Capítulo 20: Mi pena, mi pesar, mi culpa...

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CAP. 20: MI PENA, MI PESAR, MI CULPA...

Al recuperar la conciencia me percaté que me encontraba en un lugar sombrío y húmedo, como una mazmorra. Estaba prisionera, de eso no cabía duda alguna y ya sabía a quién culpar.

Me dediqué a pensar con claridad y a decidir cuáles serían mis acciones futuras. Fuera lo que fuera, necesitaría todas mis energías y mi concentración absoluta, puesto que el rival era un ser con mucho poder y representaba un peligro inminente.

Antes de siquiera dar un paso más, quise verificar que mi amado esposo y mis seres queridos se encontraran bien. Supuse que la telepatía me será útil. Si lograba hacer todo bien, podría conectarme con la mente de Jarrod y saber lo que pensaba y sentía en ese preciso momento.

Me senté en posición Loto en el suelo de roca y aunque el frío me calaba hasta los huesos, al poco rato logré llevar mi mente a blanco y concentrarme en mis amigos. Sentí como mi ser se separaba de mi ente físico y volaba por entre las capas de piedra y tierra que me tenían cautiva, hasta salir a la superficie y percibir el frescor del aire puro y helado de las montañas. Eso me daba una idea de dónde me encontraba y me ayudaría a ubicar la ruta a casa.

Mientras iba en busca de mi amado, mi conciencia se despertaba al punto de ser capaz de visualizar hechos aislados, pero que no podía discernir si eran acontecimientos pasados, presentes o incluso probabilidades de un futuro próximo.

Comencé a tratar de ordenarlos para procesar el máximo de ellos en mi memoria consciente, ya que tenía certeza de que al volver a mi estado físico normal, mucha de esa información quedaría relegada al olvido y podría incluso obviar algún detalle de suma importancia.

En base a una atracción infundada e inexplicable, pasé por sobre las torres del palacio, que era donde pensé que encontraría a Letos, pero que cuando mi vuelo continuó no entendí hacia donde me dirigía.

Por los colores de las planicies y praderas que seguían después del Palacio de Aeroldia, pude percatarme de que aún era primavera, o al menos de que era primavera; pero no podía estar segura de que fuera esta la misma estación en la que contraje matrimonio, pues no sabía cuánto tiempo me mantuvieron esclavizada.

Sobrevolaba las costas del reino, donde estaba el muelle por el cual desembarqué al llegar y allí había cuatro embarcaciones, pero ninguna de ellas correspondía al Conquistador, nave que conocía a la perfección.

A continuación, las praderas y llanos de las faldas del monte Lujur. El color verde predominante era intenso y de un brillo sin igual, pero al cabo de unos minutos se tiñó de granate y de rojo por todos lados. El cielo azul, puro y despejado, dio lugar a una densa nube negra, de cenizas y hollín. El olor que percibía era nauseabundo. Una mezcla de pólvora, combustión, sangre y carne calcinada.

Mis sentidos se pusieron en alerta, ante la situación que tenía frente a mí. No lograba divisar nada en absoluto, sólo tenía humo y cenizas por doquier. Debía salir de ahí o el olor lograría acabar con mi concentración y mis esfuerzos serían en vano.

Comencé a descender sin saber lo que me esperaba debajo, hasta que no lo vi por mí misma. Era el campo de batalla. La rebelión libraba una de las más encarnizadas batallas contra el ejército de Aeroldia, justo en la entrada a las minas de zafiro del Reino, lo cual representaba un poder económico que podría decidir el desenlace de esta guerra.

De ganar los rebeldes, tendrían el dinero suficiente para la compra de las armas y suministros que necesitaban para vencer, o de lo contrario, si no lograban vencer, sería el principio del fin para la rebelión como tal.

Así de decisiva era la pelea que estaba frente a mí. Entonces comencé a buscar a quien fuera en estos momentos mi razón de vivir, mi amado esposo Jarrod.

Princesa EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora