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Me preocupaba mucho por mamá, así que decidí ir a visitarla y ver cómo estaba. Mi hermano también se unió; logré contactarlo y planeamos ir juntos a Incheon. Jungkook no estaba muy contento con la idea de que me fuera. Quería acompañarme, pero no quería que conociera a mi papá, ya que me daba miedo, y tampoco quería que se encontrara con Mingyu.

Estábamos en la estación de trenes, listos para partir, y aunque solo iba a estar fuera un día y medio, ya sentía que los extrañaría a todos, especialmente a Lisa y a Jungkook. Lisa y Tae estaban allí conmigo en la estación. Lisa parecía triste, y eso que solo sería un día.

—Solo es un día —le dije a Lisa, viendo cómo hacía un puchero.

—¡Un día y medio! —protestó, haciendo un gesto de exageración.

Dejé que me abrazara. Me estaba acostumbrando al contacto físico con ellos, aunque a veces me costaba un poco.

—Pásatelo bien —dijo Tae con una sonrisa—. Si necesitas que vayamos por ti, marca 0800 BTS —añadió en tono divertido.

Miré a Jungkook, que parecía estar esperando a que yo hiciera lo que quisiera. Nunca lo había besado en público; siempre había sido nuestro secreto. Hasta ayer,  que Suga y Jimin nos vieran, ni siquiera lo había comentado con Lisa, a pesar de que solía contarle todo como si fuera mi diario secreto.

Estuve a punto de dar un paso más allá y besarlo, pero me acobardé. En lugar de eso, me limité a abrazarlo. Aunque si llego a estar decepcionado, no lo demostró. Simplemente me sonrió y me deseó un buen regreso.

***

El viaje me pareció rápido y sin darme cuenta, ya había llegado a Incheon. Los nervios me invadieron como una avalancha cuando bajé del tren. Allí estaba Leo, sentado esperándome. Me alegré al verlo después de varios meses sin noticias, ni siquiera por video llamada. Caminé hacia él con mi mochila en el hombro, y al llegar, me dirigí a él con una sonrisa.

—¡Leito, Leito! —dije, estirándole el pelo juguetonamente.

Leo se levantó, frunció el ceño y me miró con una expresión que claramente decía "¿qué estás haciendo?", pero luego se detuvo y me regaló una sonrisa cálida. Me abrazó con fuerza, levantándome del suelo.

—Cada vez que te veo, estás más chiquita —dijo, sonriendo mientras me dejaba en el suelo y me pellizcaba la mejilla.

Lo miré con una mezcla de cariño y molestia.

—Déjame tranquila —repliqué, intentando deshacerme de su abrazo.

—¡Mírate, toda una mujercita! —dijo, revolviéndome el pelo con afecto.

—¡Deja de despeinarme! —le reclamé, tratando de arreglar mi cabello.

—Hermanita, ¿así me tratas después de no verme? —dijo, con un tono de queja exagerado.

—No es que no quiera verte —levanté una ceja, sonriendo—, solo que tu te desapareces mucho.

Leo puso los ojos en blanco y me guió hacia el coche.

—Ya, ya, vamos a casa —dijo Leo, abrazándome con un gesto que indicaba que no estaba listo para ir.

No somos de Corea, somos de Latinoamérica. Leo es alto, mide 1.79 metros, con ojos castaños claros que a veces se tornan miel. Su cabello es castaño, lacio y desordenado, con varios mechones que le caen en la frente. Tiene 26 años, la misma edad que Jungkook. Yo soy más pequeña, mido 1.59 metros, con ojos claros como los de Leo, pero mi cabello es castaño oscuro, lacio con ondas al final, que me llega más abajo de los hombros y tengo 20 años. Nos mudamos a Corea porque la familia de papá es coreana. Él se enamoró de una latina, mamá, y aunque vivimos un tiempo fuera, regresamos a Corea cuando éramos chiquitos.

Todo comenzó... Por una relación abierta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora