Newt.
Estoy despierto. Pero no me estiro, ni bostezo, ni abro los ojos. No estoy acostumbrado a hacer nada de eso. Ya no. Me quedo tumbado y tomo conciencia de mis sentidos. Huele a humedad. Oigo la respiración regular de alguien dormido. Siento calor, y hasta que no lo pienso dos veces no recuerdo que ya no estoy congelado.
Mi primer pensamiento: ¿Qué parte de los sueños y las pesadillas era real?
Los sueños que tuve mientras estaba congelado se van desvaneciendo hasta convertirse en recuerdos borrosos. ¿De verdad me he pasado tres siglos soñando, o solo lo he hecho durante los escasos minutos entre la descongelación y el despertar definitivo? Tengo la sensación de que los sueños se me han amontonado en la cabeza durante siglos; pero los sueños son así, en ellos el tiempo no es real.
Cuando me quitaron las amígdalas, tuve un montón de sueños llenos de detalles, pero solo pasé alrededor de una hora bajo los efectos de la anestesia. Además, no he podido soñar mientras estaba congelado: es imposible, los sueños no pueden pasar de una neurona congelada a otra.
¿Y qué pasa con esas historias de pacientes que están despiertos durante una operación, cuando se supone que la anestesia debería haberlos dejado fuera de juego?
No. Olvídalo. Eso no es lo mismo. Solo he podido soñar durante ese breve lapso de tiempo en el que mi cuerpo se estaba descongelando pero mi alma aún no había dado ese paso. Si empiezo a pensar en el tiempo (en cuánto ha pasado, en lo consciente que era de su transcurrir), me volveré loco.
Me obligo a abrir los ojos. Si estoy despierto no pueden atormentarme los sueños, ya sean de hace varios siglos o nuevos.
Es como si abriera los párpados por primera vez, y me asombra que hacerlo pueda resultar tan gozoso.
Y entonces me estiro. Los músculos me arden. Noto cómo se tensan: el de la parte baja de la espalda, los de las pantorrillas, los que rodean los codos...
Una manta me resbala por las piernas. Me incorporo y los músculos abdominales tiran de mí hacia delante con gusto. Estoy desnudo de los muslos para abajo, y en la parte de arriba lo único que llevo es una bata de hospital de color azul verdoso, de las que no se cierran por detrás.
Hay un chico sentado junto a la cama. Su respiración es lenta y uniforme, y de vez en cuando deja escapar algún ronquido. Me subo la manta hasta los hombros. Se ha dormido sentado, repantigado en una postura que parece incómoda. Debe de haber estado mirándome. No soporto la idea de que haya estado aquí, despierto y consciente, mientras yo dormía. Me pone los pelos de punta.
Es el mismo chico al que vi cuando desperté dentro del ataúd de cristal. Su cara es tersa, pero tiene los rasgos bien marcados; estoy seguro de que, despierto, no debe parecer tan inocente como cuando duerme. No sabría decir de qué raza es: no es negro, pero tampoco extremadamente blanco como yo, ni asiático. Es irreal. Su piel tiene un color agradable, como el tono que adquiere el café al ser mezclado con la leche... me recuerda al que solía tomar por las mañanas. Su cabello es castaño, casi negro, y su nariz está muy redondeada justo en la punta. Toda esta combinación le da un aspecto digno de confianza, simpático incluso.
-¿Quién eres? -pregunto en voz alta.
Por primera vez desde que desperté de mi sueño de siglos, mi voz no se quiebra; deben de haberme hecho algo en la garganta. Un dolor sordo y punzante me recorre el cuerpo.
El chico da un respingo y, cuando consigue enfocarme, veo en sus ojos una mirada de culpabilidad o de recelo. Parece sorprendido de que le hable, pero es la única persona que hay en la sala.
-Soy... eh... Soy Thomas. Soy el próximo... el próximo líder. De la nave. Yo...
Se levanta, pero al ver que yo me quedo donde estoy, vuelve a sentarse con torpeza.
¿El próximo líder de la nave? ¿Se puede saber por qué necesita la nave un líder?
-¿Dónde estoy?
-En el pabellón -dice, aunque no estoy seguro de haberlo entendido bien. Habla de modo sincopado y cantarín. Su frase suena así: "Nel pabeshón", con un tono musical al final de cada sílaba.
-¿Dónde está el pabellón? -pregunto.
-En el hospital (Nel hojpetal).
Echo un vistazo a mí alrededor. No es lo que me esperaba.
-¿Por qué estoy en un hospital? ¿Qué haces tú aquí?
No presto demasiada atención a lo que me contesta y, de todos modos, no lo entiendo todo. La sala me parece más fría de pronto y me arrebujo en la manta. El chico repite que es el próximo líder, como si eso significase algo. El próximo líder de la nave. Faltaría más. Me fijo un poco más en él: tiene unos hombros anchos y musculosos que se adivinan bajo la túnica amplia. Aunque debe ser de mi edad, es alto. Más alto que yo, desde luego, y unos centímetros más alto que un adulto normal desde donde yo vengo. Anda algo encorvado, eso sí, pero deduzco que se debe a timidez o inseguridad. Su cara me resulta atractiva, con unos ojos almendrados de mirada penetrante. Todo eso le da un aire especial, tanto que no me resulta difícil imaginarlo como el líder de una nave. Como si Dios supiese que ese chico que dice llamarse Thomas, o algo así, estaba destinado a convertirse en un líder de algún tipo, y le hubiera dado la cara y el cuerpo adecuados para ello.
Me giro para posar los pies en el suelo. Está frío, así que levanto las rodillas hasta que me tocan el mentón; tengo cuidado de no destaparme, porque la bata del hospital apenas me cubre.
-¿Cómo es?
-¿Cómo es qué? (¿Comej qué?).
-El planeta nuevo.
Y aunque nunca quise venir, y aunque aborrezco cada momento de los años que he pasado congelado para llegar hasta aquí, mi voz trasluce un respeto que no puedo ocultar. Un planeta nuevo. Por fin hemos llegado a un planeta en el que nunca ha estado ningún ser humano.
El chico se levanta. Es tan alto que no me parece justo llamarlo chico, pero al mismo tiempo tiene cara de niño, como si no hubiese visto ni hecho nada que lo hiciese madurar; los rasgos de su cara no están afilados por la dureza del tiempo. Camina hasta la pared opuesta, dándome la espalda; la habitación parece demasiado pequeña para contenerlo. En cierto modo, me recuerda a Minho. No por su aspecto (este chico tiene la piel más clara que la de él, y también es más ancho desde atrás), sino por su manera de moverse y caminar, como si supiese qué lugar ocupa en el mundo con una certeza absoluta. Se apoya contra la pared, junto a una pieza metálica rectangular. Por los bordes del metal entra la luz; debe de ser una especie de persiana.
-Anojtamoj nel planeta -dice.
No me había dado cuenta de lo confuso que resulta su acento hasta que me ha dado la espalda, ocultándome sus labios sin querer.
-¿Cómo? -pregunto.
Se gira hacia mí. Esta vez, cuando habla, soy capaz de descifrar sus palabras.
-Aún no estamos en el planeta.
-¿Qué... quieres decir?
Un frío de hielo e infierno llena el vacío de mi estómago.
-Nos faltan unos cincuenta años para aterrizar.
-¡¿Cómo?!
-Disculpa: cuarenta y nueve años con doscientos sesenta y seis días.
-¿Y por qué me has despertado tan pronto?
-¡Yo no he sido! -protesta el chico, ruborizándose-. ¡No lo hice yo! ¿Por qué me acusas a mí?
-¡Sólo quiero saber por qué nos han despertado a todos cuarenta y nueve años y no sé cuántos días antes de tiempo! ¿Dónde están mis padres?
El chico baja la vista. Su gesto hace que se revuelva el pozo de hielo en que se ha convertido mi estómago.
-No los han despertado a todos antes de tiempo -contesta; sus ojos me suplican que entienda lo que ha querido decir y que deje de hacer preguntas.
-¿Dónde están mis padres? -repito.
-Están... abajo.
-Quiero ver a mis padres. Quiero hablar con ellos.
-Están...
-¿Qué les ha pasado a mis padres?
-Aún no los han reanimado. Siguen congelados. Ahí abajo siguen todos congelados. Menos tú.
-¿Cuándo despertarán? ¿Cuándo podré verlos?
-¿Quieres que llame a Eldest para que te lo explique? -pregunta el chico acercándose a la puerta.
-¿Qué Eldest? ¿Para que me explique qué?
Estoy gritando, pero me da igual. La manta se me cae de las piernas. Mi cerebro funciona a toda velocidad atando cabos, estrellándose contra las palabras que creo que va a decir el chico, las palabras que temo oír, las palabras que debo oírle pronunciar en voz alta antes de creérmelas.
-Hum... Bueno... No los despertarán hasta que lleguemos.
-Dentro de cincuenta años -digo con voz cansada.
El chico asiente con la cabeza.
-Dentro de cuarenta y nueve años con doscientos sesenta y seis días.
Aunque me he pasado varios años congelado, nunca me había sentido tan solo como ahora al comprender que estoy vivo, consciente y despierto, pero ellos no.
*A estas alturas, juntarse con Newt empezará a dar mala suerte sdfghjkldfghjk Con todo lo malo que le ocurre...
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Godspeed: Despierta|Newtmas
FanfictionGodspeed|Fortuna "Eres la pieza de un puzle. Pero puedes decidir no encajar en él." Imagina tener que elegir entre vivir sin tus padres o abandonar toda tu vida en la Tierra para seguirlos. Tratar de encontrarte a ti mismo u ocupar un papel diseñado...