Una Cenicienta En la Oficina. 9

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👠Una cenicienta en la oficina.
                          Capítulo 9.

Cuando llegó al Edificio B lo hizo como terry le había pedido, vestida con una elegante y ceñida falda de color negro que hacía juego con la americana ajustada.
Saludó a su jefe al entrar, pero lo hizo con un tono de voz tenso, y él tampoco fue lo extrañamente amistoso que había sido con ella fuera de la oficina, su tono de voz también sonaba grave.

Terry había salido con muchas chicas en su vida, era un tipo rico, guapo y simpático, la combinación perfecta para ser un potente imán para las mujeres. Pero el momento de impulso que le había llevado a meterse en el cambiador donde estaba su asistente para que no la mirase el empleado de la tienda, era algo que no solo no había experimentado nunca, a sus veintisiete años, sino que ni él podía explicar qué le había llevado a ello. Candy no le gustaba, no le atraía, pensaba que era bonita, pero eso mismo pensaría cualquiera que tuviera un par de ojos en la cara.
Al llegar a casa se había sentido más extraño e incómodo que nunca y estaba seguro que era por ella, algo que estaba dispuesto a erradicar.
Cuando se levantase por la mañana sería un terry nuevo, no, mejor dicho, sería el Daniel de días atrás, el terry que rechazaba cualquier tipo de ayuda, ni de un asistente, ni de un secretario, ni de nada por el estilo, él era el director, era autosuficiente y esa chica estaba de más.

Esa mañana se había levantado dispuesto a llevar a rajatabla su propósito de echarla, observaría cuidadosamente cualquier movimiento de la asistente, y a la mínima, la despediría sin miramientos.
Cuando ella atravesó las puertas de cristal lo primero que hizo casi instintivamente fue fijarse en sus piernas, en esas bonitas piernas que había visto desnudas unas horas atrás, pero reaccionó rápidamente, saludándola en respuesta, como se suponía que debía hacer.

A la hora de comer candy se quedó ordenando documentos, algo por lo que no podía reprenderla aunque quisiera, y cuando volvió de la comida estaba hablando por teléfono con  Robert , alguien con quien tenía una reunión un par de horas después.

—Perfecto señor Robert , queda anotado entonces, no se preocupe...
espero que se mejore pronto —sonrió mientras se despedía, algo que de nuevo le hizo recordar sus piernas— Señor terry , ¿me ha oído? — preguntó la muchacha moviendo la mano frente a su cara— ¿Se encuentra bien?

—¿Eh? Sí, sí, claro que te he oído, no soy sordo, solo estaba pensando —respondió rudo— ¿Te ha dicho algo de la reunión?

—No me ha escuchado, ¿verdad? —sonrió— El señor Robert está hospitalizado por un cólico nefrítico, la llamada era para aplazar la cita hasta después de la operación...

—Bien —cortó tajante con un enfado sin sentido.

La tarde pasó entre miradas furtivas e incómodos silencios, pero al fin llegó la hora de la salida y terry no tardó en huir.

El día siguiente sería igual de desagradable para él, pero por suerte el fin de semana ya estaba ahí y tras otras horas en las que solo podía pensar en las piernas desnudas de su asistente llegó el momento de salir de la oficina.

Para terry no terminaba su semana, todavía le quedaba una cena con Anthony Silverman, un inversor con el que tenían él y su padre más de un negocio.
Al llegar a Black Diamond esperó encontrar a Christian en recepción pero quien había era un señor mayor.

—Discúlpeme señorita pero no puedo dejarla pasar —le dijo colocándose frente a ella para bloquearle el paso.

—Hay... ¿hay algún problema con el apartamento? —preguntó asustada.

—¿Qué apartamento?

—El treinta y dos... vivo allí, ¿hay algún problema?

—¿En el treinta y dos?

—Sí, soy candy andry ...

El hombre miró la lista y su expresión se volvió seria y pálida, acababa de meter la pata con uno de los residentes, bloqueándole el paso para que no pudiera acceder al edificio. Vivian sonrió al saberlo avergonzado y después de presentarse para aliviar la tensión del mayor subió para arreglarse.

Christian le dijo que llegaría alrededor de las ocho así que aún había tiempo. No tenía mucho vestuario, y tampoco tenía mucha variedad en su armario pero, el día que fue a comprar ropa con terry se hizo de unos vaqueros que le habían encantado y si acompañaba esos pantalones con uno de sus suéteres viejos y uno de esos zapatos de tacón que usaba para la oficina quedaría bastante presentable.
Dispuso la ropa sobre la cama y se deleitó mirándola a través del reflejo del espejo mientras se peinaba y se acicalaba.

Candy no era de maquillarse, nunca le gustó ponerse productos cuyos ingredientes desconocía sobre la piel, pero esa era su primera cita y quería ir tan bonita como pudiera.
Cuando su cita llegó a buscarla ambos sonrieron, Christian había elegido prendas similares, un vaquero, una camisa y sobre esta una rebeca fina de color azul cielo, casi del mismo tono que el suéter de ella.

—Estás preciosa —sonrió, consiguiendo que se ruborizase.

—Gracias... tú también lo estás...

—¿Preciosa? —bromeó.

—¡No? Bueno sí, ¡estás preciosa? —rió ella, empujándole suavemente y de un modo amigable.

Si terminaba la cita tan bien como había empezado sería más que perfecto.
Christian había reservado días atrás el restaurante de moda de la ciudad, un lugar elegante y sofisticado que no permitía la entrada si no vestías acorde a su estatus, por suerte no ponía en ningún sitio acerca de llevar vaqueros por lo que entrar no fue un problema dado a que los dos vestían bien.

Llevaba todo el día amenazando con diluviar, el cielo de las tres de la tarde parecía el de las ocho y el de las ocho parecía más una entrada al inframundo que un cielo nublado, pero por suerte para ellos no empezó a llover hasta que no entraron en el local.
El restaurante tenía un salón espacioso pero todo repleto, las mesas estaban cerca unas de otras, aunque sin llegar a estorbarse. Todo estaba decorado en madera de pino, suelos, paredes, las mesas estaban vestidas con impolutos manteles blancos y elegantes lámparas que colgaban sobre estas de unos techos perfilados con ribetes rectilíneos.

—Adelante, pueden pasar —dijo la chica del atril de la entrada— su mesa es la número nueve, acompáñenme —pidió, subiendo el par de escalones que separaba el salón de la recepción— enseguida les atiende un compañero. Disfruten de la cena. Tanto Christian como candy se miraron por unos segundos antes de sentarse en sus sillas correspondientes.

Tan pronto como la recepcionista se alejó de la mesa reconoció a su asistente. Terry estaba en ese mismo restaurante, acompañado por Anthony y cuando vio a candy sintió como la sangre empezaba a hervirle bajo la piel ¿Pero qué demonios le pasaba?
¿Estaba celoso?

—Discúlpame un momento —pidió al otro hombre, que vio interrumpida su conversación por una repentina necesidad de Terry de abandonar la mesa.
Este se acercó sin pensar a la mesa número nueve, justo al lado de Christian.

—¡Señor terry ? —exclamó la asistente con los ojos desorbitados, sorprendida por haberse encontrado ahí.

—Vaya, se ve bien sin su traje y su falda, señorita andry , pero debería recordar lo que le dije acerca de las piernas de la mujer y usted tiene unas piernas perfectas —dijo, mirando al acompañante de la muchacha, que sonreía cortésmente sin saber quién era él.

—Sí... Gracias por el cumplido señor granchester —respondió repentinamente incómoda— Supongo que también está cenando en este lugar... espero que disfrute de su cena —con esa afirmación casi estaba invitándole a que se marchase y así es como fue.

Terry volvió a su asiento, frente a Silverman, pero no pasaron ni cinco minutos hasta que volvió a interrumpir al inversor.

Debía reconocer que no le resultaba nada grato tener a su asistente tan relativamente cerca y acompañada por otro tipo que continuamente la hacía ruborizar y sonreír de esa forma tan inocente que le ponía enfermo.
Sin dejar de mirarla se puso en pie y volvió a visitar la mesa de la pareja.

—Me preguntaba... Si usted y su... --y mi cita, pero no señor terry, preferimos.

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