Capítulo 1- Better Than Revange

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Verano significa libertad, tranquilidad.
Los días se alargan, el sol brilla intensamente desde temprano en la mañana, bañando todo con su luz dorada.

Los sonidos del verano son una mezcla de risas, olas rompiendo en la orilla y el canto de las aves.

Y cuando llegan esas famosas noches de verano donde todo parece encajar a la perfección y se sienten los labios enredados. Parece un cuento de hadas.

Así es como sería un verano perfecto si yo fuera perfecta.

Lástima que yo, lo único que puedo experimentar son esas miguitas de brisa mientras leo un buen libro en la playa o en mi cama.

Y si no, me quedo en una mesa apartada en la famosa librería que me aguarda cada día.

En el fondo sé que no necesito más. Pero a veces siento que algo se me escapa de los dedos, de mis planes habituales.

En verdad, no sé si lo que estoy diciendo concuerda con la que pienso en realidad. Igual es la Coca-Cola que me he tomado nada más levantarme. (Nunca bebáis una Coca-Cola al levantaros, por favor).

El caso es que, ya es agosto. Sí, ¡AGOSTO!

Hace exactamente dos días que ha comenzado y joder, ya me estoy mordiendo las uñas de nuevo. Siempre lo hago cuando estoy nerviosa. No sé ni como consigo andar con la mirada fija en el móvil sin chocarme con nadie.

Hace un calor infernal. Y más si vives en una ciudad como Chicago.

Camino en dirección a la librería para poder conseguir el nuevo libro de una de mis escritoras favoritas. Llevaba todo el verano esperando con ansias que saliera y por fin hoy es el día.

Saco mi pequeño abanico rosa chillón del bolso. Me lo había comprado a principios de verano, cuando avisaron que este sería sin duda uno de los más calurosos. Y debía estar preparada para no morir abrasada.

El aire hace contacto con mi piel, y aunque sigo sudando por todos lados, me conformo.

Odio sudar.

Cruzo por Diversey Parkway. Y debo confesar que no es la calle más tranquila para llegar, pero no hay otra manera más rápida. A sí que con una mueca camino más rápido. Better Than Revange suena en mis auriculares.

Identifico la librería y me adentro a mi "segundo hogar"

Así es como la llamé la primera vez que la pisé. No tenía palabras para expresar lo que me hacía sentir estar rodeada de libros. Era simplemente mi refugio. Donde podía ser yo misma, sin ser juzgada por nadie.

Al llegar, empujo la puerta de madera que emite un suave tintineo al abrirse.

Un aroma familiar a papel y tinta me envuelve de inmediato.

Saludo a Avril nada más entrar. Está trabajando por obligación de sus padres, los cuales les quieren enseñar a mi querida amiga que el dinero hay que ganárselo por uno mismo.

Suerte que si le echan pronto sigue teniendo su preciosa tarjeta, con la que puede comprarse un yate si se lo propone. Y no es ninguna broma.

Me río al verla. Está más dormida que yo en las clases de matemáticas. Y mira que intento prestar atención, pero no son lo mío. Nunca lo han sido.

Dejo mi bolso en el mostrador haciendo que Avril se despierte.

—¡Buenos días! —digo intentando sonar un poco animada.

Mi amiga por su parte no colabora en sonreír ni siquiera.

—Buenos días, serán los tuyos— se queja malhumorada —. Llevo aquí desde las ocho de la mañana y no he hecho otra cosa que revisar todos estos estúpidos correos de gente que no sabe ni como reservar un libro.

Me río sin apartar la mirada de su uniforme. La aludida se da cuenta y resopla.

— Tampoco está tan mal, podría ser peor— es horrible sin duda, pero no quiero darle más motivos para odiar su trabajo, la pobre solo lleva una semana.

—Te agradezco que intentes hacerme sentir mejor, pero seamos sincera Heather, es feísimo. ¡No pega con las nuevas sandalias que me compré ayer! Ves. ¡Mira! — levanta una de sus piernas y la pone encima del mostrador.

Suelto el aire que tenía contenido, reprimiendo una carcajada.

—Sisi, no pegan para nada—le digo siguiendo el hilo de la conversación.

—Dime que no parezco una exagerada. Dímelo por faaaa—ruega

—No lo pareces vril. Ahora ya puedes volver a respirar.

Suelta el aire y baja la pierna.

Me mira por unos segundos antes de sonreír con la sonrisa más dulce que he visto. Me da un pequeño abrazo cariñoso y vuelve a su postura inicial.

— ¿Has venido a verme? —pregunta con una amplia sonrisa.

— No, solo venía coger un libro nuevo que ha llegado—bromeo

Como respuesta, me pone mala cara.

— Y yo que pensaba que me querías y que me ibas a ayudar. Tengo que poner todas estas cajas llenas de libros en las estanterías—dice apenada.

La miro detenidamente antes de responder.

Me encanta mirarla, es guapísima y sus rasgos son increíblemente hermosos. Piel morena, ojos teñidos por un azul que hace que sus pecas resalten aún más. Un precioso cabello dorado con rizos a la altura de sus pechos. Y un tatuaje de un sol en el antebrazo izquierdo.

Vuelvo a la realidad.

—Te puedo ayudar, pero solo si me das uno de esos deliciosos cafés—sé que suena injusto que por todo ese trabajo solo me dé un café, pero de verdad. Merece la pena, tanto que los tiene guardados bajo llave.

Se lo piensa durante unos segundos y accede.

Ha llegado un cliente y a mi amiga le toca atenderlo. Finge una sonrisa para no espantarlo con su mal genio.

Yo por mi parte, empiezo a buscar por las estanterías el libro.
Fantasía... Terror.... Ciencia ficción... Romance, ¡aja! Aquí debe estar.

Me gustan muchos géneros, pero para mí el mejor es el de romance, pero no los de ahora, aunque también me gusten.
Los que admiro con locura son los de época. Donde los personajes masculinos son escritos por mujeres.

La fantasía es mi segundo género favorito y ahí entra el libro que me salvó la vida, literalmente. Alicia en el país de las maravillas, me lo puedo releer un millón de veces y no aburrirme.

Como es tan interesante ver como una niña tiene un viaje astral bajo un árbol...

Avanzo fijándome en cada libro que hay. Me había leído la mayoría de ellos y los recordaba mejor que mi nombre.
Rebusco hasta encontrarlo. Luego lo abrazo contra mi pecho como si se pudiera romper.

Recorro de nuevo todas las estanterías. A estas alturas me sorprende que no me haya perdido todavía. Es como un laberinto. Me siento en la mesa de siempre.

Esa en la que vril y yo hemos compartido momentos. Pero no cualquiera, sino de los que tienes la necesidad de protegerlos, de poder recordarlos cada vez que estés triste. De darte cuenta de que al final del camino está esa persona esperándote.

Mi amiga sigue atendiendo al mismo hombre de hace diez minutos. La cara se le ha teñido de rojo y se ha hecho un moño.

Es gracioso pensar en cómo puedes conocer a una persona en todas sus facetas. Y, aun así, quererla de todos modos.

Para mí nunca ha sido complicado quererla, sin duda es de los apoyos más importantes que tengo.

Suspiro perdida entre mis pensamientos cuando mi atención se centra en la figura que atraviesa la puerta principal.

Un chico bastante alto. Pelo oscuro desordenado y unos ojos verdes preciosos. Tiene algún tatuaje en los brazos y no sé por qué me fijo en ellos. Pero lo hago.

Y joder, se le marcan las venas.

Pasa delante de mí sin mirarme.

El hombre que Avril estaba atendiendo ya no está. Lo ha sustituido por este chico.

Ahora, la cara de mi amiga ha cambiado de la amargura total a la sonrisa más grande del mundo.

¿Sabéis cuando vuestros padres quieren haceros una foto en un lugar" interesante" para el recuerdo y tienes que sonreír como si tu vida dependiera de ello?

Pues esa es la cara que vril tiene en estos momentos. Y juro que mataría por estar ahora mismo en su posición. De ser la amiga guapa y sexy que todos quieren.

Me levanto torpemente para reclamar mi café. Me muero de sed y no creo que aguante mucho tiempo más.

Me pongo de puntillas y apoyo ambos brazos.

— Avril— digo atrayendo su atención—. Dame el café, no puedo leer tranquila cuando mi boca está seca como un desierto.

Mi amiga rueda los ojos y suspira

— No. El trato era que tú, primero me ayudarías con las cajas y luego te daría el café.

— Pero es que necesito concentrarme en el libro y no puedo —insisto.

Se rinde y no le queda de otra que dármelo.

—Gracias—le sonrío.

—Avril—suena por los altavoces—. Necesito que vengas al almacén, debes sacar las cajas que nos acaban de llegar.

Mi amiga resopla una vez más.

—¿Por qué siempre tengo que ser yo? Que le llame a Kevin que lleva cuatro horas sin hacer nada más que limándose las malditas uñas—grita mi amiga.

Kevin se gira en nuestra dirección y le manda una mirada asesina.

—¡Ni siquiera tienes uñas! — le dice Avril.

El chico se limita a sacarle el dedo corazón y sigue con lo suyo.

Avril dirige la mirada hacia el chico. Sí, ese chico que he visto cinco segundos atrás y el cual ahora lucha contra sí mismo para no soltar una carcajada por la escena.

— ¿Podrías esperar dos minutos?

—Si claro, pero tengo un poco de prisa.

La voz. Dios la voz. Su voz.

vril mira por todos lados en busca de ayuda. Pero el único es Kevin.

—Maldita sea— murmura apartándose el flequillo de la cara—. A ver... Si quieres te puede atender mi amiga, no trabajaba aquí, pero conoce este sitio mejor que nadie— me señala.

Entonces, se gira y encuentra mi mirada a medio camino.

En el instante en el que lo hace, el mundo se detiene. Nunca nadie me ha mirado con tanta intensidad. Parece que me desnuda con la mirada.

Se vuelve hacia mi amiga cortando el contacto visual.

—Vale—dice con una sonrisa.

—P-pero yo...

—Heather porfa, solo será un cliente ¿vale? —súplica.

—Está bien— respondo dando la vuelta al mostrador para colocarme frente al él.

Es un poco, demasiado alto.

Y aunque su sonrisa no intimida, su altura sí.

Carraspeo, nerviosa. Esto tiene que salir bien. ¿No es muy difícil atender a alguien verdad?

— Bueno... ¿Qué querías? —le digo intentado no caerme. Mis piernas tiemblan más que un flan.

—La semana pasada, hice un encargo de un vinilo y me dijeron que estaría para esta semana—dice cansado.

Parece que no ha dormido.

Mientras habla me fijo en los anillos que lleva. Amo los anillos y más si un chico los utiliza.

—Mm... Vale. Dime el número del paquete.

Saca el móvil de bolsillo y empieza a teclear hasta encontrarlo.

— Es... 6541322.

Miro a la pantalla del ordenador buscando el pedido.

—Aquí está— le digo con una amplia sonrisa—. Esto tardará unos minutos hasta que salga por el tubo ese.

El chico suelta una carcajada ronca. Los pelos de mis brazos se erizan sin poder evitarlo. Avril vuelve en este instante y me hago a un lado.

—Dios mío, tengo las manos que no las siento. Estúpidas cajas y estúpido Kevin— puntualiza

Le sonrío de lado sin apartar la mirada del ordenador.

Me percato de que el chico me mira fijamente.

—¿Qué es lo que querías? —enfoca su atención en él.

—Un paquete.

—A, si sí. Ya está aquí, dame unos segundos que voy a por él y te lo doy.

— Gracias—dice mientras se pasa las manos por el pelo ordenando un poco ese nido de pájaros.

Avril se vuelve a ir y nos quedamos de nuevo solos.

¿Ahora que se supone que tengo que hacer o decir?

—¿Cómo te llamas? —me pregunta con una sonrisa burlona, apoyándose en el mostrador.

—Heather—digo con la respiración entrecortada.

