365 días después él vuelve a su vida arrasándolo todo. Él la metió en aquel mundo tan oscuro, la dejó sola ante el peligro y un año después vuelve, vuelve poniendo su vida patas arriba.
Alana, hija de uno de los futbolistas más famosos del país des...
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— ¿Se va? —preguntó Celsa en cuanto las puertas de la finca se abrieron dando paso a una furgoneta negra con los cristales tintados.
— Sí —respondí con fastidio —. Y no vuelve hasta que vayamos a Monterrey.
— Y, ¿cómo estás? —Julieta acortó la distancia y me abrazó. Estar con ellas fue lo más cercano que estuve de tener amigas —. Llevas todo el día apagada.
— Porque lo estoy —dejé escapar un largo suspiro. No me hacía gracia que Héctor se fuera, a pesar de que nuevamente, las cosas entre nosotros habían cambiado —. Es una sensación súper extraña —comencé a arrancarme la piel de los dedos, solamente lo hacía cuando estaba nerviosa y en aquel momentos, la ansiedad y la desesperación se apoderaron de mí.
— Tiene que ser duro, al menos para ti después de todo lo que habéis vivido. Pero amor, tampoco te martirices con algo que no está en tus manos. Se va, no sabemos si por decisión propia o porque se lo han mandado. No dejes que te afecte, tía —Julieta me dio un beso en la mejilla y me dejé caer en su pecho.
— Lo sé, pero no puedo evitarlo. No puedo obviar las últimas cuarenta y ocho horas, no puedo hacer como si nada hubiera pasado —mi murmuro se perdió flotando en el aire.
Estaba en ese punto en el que prefería no pensar. Dejarlo todo en manos del destino y afrontar mi nueva etapa en aquella finca. Si sobreviví un año sin él, podría hacerlo cuatro meses.
O al menos eso creía.
Me dejé caer en el césped, tumbándome por completo y sintiendo que mi vida estaba cambiando sin ser yo consciente. Porque al final creía tener el control, pero no, perdí el mando de mi vida en cuanto me subí a aquella lancha. Y fueron ellos quienes dominaron mi ser hasta desgastarme.
Héctor.
Allí estaba, plantado sobre el porche de la casa mirando como su padre hablaba con un hombre calvo, fuerte y con gafas. Su carisma vagaba bajo aquellas gafas de sol, hablaba con fluideza con su hermano, se mostró feliz y con ganas. En parte me alegré, pero por otra esperé algo más por su parte que nunca llegó.
Y quizás la culpa fue mía por esperar algo que sabía que no me iba a dar.
Tras nuestro encuentro sexual en la ducha, nos duchamos por separado. A mí me comió la vergüenza, él simplemente obvió la situación. Pidió que nos subieran la cena a la habitación y cenamos en la pequeña terraza mientras él me contaba como Thiago huyó el día de su boda dejando plantada a la chica con la que supuestamente se iba a casar. Cuando Héctor hablaba de su hermano lo hacía desde el cariño, pero también desde la rabia. Thiago y él aparentemente se llevaban bien, pero dentro de aquel mundo les pudo la rivalidad. Los dos quisieron ser la mano derecha de Román y solamente había un puesto. Saber todos los trapos sucios y las debilidades de Thiago me vino bien, Héctor no fue consciente, pero en aquel momento me abrió las puertas al cielo. Cuanta más información en su contra, más posibilidades tenía de salirme con la mía.