Capítulo 71

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HÉCTOR

°•°☆°•°

— Te juro que no sabía qué iban a venir mis hermanos —fue lo primero que me dijo Alana en cuanto tiró de mí y me llevó a su habitación.

— Da igual —la abracé y le di un beso en la cabeza—. Vamos a cenar y ya está. Es muy importante para tu familia y quiero estar aquí contigo.

— Te pido perdón por todo lo que te puedan decir —la vi realmente preocupada—. De verdad, no les hagas caso.

Me reí y negué.

— Tranquila, amor. Todo va a salir bien, además, nunca me ha importado lo que digan los demás de mí —ella asintió dándome la razón.

— Mi madre es muy pesada y mi padre... —no dejé que terminara.

— Conozco a tu madre y sé lo intensa que puede ser y en cuanto a tu padre, bueno creo que me las apañaré —le guiñé el ojo y ella rio.

— Está bien, pero si te sientes incómodo, nos vamos rápidamente. No soporto estar tanto tiempo en familia. Me estresan.

— ¿Dónde quedó la Alana familiar? —arqueé las cejas sorprendido por su confesión.

— Eso me gustaría saber —rodó los ojos.

— Olvídate de todo —agarré su cara con las manos y la besé—. Puedo ganármelos. Confía mí.

— Si confiar en ti, confío. De quien no me fío es de ellos —se cruzó de brazos.

— No —le di un beso corto en los labios— te —y otro beso
— anticipes —y otro.

Bajé las escaleras detrás de Alana, observando cómo su silueta se movía con una elegancia natural que no parecía consciente de sí misma. Me tenía hipnotizado. Habíamos compartido un momento en su habitación que me pareció escaso. Un espacio que parecía ser un refugio para ella y que me había dejado entrever un fragmento más de su esencia, ese enigma que me obsesionaba desde el principio. Pero ahora nos dirigíamos al salón, donde la familia Autrán Grau esperaba, una colección de personajes que parecían sacados de una película de lujo y prestigio siendo los protagonistas de la mayor tragedia jamás contada. No era mi mundo, pero tampoco me intimidaba.

Al llegar, Georgina, su madre, fue la primera en mirarme. Era imposible no sentir cierta admiración hacia ella. Esa mujer me dio más de lo que esperaba recibir, siempre estuvo ahí para mí. Su porte, su forma de hablar, todo en ella gritaba control y éxito. Era una mujer que sabía quién era y que había construido un imperio con esa certeza indudable. Me dirigió una sonrisa cordial, pero medidamente distante, como si estuviera evaluándome, como si aún estuviera decidiendo si valía la pena incluirme, aunque fuera de manera temporal, en ese círculo familiar. No me molestó, al final conocía todo lo que pasó entre su hija y yo. Y por mucho cariño que hubiera tenido en el pasado, la había defraudado. Si algo había aprendido en mi vida era que la gente como Georgina respetaba a los que no se arrodillaban, y yo no pensaba hacerlo. Era una mujer de armas tomar y en parte, un referente.

Diego Autrán, por otro lado, tenía una presencia completamente distinta. Más relajado, más accesible, aunque no por ello menos intimidante y frío. Su nombre aún resonaba en el mundo del fútbol, y su legado como entrenador del Barça lo había convertido en una figura casi mítica. Cuando nuestros ojos se cruzaron, me di cuenta de que él también me estaba analizando, pero no con la misma calma de Georgina. Lo suyo era más directo, más frío, como si quisiera entender qué demonios veía su hija en alguien como yo. No era difícil imaginarlo. Diego estaba acostumbrado a lidiar con egos y personalidades fuertes, pero yo no era ni una estrella de fútbol ni un rival en el campo. Éramos de mundos opuestos, y sin embargo, no aparté la mirada.

ERROR 707 ▪︎ HÉCTOR FORTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora