él, buscando su mirada.

-Mírame y dímelo, que no me entero - dijo con deseo y picardía en su voz. Ella quedó perdida por un instante en esa mirada profunda, hasta que finalmente desvió su vista, separándose un poco del joven.

-Jonás, sabes lo que siento, pero me es muy difícil... tengo miedo. Tengo miedo de dañarte, de no poder darte lo que te mereces - el joven se apresuró a abrazarla.

-No te preocupes, Salamandra. Entiendo que tengas miedo, es normal. Pero mientras yo esté a tu lado, haré todo lo posible para que no sientas miedo. Gracias por compartirlo conmigo, lo valoro muchísimo - sus palabras fueron reconfortantes y la abrazó fuertemente. Salamandra se aferró al abrazo, dejando escapar una lágrima que esperaba que él no notara, aunque Jonás la conocía demasiado bien para no darse cuenta.

-Es que ¿por qué es tan difícil para mí? ¿Cómo puede ser que me dé miedo confesar lo que siento?... Menuda bailarina del fuego - comenzó a decir, pero él la interrumpió.

-Eh, no, Salamandra. Eres la mujer más valiente que conozco, decidida y segura. Y no porque te dé miedo decir lo que sientes eres menos. Eso jamás, Salamandra - sus palabras sonaron decididas y llenas de orgullo. Sin embargo, sonaron como un golpe en el corazón de Salamandra, haciéndola llorar nuevamente ante la emoción de sus palabras de admiración. Jonás, al darse cuenta, comenzó a acariciar su cabello suavemente,  en la que ella trataba de ocultar su propia emoción.

-Eso no es así, Salamandra. Puedes ocultarme muchas cosas, pero tu dolor jamás. No pienso dejar que lo enfrentes sola - en ese preciso momento, Jonás la besó con pasión, y una lágrima se deslizó por su mejilla debido al amor y el dolor que lo embargaban al ver mal a la joven.

Al separar sus labios, ambos se miraron con una sonrisa, y ella se abalanzó sobre Jonás, cayendo juntos en la cama.

-Ahora, después de todo mi discurso, ¿no serás capaz de decírmelo? - bromeó él mientras acariciaba tontamente el cabello de la joven.

-Puede que otro día... - rió suavemente Salamandra.

-¿Cómo que otro día? - replicó él molesto -, ¡pues yo no puedo esperar otro día! - se abalanzó hacia ella, haciéndole cosquillas en el estómago y llenando la habitación con risas y complicidad.

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Fenris paseó por la cúspide de la Torre, lleno de indecisión y preocupación por la situación de Dana. Estaba decidido a visitarla y comprobar cómo seguía su estado. Mientras caminaba por los pasillos, distinguió risas provenientes de una habitación que conocía muy bien. Se detuvo por un momento para escucharlas: "Jonás, para ya jajaja", reía ella entre risas. "No hasta que me lo digas", respondía él, también riendo. "Vale, vale, lo admito, te quiero Jonás", confesó ella entre carcajadas. La escena le sacó una sonrisa al elfo; parecía que, a pesar de la difícil situación con Dana, no todo eran penurias en la Torre.

Fenris continuó su camino hacia la habitación de Dana, que curiosamente estaba abierta. Esto le hizo sospechar que podría haber alguien más en la habitación. Al acercarse, notó la presencia de una figura alta y encapuchada, vestida con una túnica negra. La alarma se encendió en la mente del joven elfo, haciéndole pensar en la posibilidad de que se tratara del mago negro al que habían enfrentado antes. Sin perder un segundo, activó su agilidad como elfo para evitar ser percibido por el misterioso mago. Mientras lo hacía, formulaba mentalmente el conjuro de paralización, preparado para atacar por sorpresa y evitar un posible duelo mágico.

Fenris se movió con cautela, acercándose sigilosamente a la persona hasta quedar a pocos centímetros de su espalda. Estaba listo para lanzar el hechizo en cuanto confirmara la identidad del intruso y tuviera una ventaja en el enfrentamiento.

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Los jóvenes magos se hallaban abrazados, recostados en la cama, sumidos en una conversación íntima que reflejaba la profundidad de sus sentimientos.

-Entonces, ¿todavía no estás lista para compartir nuestra relación con los demás? - preguntó el joven mago con suavidad.

-Necesito más tiempo para asimilar todo esto... es un terreno desconocido para mí - respondió ella con sinceridad.

-Está bien, lo entiendo. Pero prométeme que no ocultarás tus inseguridades o temores, ¿de acuerdo? - insistió él, buscando un compromiso genuino.

Una sonrisa curvó los labios de ella mientras acomodaba su cabeza en su hombro, encontrando en su cercanía una sensación reconfortante. La tranquilidad que los envolvía se vio interrumpida de pronto por un chillido familiar que resonó en la habitación, rompiendo el momento de intimidad que compartían.

Crónicas de la Torre 5: Salamandra y JonásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora