Capítulo 19: Luchando mis batallas personales...

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CAP. 19: LUCHANDO MIS BATALLAS PERSONALES...

Aun cuando mi corazón se resistía a creerlo, mi cabeza me indicaba que buscar a Kairi no era lo único, ni lo más responsable que tenía por hacer. Había una guerra; que si bien la boda nos marcó una pausa en ella dentro de las paredes del Palacio, la gente seguía muriendo fuera de él.

Mis compañeros de la rebelión habían aguantado ya bastante sin siquiera contactarnos ni a Letos ni a mí, pensando en que yo estaba disfrutando de mis privilegios nupciales; pero ni se imaginaban lo errados que estaban.

Yo sabía que mi responsabilidad era con mi pueblo, pero el amor por mi esposa me estaba impidiendo ser responsable y Letos lo notaba. No había dicho nada, hasta esta mañana, cuando ya se dio cuenta que las cosas estaban bastante mal y nuestra presencia era requerida en el frente.

“Jarrod, – dijo tímida y calmadamente Letos – creo que ya es tiempo de regresar con tus hombres. La rebelión lo está pasando mal; tú lo sabes, necesitan a su líder y guía en estos difíciles momentos. Si volvemos ahora, aún podremos dar vuelta la situación y quizás hasta salir victoriosos.”

Su mirada era confusa. Se mezclaban en sus ojos la certeza de que lo que me decía era cierto y la culpa de tener que ser él quien me hiciera ver que las causas personales no tenían cabida en estos momentos. Él más que nadie sabía lo que significaba Kairi para mí. Había sido testigo de cada paso que hemos dado y de cómo se fue generando esta necesidad del uno por el otro. Él más que nadie sabía lo importante que era para mí también la rebelión. Juntos formamos un batallón desde la nada y pudimos aliar a los más grandes guerreros de los pueblos aledaños y también lejanos, todo para forjar un futuro de paz y de unión entre los reinos del mundo.

Me debatía entre el sentimiento de culpa y traición de abandonar la búsqueda de mi amada y la vergüenza de no ser en esos momentos el líder que mi pueblo necesitaba.

Por primera vez desde hace mucho tiempo; más tiempo del que puedo recordar, no sabía qué hacer. Siempre tuve facilidad en la resolución de problemas y en la toma de decisiones, pero ahora mis intereses personales no me dejaban ver con claridad ni ser objetivo.

Sólo había alguien que podría aconsejarme en este momento; Kairi, pero no estaba conmigo. Seguro ella sabría qué hacer. ¿Cómo puedo recurrir a ella si no está conmigo? Pero al instante respondí a mi pregunta.

No necesitaba que me lo dijera. Ya con todo lo que había logrado conocer a la mujer que desposé, era suficiente para saber que ella asumiría su responsabilidad a lo que diera lugar, sin dejar que sus emociones nublaran su juicio. Estaba seguro de esto, tanto como estaba seguro que el sol saldría cada día por el este, como lo había hecho durante milenios.

No daría lugar a la culpa. Asumiría el papel que le ha sido asignado en forma natural. Ella ante todo era una princesa y no cualquier princesa; una princesa guerrera, que lucharía mil batallas por el bienestar de su pueblo. Esa es la mujer con la que me casé. No podía defraudarla y hacerla sentir decepcionada por seguir tratando de encontrarla, en desmedro de mi pueblo. No es lo que ella querría.

Ahora ya estaba tranquilo y mi convicción volvió totalmente. Ahora sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Y aprovecharé esta nueva fuerza interior para hacer algo que estaba postergando desde hace mucho tiempo.

“Tienes razón, Jarrod. Y te agradezco tu fidelidad y confianza para hacerme ver cuán equivocado estaba. – La cara de Jarrod era de tranquilidad y satisfacción – Pero antes de partir a la batalla, debo hablar con mi padre. Debo tratar de hacerle entender que sus acciones nos están llevando a la muerte y que yo, como líder de la rebelión, no puedo permitir que haya más injusticias y sufrimientos.”

La apacible cara de Jarrod se transformó en un rostro de espanto. Su preocupación estaba presente en su mirada y en su voz quebrada.

“¡¿Estás seguro que quieres hacer eso, Jarrod?! Quizás quieras analizarlo un poco más; recuerda que nuestra principal ofensiva siempre ha sido tener ojos y oídos en el Palacio.”

En eso tenía razón. No podía obviar el hecho de que estar al lado de mi padre y saber con antelación los planes de Aeroldia en contra de la rebelión nos daba tiempo suficiente para poder reaccionar ante estos hechos. Siempre los estábamos esperando; pero, sin embargo, igualmente había muchas bajas en cada uno de estos enfrentamientos.

Ya era hora de que mi padre supiera que su hijo, el heredero al trono, estaba en contra de todas sus acciones maléficas e injustas, que afectaban a los habitantes del reino.

Y con la fuerza que me daba la convicción de mis ideales, me dirigí a paso franco hacia la sala del trono. Letos trataba de persuadirme, pero no puse atención a ninguno de sus argumentos; más bien me preocupaba de generar los míos para presentárselos al rey.

Estando ya fuera de la sala del trono, escuché a mi padre hablando de atrocidades de las que ni siquiera lo imaginé capaz. De matar en forma indiscriminada al primogénito de cada familia que se rehusara a rendir honores y pleitesía al rey de Aeroldia; a las que se rehusaran al pago de los elevados impuestos, que ahora ya les quitaban el dinero que incluso necesitaban para subsistir; a las que no fueran capaces de generar tributos interesantes y acordes al soberano del reino y mil cosas más.

Quien sembraba las ideas era esa voz, que se hacía un poco familiar, pero que desde el otro lado de las puertas no lograba identificar perfectamente bien.

Él asentía y le encontraba toda la razón y estaba molesto de que no se le hubiese ocurrido a él personalmente todo aquello. Letos y yo nos mirábamos horrorizados y entonces me decidí a interrumpir esta interesante charla y saber de una vez por todas quién era el causante de las aberraciones que mi padre estaba cometiendo por todo el reino.

Rápida y hábilmente abrimos las grandes puertas de la Sala del Trono y para nuestra sorpresa, mi padre se encontraba solo en ese tremendo salón vacío. Sus ojos estaban desorbitados y llenos de un brillo maquiavélico debido a que en su imaginación él estaba viendo realizadas cada una de las cosas que pensó.

Jadeaba exaltado y expectante. Su boca botaba babas en forma incontenible, como si se tratara de un perro rabioso. Estaba en un estado casi de trance y no notó nuestra presencia sino hasta que tuve que gritarle, ya que hablarle no era efectivo.

“¡REY ZOAR! – le increpé fuertemente y su mirada se volvió hacia mí – Soy yo, Jarrod, príncipe de Aeroldia y requiero una audiencia inmediata para tratar contigo temas de suma importancia.”

Su atención se debatía entre estar presente y escucharme o fugarse a los mundos paralelos de su imaginación, que cada día se tornaba más obscura y vil. Casi ya no lograba reconocerlo como mi padre.

“Eeeeh… sí, sssí… cómo digas. Pero no quiero hablar ahora – su voz sonaba temblorosa y llena de duda, cosa que nunca antes había sucedido – tengo mucho en qué pensar y y y necesito hacerlo cuanto antes. Ahoraaa a a déjame sólo. ¡GUARDIAS! Muéstrenle a los caballeros laa a salida.”

Los guardias imperiales me miraron con cara de incertidumbre y duda respecto a las órdenes de hacerme abandonar la sala y yo entendí que continuar con esto no era bueno, por lo menos no ahora, pues ellos no sabían cómo reaccionar ni qué hacer. Lo dejaría por el momento, pero más temprano que tarde hablaré con él. Iría donde mi madre, tal vez ella pueda darme una respuesta.

Princesa EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora