Lily's grandmother | J. Potter

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Cada verano o durante las vacaciones navideñas, cuando Lily regresaba a la casa de los Evans, se aseguraba siempre de que el Giratiempo estuviera bien guardado y escondido entre las frondosas ramas del roble centenario que se alzaba majestuoso en el jardín trasero.

Pero fue al final de su cuarto año en Hogwarts cuando todo cambió drásticamente. Petunia había estado tarareando alegremente para sí misma durante todo el trayecto en automóvil desde King's Cross. Lanzaba miradas furtivas y sonrisas burlonas a Lily con una frecuencia inusual, sus ojos azules brillando con un destello de malicia apenas contenida. El sol de la tarde londinense se filtraba por las ventanillas del coche familiar, iluminando el rostro pecoso y los brillantes ojos verde esmeralda de Lily, que se movían inquietos entre el monótono paisaje suburbano y el perfil afilado de su hermana mayor.

Los dedos delgados y pálidos de Lily tamborileaban nerviosamente sobre su regazo, arrugando la falda de cuadros escoceses de color marrón y crema que llevaba puesta. Intentaba con todas sus fuerzas evitar rascar alrededor de sus uñas, un hábito que había desarrollado en momentos de ansiedad, pero finalmente fracasó estrepitosamente cediendo a la tentación. Sus dedos comenzaron a recorrer el contorno de sus cutículas con movimientos rápidos y repetitivos, dejando pequeñas marcas rojizas en su piel.

—¿Qué demonios te pasa? —gruñó Lily finalmente, irritada por las constantes miradas de soslayo de Petunia. Su voz sonó más áspera de lo que pretendía, cargada de frustración acumulada durante el largo viaje en coche desde la estación de King's Cross.—. Has estado mirándome y sonriendo como una lunática todo el trayecto. ¿Se te ha aflojado un tornillo mientras estaba fuera?

Petunia, lejos de inmutarse, ensanchó aún más su sonrisa sardónica. Sus ojos brillaron con burla mientras se giraba en su asiento para enfrentar a su hermana menor.

—Oh... nada en absoluto, querida hermana —se burló con un tono exageradamente dulzón—. ¿Acaso no puedo estar feliz de que hayas vuelto a casa? —hizo una pausa dramática antes de continuar— Después de todo, han sido meses sin verte. Meses de paz y tranquilidad, debo añadir. Sin extrañas lechuzas entrando por la ventana, sin objetos flotando por la casa, sin... anormalidades.

—Podrías fingir un poco mejor —replicó Lily, cruzándose de brazos y clavando sus ojos verdes, intensos como esmeraldas, en los de su hermana—. Te conozco demasiado bien, Tuney. Algo tramas —añadió, entrecerrando los ojos con sospecha—. Si tienes algo que decir, simplemente dilo.

Petunia se limitó a encogerse de hombros, sin perder su sonrisa burlesca. —Todo a su debido tiempo, hermanita.

El énfasis en las últimas palabras hizo que Lily apretara los puños, conteniendo a duras penas una réplica mordaz. Antes de que Lily pudiera replicar y la situación escalara aún más, la voz cansada pero firme de la Sra. Evans intervino desde el asiento del copiloto. La mujer, con el cabello rojo oscuro que Lily había heredado, ahora salpicado de algunas canas prematuras, se giró para mirar a sus hijas.

—Niñas, por favor —dijo, girándose para mirarlas con una expresión que mezclaba exasperación y súplica—. Acabamos de reunirnos después de meses. ¿No podemos tener un viaje agradable sin discusiones?—Su tono se suavizó al dirigirse a su hija menor—. Lily, cariño, cuéntanos sobre tu año escolar. ¿Cómo fueron los exámenes? Estábamos tan emocionados de recibir tus cartas, pero sabes que no es lo mismo que escucharlo directamente de ti.

Lily suspiró profundamente, dejando que la tensión abandonara sus hombros. Volvió su atención hacia la ventana, observando cómo las casas suburbanas idénticas daban paso a calles más familiares. El paisaje de Cokeworth, con sus hileras de casas de ladrillo rojo y sus chimeneas de fábricas en el horizonte, siempre le producía una mezcla de nostalgia y desasosiego. El cielo, de un gris plomizo típico de la región industrial, parecía reflejar su estado de ánimo.