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Para cualquier artista, siempre existe un riesgo cuando su arte se convierte en un negocio. El verdadero sentido del arte a menudo se deja de lado en favor de la productividad y el arte se convierte en un producto, el producto pierde significado y el artista ya no puede alimentar su alma. Una parte de Fernanda se había marchitado y realmente no había comprendido la profundidad de su desconexión.

Ella había culpado al abismo y al anhelo de no tener control sobre sus elecciones de con quién la veían, qué podía hacer o a quién podía amar. Pensó que Mayte podía llenar ese abismo sola, pero perder la memoria le había mostrado muchas cosas y, a medida que sus recuerdos volvían a su lugar con cada rasgueo de la guitarra barata en el salón de Mayte, su perspectiva había cambiado y su comprensión había aumentado.

Cada minuto que pasaba, Fernanda se había vuelto más clara, no solo sobre quién era y de dónde venía, sino que era algo mucho más profundo que simplemente recordar. Fernanda había reconectado con su esencia de una manera intensa. El sacrificio total por su carrera le había costado mucho, pero ahora era más consciente de sí misma que nunca y eso le permitió ver quién era realmente y lo que estaba extrañando profundamente.

Por primera vez en mucho tiempo Fernanda confió en su intuición, y ahora sabía que tenía que encontrarse a sí misma de nuevo, reconectarse con su arte y con lo que realmente la apasionaba. Tenía que tener el control y dejar de ser un producto al capricho de algún maestro o programa. Las muñecas le habían advertido, habían intentado decirle que se estaba perdiendo a sí misma y que la estaban controlando, pero estaba demasiado involucrada y no podía verlo todo por sí misma. Si bien se había vuelto más consciente de los síntomas y había sentido el dolor, no era totalmente consciente de la causa, pero ahora lo sabía y ya no podía ignorarlo. No podía vivir la mentira ni un minuto más.

—La invitación —su voz había subido una octava y la emoción se apoderó por completo de su comportamiento—. Mayte, ¿dónde está mi mochila?

Mayte salió apresuradamente de la sala de estar; sus pasos resonaban en el silencio de la mañana. Cuando regresó, colocó la mochila frente a Fernanda sin decir palabra. Su sonrisa era cálida y su ansiedad estaba bien disimulada.

Aunque Fernanda estaba segura del recuerdo, necesitaba una confirmación. Encontrar la invitación grabada en relieve validaría sus pensamientos, confirmaría que no se trataba de una broma cruel que su mente le estaba jugando. Rápidamente tiró de la cremallera que abría el compartimento principal de su mochila y rebuscó entre el contenido. Cuando rozó con los dedos el pergamino doblado, su corazón latía con un ritmo diferente. En las profundidades de su mochila estaba la clave que la impulsaba a correr y ahora ese pergamino era todo lo que necesitaba para confirmar que todo lo que se había revelado para ella esa mañana era real.

La vida que recordaba le pesaba en el pecho y le hacía sentir un nudo en el estómago. Sabía que tenía que hacer cambios drásticos para su propio bienestar y supervivencia. Habría consecuencias, cualquier decisión que alterara el curso de su carrera afectaría a los demás. Sabía que la decisión de vivir su vida para sí misma en lugar de para los demás sería un shock y que no iban a ser felices. Sin embargo, Fernanda estaba decidida a recuperar el control.

El camino a seguir no estaba claro, pero lo que sentía por Mayte no se parecía a nada que hubiera experimentado antes, su innegable conexión no podía ser rota por el tiempo o la distancia. En ese momento, no le importaba nada ni nadie más y, sin importar el resultado final de todo esto, sabía con certeza que quería que Maria Teresa Lascurain estuviera a su lado.

Los cálidos ojos color avellana de Mayte la observaban, y la visión de la mujer casi dejó sin aliento a Fernanda. Sabía que había más que decir, más detalles que revelar, pero por ahora lo único que quería hacer era pedirle a Mayte que la acompañara a la boda de su hermana. Sostenía el pergamino en una mano mientras con la otra agarraba la mano de May, sus dedos entrelazados, su pulgar acariciando suavemente la piel suave. Su sonrisa era desenfadada, de alguna manera más amplia y hacía que su hoyuelo se hiciera más profundo.

Mi Primer Amor (Mayfer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora