Capítulo 44

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ALANA

°•°☆°•°

— ¿Cómo estás? —Fabiana se apoyó en el marco de la puerta.

Aparté la colcha y me encogí de hombros. Llevaban haciéndome esa misma pregunta todo el santo día, era un no parar y cada cinco minutos alguien de mi familia la formulaba. Estaba mal y ya no insistía en decírselo. Lo sabían. Simplemente venían a comprobar que no estaba cometiendo ninguna locura y que aunque estuviera en la absoluta mierda, todavía me quedaban fuerzas para seguir adelante.

— Tirando. Ahora bajo a cenar, dame un momento —vi como mi hermana esbozó una sonrisa y asintió.

No dijo nada más, se marchó y cerró la puerta de mi habitación para darme intimidad. Me tapé la cara y miré al techo, lleno de estrellas que brillaban en la oscuridad, aunque con el paso de los años su función dejó de ser útil. Mi padre insistió en quitarlas, pero me negué. Me traían demasiados recuerdos de cuando jugaba con mis hermanos. Sonreí, mi padre se tomó la molestia de crear en el techo de mi habitación mi propio cielo. En un arrebato cuando tan solo tenía seis años y me encapriché con dormir en el jardín.

Retiré la colcha de mi cuerpo y me senté en el filo de la cama. Llevaba todo el día allí metida, por la mañana me llevaron a la clínica de mi tía para que me curaran la cicatriz y al volver ni siquiera tuve hambre. Mi padre me tuvo que persuadir con pedir pizza a domicilio para que aceptara salir de la cama y bajar a cenar. Me puse las chanclas y agarré una sudadera gris ancha de mi hermano César, que probablemente le cogí un día y no le devolví. Y volverla a ver en mi armario me hizo ilusión, él odiaba que le quitara la ropa y cuando no estaba aprovechaba para cogerla y llevársela de nuevo a su armario. Pero aquella vez no lo hizo. Había cambiado tanto en un año y medio, seguía siendo un adolescente problemático, pero físicamente estaba dando el paso poco a poco a hombre. Se había perforado ambas orejas y también se había hecho el piercing de la nariz y el septum. Estaba irreconocible, más alto y más fuerte. Ya no era mi pequeño hermanito manipulable.

Me recogí el pelo con una pinza y suspiré. El pelo me había crecido demasiado rápido, me caía justo por encima del pecho y se notaba demasiado la raíz, quería quitarme el negro, pero al mismo tiempo no. Estaba hecha una mierda y lo peor de todo es que me di cuenta en casa.

Bajé las escaleras justo cuando el timbre sonó, mi hermano a regañadientes salió a por las pizzas. Me reí, nada había cambiado, todo seguía igual de estable, pero al mismo tiempo se desataba el caos. Habían puesto la mesa en la pequeña terraza acristalada que teníamos en el jardín para los días de lluvia. Estaba decorada con muebles de madera de roble y unas luces súper bonitas que colgaban del techo en forma de estrella. Aquel lugar siempre fue mi favorito. Cogí una manta y me senté en medio de mi madre y de mi padre, desde que llegué no podía estar lejos de ellos en el mismo espacio.

— ¿Has descansado? —mi madre me acarició el pelo y yo asentí.

Tras haberme metido de todo conseguí dormir, mi madre no era partidaria de que tomara pastillas para poder conciliar el sueño, pero no me quedó más remedio. Era eso o pasarme las horas mirando hacia arriba en la oscuridad.

— Sí, quizás ahora me ponga a leer. Dormir durante el día no ha sido muy buena idea —quise reírme, pero no pude.

— Bueno, siempre podemos ver una peli o ver Gossip Girl mientras comemos palomitas —sugirió Fabi con una sonrisa esperanzadora.

ERROR 707 ▪︎ HÉCTOR FORTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora