Newt.
A la mañana siguiente me doy una ducha, y al cabo de un rato me doy otra. Pero no consigo borrar los moratones de mis muñecas y mis piernas, y tampoco el recuerdo que me atormenta.
Ya hay menos gente tirada por los campos. Casi no se ve a nadie.
Las personas son animales, dijo Harley.
Y es cierto. Luthe y los otros dos alimentadores dan prueba de ello, y también el hombre y la mujer que estaban a mi lado y que ni siquiera se dieron cuenta de nada.
Cuando comenzó la época de reproducción, Thomas me besó en el jardín. ¿Fue un beso de verdad, o le habría dado igual besar a cualquier otro chico o chica? Noto que la cara me arde. Aquello fue importante para mí, pero no creo que lo fuese para él.
Por mucho que una epidemia asolara la nave, por mucho que aquel Eldest se viera obligado a imponer unas normas, sigo pensando que el comportamiento durante la época reproductora no es propio de seres humanos. Ha de existir alguna razón que lo provoque, algo en la comida o algún producto químico en el aire, o quizás se trate de una enfermedad que hace que las personas se comporten como animales en celo.
Entonces pienso en el médico. Él tiene que darse cuenta de que no es una conducta normal; seguro que sabe cómo detener lo que impulsa a la gente a adoptar un comportamiento tan primitivo.
Me pongo en pie de un salto y camino decidido hasta la puerta, pero cuando acerco la mano al botón, mis dedos vacilan. Aquí dentro estoy a salvo. Ahí fuera... no.
Pero no pienso quedarme en mi madriguera como un conejo asustado. Si quiero encontrar al médico, es precisamente para demostrar que las personas no son animales. Así que no puedo ocultarme como si fuese uno.
El médico, sin embargo, sí que puede. No está en la tercera planta ni en la cuarta. Una enfermera que me encuentro en el vestíbulo me envía a la segunda.
-Pero está ocupado –dice mientras me alejo.
En la segunda planta hay docenas de mujeres que hacen cola en los pasillos. Algunas llevan puestas batas de hospital y están sentadas junto a las puertas; otras van vestidas con túnicas lisas y pantalones anchos, pero sostienen en la mano las batas perfectamente plegadas y es evidente que están esperando para cambiarse. La planta entera parece la consulta de un ginecólogo. En todas las salas hay camillas con soportes para los pies, y no hay ni una desocupada. Aminoro el paso. ¿Por qué habrá tantas pacientes justo ahora en la consulta del ginecólogo? No pueden pensar que se han quedado embarazadas tan pronto; solo ha pasado un día. Enseguida me digo que no, que no puedo estar tan seguro. En una nave como esta, en la que los teléfonos se instalan en los oídos y una lámina de plástico es un ordenador, quizás no sea tan descabellado que una mujer sepa así de rápido si está embarazada o no.
Las pacientes guardan silencio.
-A la cola –dice una enfermera dándome una bata de hospital.
-Oiga, soy un chico. No necesito esto. Además, solo he venido a ver al médico... -empiezo a decir.
Me doy cuenta de lo absurdo de mi frase: es evidente que todos hemos venido a ver al médico.
-Pero no al ginecólogo –añado, ante la mirada cada vez más impaciente de la enfermera–. Me gustaría hablar con el otro médico, el que está normalmente en la tercera planta.
-Aquí solo hay un médico –contesta ella mientras examina con atención mi pelo rubio y mi tez pálida–. Ah, de modo que no estás aquí por todo ese tema del proceso reproductor –concluye.
-¡Claro que no! ¡Soy un hombre, ¿es que acaso no lo ve?! –exclamo escandalizado. ¿Por quién rayos me toma?
Ella deja escapar un suspiro.
-Acompáñeme.
La enfermera me conduce por el pasillo abriéndose paso entre grupos de mujeres. Muchas levantan la vista y se me quedan mirando con cierta curiosidad. Igual que alguien miraría a una persona rara en el autobús. Ninguna dice nada; tampoco parece que mi presencia las moleste especialmente.
-¿Solo hay un médico para todas estas pacientes? –pregunto.
-Bueno, le ayudamos las auxiliares sanitarias, y varios de los científicos llevan años trabajando a sus órdenes –la enfermera vuelve a suspirar–. Pero Doc no elige a ninguno como aprendiz. Le cuesta mucho confiar en los demás.
Me pregunto qué tiene que ver la confianza con contratar a más gente, pero no tengo tiempo para más preguntas. Mi guía se detiene junto a una puerta abierta y me hace un gesto con la cabeza para que pase. Cuando entro, veo que el médico está junto a la cama, sentado entre dos estribos en los que una paciente desnuda de cintura para abajo apoya los pies. No creo que a la mujer le haga ninguna gracia que yo la vea así.
-¡Ay, perdón! –me tapo los ojos y me doy la vuelta para salir de la consulta. ¿Por qué me habrá dejado entrar la enfermera en medio de una revisión tan íntima y personal?
-No pasa nada –dice el médico–. ¿Para qué necesitas hablar conmigo?
-No creo que ella quiera que yo esté aquí mientras...
-Le da igual. ¿Te importa? –pregunta Doc levantando la vista por encima de las rodillas de la mujer.
-No, claro que no –contesta ella con aire aburrido.
Desde luego, si yo estuviese en el lugar de aquella mujer, estaría pasando una vergüenza espantosa. Pero a ella eso le trae sin cuidado. Me atrevo a abrir los ojos y veo que me observa impertérrita. No parece que mi presencia le incomode en lo más mínimo.
-Yo, esto... -intento no fijarme en lo que Doc está haciendo con ese líquido viscoso y esa cosa de metal que parece un instrumento de tortura–. Quería preguntar acerca de la época de reproducción.
-Ajá –contesta él sin dejar su tarea. ¿No podría parar un momento, por lo menos?
-¿Provoca cambios en las personas? –lo digo de golpe, intentando acabar con esto cuanto antes.
-¿A qué te refieres?
El aparato de metal se le escurre. La mujer hace un gesto de dolor, pero sigue mirando al techo con la mirada perdida, sin decir nada.
La frialdad de sus ojos y la pasividad con la que está ahí tumbada me recuerdan a la forma en que reaccionó aquella pareja cuando los tres hombres me agredieron. Su apatía no era normal, pero tampoco lo es la de esta mujer. Todas las pacientes que he visto en el corredor parecían un poco idas. Estaban sentadas en silencio sin mostrar ninguna impaciencia, con la mirada perdida. Tantas mujeres haciendo cola en la consulta del ginecólogo... No sé, deberían estar charlando, tal vez inquietas o nerviosas. En fin, cualquier otra cosa que no sea estar allí calladas.
-¿Cómo te llamas? –le pregunto a la mujer.
Vuelve la cara hacia mí y me doy cuenta de que, aunque se había olvidado por completo de mi presencia, sigue sin resultarle molesta.
-Filomina –contesta sin alterar la voz, pese a que el médico le está haciendo algo que a mí me pondría los pelos de punta.
-¿Eres feliz? –sé que es una pregunta rara, pero es lo primero que se me pasa por la cabeza.
-No soy infeliz.
-Newt, ¿qué quieres? –me pregunta Doc.
-Casi no parece humana –le respondo–. Usted que es médico... ¿no lo nota? ¡Debería darse cuenta de que no es normal!
-¿A qué te refieres? –pregunta.
La mujer apoya la cabeza en la almohada y clava la mirada en el techo; podría ser un maniquí, si no fuera porque de vez en cuando parpadea.
-Esto –contesto–. Ella.
Doc echa una sustancia gelatinosa sobre la barriga de la mujer y la extiende con una especie de espátula. Al principio me da la impresión de que va a hacerle una ecografía, pero no hay ninguna pantalla en la que pueda aparecer una imagen borrosa en blanco y negro del feto. Sin embargo, el monitor que hay en la parte superior de la espátula emite un pitido.
Estado: nivel hormonal óptimo.
Probabilidad genética de deformidades físicas: media.
Probabilidad genética de deformidades mentales: media-alta.
Influencia de la endogamia en la secuencia genética: alta.
-Bueno, Filomina, parece que estás embarazada –comenta Doc mientras deja el aparato a un lado.
La mujer suspira, satisfecha. Es la única emoción real que ha mostrado en todo el tiempo que llevo ahí.
-¿Cómo lo sabe? –le pregunto.
El médico se gira hacia la mesilla.
-¿El qué? –replica.
-Solo llevan unos cuantos días haciéndolo. ¿No hay que esperar un par de semanas para saber si una mujer está embarazada?
Doc retira la sustancia gelatinosa del vientre de Filomina y luego le frota la piel con algo que huele a alcohol. A continuación se agacha, abre un cajón del armario que hay junto a la cama y saca una jeringuilla tan larga como mi antebrazo. El largo cilindro de cristal está lleno de un líquido ambarino. Junto al émbolo hay una etiqueta; veo que tiene algo escrito, pero estoy demasiado lejos para leerlo.
-Su nivel hormonal indica que tiene bastantes posibilidades de ser fecundada; y si no está embarazada todavía, con esto nos aseguraremos de que lo esté. Esto va a escocerte un poco –añade volviéndose hacia Filomina, a quien no parece importarle.
Se inclina y le clava la aguja en el vientre, me imagino que a la altura del útero.
Doy un paso atrás, horrorizado y con el estómago revuelto. Filomina, por su parte, apenas deja escapar un gemido de dolor. Doc presiona el émbolo e inyecta el líquido ambarino.
-Eso es para modificar al bebé –digo con un susurro casi ahogado.
Él me mira sin soltar la jeringuilla.
-Así crecerá más fuerte y sano.
Se me seca la boca. Es lo mismo que dijo la chica de los conejos sobre las "vacunas".
-¿Por eso todas estas mujeres son tan raras? ¿Porque las modificaron antes de nacer?
-Lo único que he hecho –dice Doc mientras empieza a sacar la aguja del abdomen de Filomina– es añadirle al bebé una secuencia adicional de ADN para que su carga genética, que está debilitada por culpa de la endogamia, pueda rehacerse. No estoy modificando para nada su personalidad.
-Si altera la secuencia, sí.
La aguja ya está afuera. No puedo despegar la mirada de la gotita de sangre que aparece en el lugar de la punción.
El médico tira la jeringuilla a un cubo y se centra por fin en lo que le digo.
-Todo es perfectamente normal, Newt –me dice, poniendo énfasis en cada palabra–. Todo está bien. La gente normal es así.
-Sí, claro –dice Filomina con voz monótona–. Esto es lo normal. Yo soy normal.
Doy un paso atrás y buscó a tientas el pomo de la puerta. Salgo de la habitación y echo a correr por el pasillo. Las mujeres que esperan se me quedan mirando en silencio. Aunque sé que no están pensando en mí, su frialdad me produce un miedo irracional que no puedo explicar.
*Creo que ya pude hacer la dedicación(? <3
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Godspeed: Despierta|Newtmas
FanfictionGodspeed|Fortuna "Eres la pieza de un puzle. Pero puedes decidir no encajar en él." Imagina tener que elegir entre vivir sin tus padres o abandonar toda tu vida en la Tierra para seguirlos. Tratar de encontrarte a ti mismo u ocupar un papel diseñado...