Capítulo 26- Firework

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El coche se para delante de una casa.

Los recuerdos me vienen con un balde de agua helada.

Cada momento, cada risa. Todo ocurrió en la casa en la que estoy a punto de entrar.

Ni siquiera yo sé por qué desde el primer día que volví, no vine aquí. Pero no puedo mentirme a mí misma. No ahora cuando el nudo de la garganta no quiere aflojarse.

Sé por qué no vine y también sé porque evite a toda costa acercarme siquiera. Me recuerda a mi padre. El padre en el que yo le veía como mi salvador, como mi mundo. No como el padre que me abandonó cuando más le necesitaba. El padre qué, aunque le debería guardar rencor por lo que hizo, no consigo odiarle. Aunque me esfuerce, aunque recuerde las noches llorando bajo las sábanas por su ausencia.

Cojo una bocanada de aire antes de dar el primer paso.

La puerta se abre y una ráfaga de luz hace que entrecierre los ojos instantáneamente. El olor a marisco me hace rugir el estómago, hambrienta.

La primera en recibirnos es Cloe. Todavía lleva el delantal puesto para evitar ensuciar el vestido burdeos que le llega por los tobillos. Nos da un pequeño abrazo de bienvenida antes de voltearse hacía los invitados sorpresa. No puede evitar emoción y va hacía Avril primero. La enfrasca en un abrazo de oso mientras le dice que está guapísima y que le hace mucha ilusión poder volver a verse tras tanto tiempo. A Alex le recibe del mismo modo.

Cuando se separa y les ve cogidos de las manos, ahoga un grito de sorpresa. Les empieza a abochornar con las típicas preguntas de parejas.

Cuando mi abuela cierra la puerta, salimos todos a la terraza. Al primero que veo es a George intentando abrir una botella de vino blanco. Se acerca a mí y me da un suave apretón en la mano. Le devuelvo la sonrisa y hago una inspección en busca de los chicos.

En el momento en el que oigo pasos provenientes de las escaleras, mi móvil vibra. Lo enciendo con el ceño fruncido y me doy cuenta de que es un mensaje.

Celeste: Estoy en la puerta de la casa. ¿Llamo?

Giro la cabeza en dirección a la entrada y voy hacía ella con decisión. Cuando la abro, unos brazos delgados y bronceados me rodean. Me envuelvo con ella con ligereza.

—¡Estás preciosa, hezzi- hezzi!

El apodo me hace agrandar la sonrisa. Le miro de arriba abajo con la boca abierta. Ella sí que está preciosa.

—Pareces una princesa sacada de un cuento de hadas, celeste.

Ella me dedica una sonrisa tímida y da una vueltita alegre. Lleva un vestido de seda, color azul celeste que le hace resaltar su cabello jengibre y las pecas que salpican su rostro.

—Quería darle un poco de vida—me enseña un bolso del mismo color con unas estrellas plateadas.

Le paso un brazo por los hombros invitándola a entrar. No hay ni un alma ni en el salón ni en la cocina, lo que me indica que ya estarán todos reunidos afuera.

Descubro que a Celeste le tiemblan las piernas y las manos. Le froto un brazo haciéndole sentir a gusto.

—Les vas a caer bien.

Ella suelta un suspiro dramático buscando mis ojos.

—Si a mí me has caído genial a la primera de conocerte, a ellos también—le aseguro cuando se muerde la parte interior de la mejilla—. Le vas a maravillar a mi mejor amiga.

—Espero, porque tanto estilo no se le puede enseñar a cualquiera...—bromea calmando su obvio nerviosismo.

Abro la puerta de la terraza y todas las voces se cortan al vernos. Todos, menos mi abuela, se quedan quietos sin esperar esto. O mejor dicho, a mi nueva amiga.

La Voluntad del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora