Capítulo 6: Una incontrolable necesidad... (parte final)

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Cuando por la ventana vi aparecer los primeros rayos de sol sobre las nevadas cumbres del monte Lujur, me levanté y tomé una ducha. Me vestí con mis mejores vestimentas, pues hoy por la tarde debía regresar a palacio. Supuestamente había salido de cacería nuevamente, pero ya mañana tenía deberes que cumplir. La realeza de Aeroldia debía presentarse ante el pueblo, pues era el día en que conmemorábamos el aniversario de coronación de mi padre, el rey Zoar. No lograba entender cómo pudo cambiar tanto, de ser un padre cariñoso y un rey comprensivo y misericordioso, a ser un gobernante altanero, avaro y lleno de ira, pero ya no había mucho que hacer. Hasta mi madre se rindió creo, pues no podía disimular su tristeza cada vez que le veía.

Fui rumbo a la cocina, con la clara intención de prepararme el desayuno, tratando de mantener el más absoluto silencio, para no despertar a nuestros huéspedes, cuando al llegar me percato que Kairi y Mariah ya casi acababan de comer. Debieron levantarse cuando aún estaba oscuro.

“Buenos días mis distinguidas damas”, dije muy acartonadamente, casi como un saludo obligado. No podía entender el flujo de sentimientos que me invadían con sólo estar cerca de ella. Me era imposible controlar mis emociones, mucho menos podía mantenerme sereno. “Espero que hayan descansado – continué – pues tenemos un tema pendiente que tratar”.

Casi justo al terminar de decir eso, la princesa con la voz tranquila y segura me dio la peor noticia que pude imaginar. Sí, es cierto que estaba dentro de las posibilidades, pero esperaba no enfrentarme a una realidad en dónde ésta fuera la decisión.

“No tenemos nada pendiente, Jarrod. Ya he avisado a Diahrmud, el capitán del “Conquistador” que prepare el navío para marcharnos. Zarparemos en cuanto estén listos, si es que no lo están ya. Debo irme, príncipe; y por lo que tengo entendido, tú también, pues te esperan para las celebraciones de aniversario en Aeroldia. No debes dejar que lo sucedido nuble tu visión y entorpezca tus decisiones. Debes ser muy cuidadoso, pues creo que esta guerra no sólo es entre el Reinato Imperial y la rebelión; mis instintos me dicen que hay alguien más detrás de todo. Mientras no le descubras, mantén tus ojos abiertos. No te preocupes, mi madre siempre me decía, mañana todo mejorará y estoy segura que así será”.

Yo me quedé helado. No podía entender cómo podía dejarme, yo nunca le haría daño. La amaba, sí, la amaba con todas mis fuerzas y era algo que no podía significar tan poco. Yo la besé, nos besamos y sé que ella siente cosas por mí también, me lo dejó claro cuando apasionadamente se apoderó de mis labios. No lo comprendo ¿acaso no significó nada para ella? ¿Será que el haberla besado hizo que ella quiera escapar de mí? ¿Cómo puede no sentir nada en absoluto? Y mientras yo seguía formulándome preguntas que no tienen explicación lógica para mí, Kairi, Mariah y dos marineros que habían venido en su búsqueda preparaban sus caballos para cabalgar hacia el mismo puerto en que habíamos desembarcado un par de días antes.

“¿Al menos me permitirás escoltarte hasta el barco, princesa? No creeré que te vas hasta verte abordar el navío y verlo zarpar” le dije con una amargura demasiado notoria para mi gusto.

“Pues si es lo que quieres príncipe, no me opondré a tus deseos. Puedes cabalgar a mi lado si eso te tranquiliza, pero por favor, prométeme que no intentarás hacerme cambiar de parecer ni me preguntarás nada. Bajo esa condición, estoy de acuerdo que nos acompañes”.

No podía creer la frialdad que irradiaban sus ojos. No había en ellos ni siquiera un mínimo detalle de inseguridad. Ella estaba decidida a irse, pues entonces, no sería yo quien se lo impidiera. Yo mismo se lo había asegurado, no era un rapto y ella podría irse cuando lo estimase conveniente. Bien, responderé a su pregunta entonces.

“No te preocupes princesa Kairi, no intentaré hacerte cambiar de idea, ni tampoco te afligiré con preguntas que no querrás responder, pero iré a tu lado y te escoltaré hasta tu partida”. El dolor que sentía al pronunciar estas palabras no podía ser comparado con nada que haya sentido antes, ni siquiera con aquella herida causada por la estocada de una espada enemiga en mi costado, que casi me costó la muerte. Ahora sentía que estaba muriendo, pero no había nada que pudiera hacer, ella había decidido y por mi honor respetaría su decisión.

Las dos horas de camino al puerto fueron una cabalgata en el más pleno silencio. Aunque no me sentía con ganas de decir nada. Mi corazón estaba partido en mil pedazos y ella ni se inmutaba. Podía ver cómo se miraban largamente con Mariah y por lo que conozco de los estudios arcanos, podría asegurar que iban charlando telepáticamente, pero no podía saberlo.

Llegamos al muelle, Kairi descendió del corcel que la había traído. Caminó hacia mí y cuando bajé yo también de mi caballo ella se me acercó y me habló al oído, asegurándose que solo yo pudiera oírla.

“Ese beso fue mágico también para mí, Jarrod. Pero debo irme, pues no era a esto a lo que yo venía. Mi padre no me envió para que sea parte de una guerra en la que nuestro pueblo no ha entrado, ni mucho menos para ser parte de una rebelión; debes entenderlo. Adiós, príncipe. Y recuerda mañana todo mejorará

Entonces dio media vuelta y camino por el muelle, al embarcar al navío, se dio vuelta y buscó mi mirada. Creí notar el brillo del sol en una lágrima sobre su mejilla, pero no podría asegurarlo, pues la distancia no era menor. Al terminar de embarcar todos, subieron el portalón, soltaron las espías que los amarraban al muelle y zarparon, ayudados de un agradable viento sureste que auguraba buenas noticias y una excelente pesca.

Vi alejarse al “Conquistador” y sentí como si una parte de mí se estuviera alejando con él. Así era, Kairi, la mujer que más amaba en el mundo, se marchaba a bordo de la imponente embarcación y me quedé observando el horizonte hasta que aquel barco ya no era visible.

No pude disimular mi angustia y mi tristeza mientras volvíamos al palacio. Sabía que al llegar debía hacer ver que nada había pasado, pero sería difícil. Algo se me ocurriría, tal vez hacer pensar a todos que estaba un poco enfermo, eso haría que nadie sospechara de mi rostro, asumiendo la enfermedad. Pero eso lo decidiría después. Mientras tanto, seguía cabalgando montaña arriba y sentía las lágrimas caer copiosamente por mi rostro. Nadie dijo nada, ni siquiera Letos, mi fiel amigo; este sentimiento era sólo mío y nadie podría tomar parte de él.

Cuando el sol se ocultaba casi por completo y coloreaba el cielo de anaranjados y púrpuras, divisamos frente a nosotros las puertas del Reinato Imperial de Aeroldia, construidas de oro macizo y que con los matices del atardecer, se tornaban de una belleza aún más extraordinaria, si es que esto era posible. Limpié las lágrimas con el dorso de mi manga y respiré profundo. El gran Príncipe Jarrod haría una nueva entrada triunfal y nadie podría nunca verlo derrotado y sufriendo, mucho menos por un amor no correspondido.

No sabía cómo lo soportaría. En realidad no sabía nada a partir de ahora…

Princesa EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora