365 días después él vuelve a su vida arrasándolo todo. Él la metió en aquel mundo tan oscuro, la dejó sola ante el peligro y un año después vuelve, vuelve poniendo su vida patas arriba.
Alana, hija de uno de los futbolistas más famosos del país des...
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La brisa corría aquella noche mientras sentía que nunca más iba a ser capaz de recuperar mi alma. Dos días habían pasado desde que sucedió el tiroteo y para sorpresa de nadie, me encerré en mi habitación y no salí. Dejé que Iria y Nair estuvieran conmigo, me traían la comida y me refugié en las cuatro paredes de mi habitación. Estando con Héctor en aquella sala llena de pantallas vi como dos hombres caían abatidos sobre el césped. Vi como la bala impactó en su cabeza atravesando el cráneo. Nunca antes había visto morir a alguien y aquello hizo que todo mi cuerpo reaccionara al instante. Acabé vomitando en el suelo, Héctor por suerte se comportó, me guió hasta un pequeño aseo y me sujetó el pelo mientras me vaciaba en el wc. Fue la única vez que no me juzgó, la única vez en la que se comportó, apagó todos y cada uno de los monitores y tras limpiarme la boca sin dejar de mirarme fijamente, me cogió en brazos y volvió a llevarme hasta mi parte de la casa. Me dejó con suavidad en la cama y antes de marcharse me dio un beso en la cabeza.
Durante los dos días siguientes preguntó por mí, Paqui se encargó de hacérmelo saber, agradecí el gesto, pero preferí mantenerlo lejos. Todavía estaba asimilando lo que mis ojos vieron y sabía que aquello pasaba a diario, pero a diferencia de aquel día, no lo había visto hasta entonces. A muy pocos metros de mí se cometían atrocidades, era plenamente consciente, pero nunca vi nada. Me cegaron y me impidieron conocer la realidad y cuando esta asomó por la puerta me dejó desolada.
Nair e Iria descansaban plácidamente sobre mi cama, apenas podía conciliar el sueño. Era cerrar los ojos y ver una y otra vez a aquellos hombres perder la vida. Según pude escuchar, el tiroteo acabó minutos después, los Sandoval se retiraron no sin antes haber dejado un río de sangre. No quise preguntar nada, no quería saber que pasó aquel día. Tuve suficiente al sentir de nuevo el pánico del primer día. Fue como si de repente todo lo que había conseguido superar se hubiera vuelto en mi contra, las inseguridades florecieron y me sentí tan pequeña.
La noche me relajó, mirar al cielo y a las estrellas fue mi momento de paz en un mundo en el que hasta lo más inocente e inofensivo era capaz de desgarrarte el alma. Me levanté del suelo y cerré la puerta del balcón. Me puse una sudadera ancha y salí con sigilo de la habitación. Aquel día no comí nada, se me formó un nudo en el estómago y todo lo que entraba acaba vomitándolo. Mis tripas rugían, el hambre se hizo presente y sentí la necesidad de devorar con todo lo que hubiera en la cocina. Bajé los escalones sintiendo todas las cámaras sobre mí. Fui a sacar el dedo corazón, pero la luz que provenía de la cocina me lo impidió. Fruncí el ceño y caminé de prisa para acabar con la angustia que me provocaba saber que no estaba sola. Solté una bocanada de aire en cuanto vi a Héctor sobre uno de los taburetes jugando con su móvil a ese maldito juego.