— Encantada de conocerte, Heather.

Dios mío, mi nombre nunca ha sonado tan bien.

—Soy Jake. —contesta al ver que yo no le voy a preguntar.

—Mucho gusto.

—¡Aquí está! — grita Avril corriendo como una loca.

—Dios santo, la primera vez que te tomas tu trabajo en serio— bromeo

—Ja- ja, Me parto— pone los ojos en blanco.

Jake nos mira como si fuéramos dos niñas pequeñas.

—¿Es la primera vez que vienes por aquí? —le pregunta mi amiga.

— No, he venido muchas veces, lo que pasa es que en verano no suelo venir. — explica el chico con el paquete, ahora entre sus manos.

— Entiendo...—hace una pausa antes de terminar la frase—. Pues vente cuando quieras, aquí nadie te juzga por nada.

Me giro de golpe.

—¿Perdona? ¿Y yo qué? —le espeto.

—Pero es que tú ya estás acostumbrada hezzi- hezzi.

Ay no, dime que no acaba de pronunciar ese estúpido apodo.

—No me puedo creer que acabes de llamarme así— le digo rezando para que la tierra me trague, literalmente.

— Venga hombre, solo es un apodo.

—¿Quieres que te llame yo por tu apodo? — le amenazo.

—Vale, vale, lo retiro.

—Así se me gusta.

—¡Avril, deja de parlotear y atiende a los clientes— grita Charlott, que es la jefa de la librería.

—Voy, voy —dice atropelladamente—. Bueno, pues nada eh, un placer conocerte, chico de la caja— sonríe.

—Lo mismo digo Avril— dice Jake con una pequeña sonrisa.

No me he dado cuenta de que se ha formado una larga fila de gente. Y nosotros somos los culpables.

Me aparto al notar un nuevo cuerpo a mi lado y salgo con mi café. Vuelvo a la mesa y me siento de piernas cruzadas. Doy un sorbito y me relamo los labios. Al hacerlo noto como alguien está arrastrando una silla.

Es Jake.

— ¿Qué lees? — dice sentándose a mi lado.

— Un libro— me giro en redondo hacia él.

— Gracias por ser tan específica — me dice sin soltar esa maldita sonrisa burlona.

—Es un libro nuevo qué ha sacado Rosaline Blanco— le muestro la portada.

—El color de los sentimientos— murmura.

—Así es — digo satisfecha.

—¿Te gusta leer?

—¿A mí? Qué va, odio los libros, no puedo ni verlos— respondo con sarcasmo.

No sé por qué estoy siendo así sinceramente. Aunque creo que lo sé perfectamente. Si me comporto como realmente soy, que no quita que me guste el sarcasmo, no creo que este chico vuelva a hablar conmigo.

¿Aunque, tanto me preocupa no hablar más con él? No lo conozco de nada, pero siento algo en mi interior cada vez que nuestros ojos conectan.

— Una chica con sarcasmo, ya veo...

–Es mi fuente de oro, qué más puedo decir—me encojo de hombros.

Nos quedamos en silencio.

Su mano está muy cera de la mía. Siento la tentación de juntarlas, pero me resisto.

— Ha sido un placer conocerte Heather— dice tras levantarse.

—¿Ya te vas?

—Tengo el paquete que buscaba en mi mano, no tengo nada más que hacer aquí. Aparte, todavía me faltan unos recados por hacer.

Intento ocultar una sonrisa triste.

Entreabro la boca para decir algo, pero me interrumpe.

—¡Heather! —me chilla mi amiga—. Tienes que ayudarme con estas cajas. ¿Recuerdas?

Suspiro pesadamente.

—Parece que tu amiga te necesita. Yo si fuera tú iría ahora, antes de que empiece a pegar a la gente con los libros. —bromea.

—Sí, tienes razón.

—Ya nos veremos Heather—dice.

—Sí, ya nos veremos.

Jake se va alejando camuflándose entre los demás clientes. Se oye la campana. Se ha ido.

Guardo mis cosas para ir a ayudar a Avril.

La Voluntad del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora