Capítulo 79

350 38 1
                                    

Te despertaste de golpe, como si hubieras caído desde una gran altura. El aire se sentía denso en tus pulmones, y el sudor frío empapaba tu cuerpo. El sonido de tu respiración entrecortada se mezclaba con el latido frenético de tu corazón mientras intentabas calmarte, la sensación de pavor aún te envolvía como un manto oscuro, dificultando que volvieras a la realidad de tu habitación.
Te costaba diferenciar entre lo que era un sueño y lo que podría haber sido real, te sentías atrapada entre dos mundos, ambos igual de aterradores.
Todo estaba oscuro, pero no era la oscuridad tranquila de la noche, sino una oscuridad opresiva, asfixiante. Los límites de tu habitación parecían distorsionarse, las paredes parecían cerrarse lentamente sobre ti.
No podías respirar, y por un instante, te quedaste congelada, incapaz de moverte, atrapada en el pánico puro.
Intentaste incorporarte, pero tu cuerpo se sentía pesado, como si algo invisible te estuviera atando a la cama. Los recuerdos de la pesadilla, esos fragmentos horribles y distorsionados, seguían grabados en tu mente, vivos, como si fueran más que simples sueños. Las imágenes del agua convertida en sangre, las voces burlonas y crueles, y el espejo que te mostraba rota, destrozada, como si te hubieran desgarrado desde dentro. Todo estaba ahí, acechando en los rincones oscuros de tu mente.
La angustia se transformó en frustración ¿por qué te estaba sucediendo esto? ¿Por qué no podías escapar de esa sensación de ser cazada, de estar atrapada en un ciclo sin fin de terror? Intentaste gritar, pero no salió ningún sonido, solo un jadeo ahogado, como si la misma oscuridad hubiera robado tu voz.
Finalmente, con un esfuerzo que te pareció titánico, lograste sentarte en la cama, tu cabeza daba vueltas y tu visión estaba borrosa. Respiraste hondo, intentando recuperar el control, pero el aire seguía pareciendo insuficiente, como si no pudieras llenarte los pulmones por completo.
Las lágrimas comenzaron a brotar sin que pudieras detenerlas, un torrente de impotencia que te consumía ¿qué te estaba pasando? ¿Por qué te sentías así, tan… Perdida?
Apretaste los puños con fuerza, tan fuerte que las uñas se clavaron en tus palmas, pero el dolor físico no lograba apagar el caos en tu mente.
Miraste a tu alrededor, desesperada por algún indicio de realidad, algo que te anclara, pero todo en la habitación parecía extraño, distorsionado por la luz tenue de la luna que entraba por la ventana. Cada sombra parecía tener vida propia, alargándose y retorciéndose como si quisiera alcanzarte.
Pero algo más te llamó la atención, algo que no debería estar allí. En el borde de la cama, casi fuera de tu vista, una pequeña mancha oscura contrastaba con las sábanas blancas, una mancha que, al examinarla más de cerca, te percataste de su composición, sangre.
Tu respiración se detuvo al ver aquello; la mancha era pequeña, apenas del tamaño de una moneda, pero era suficiente para que el terror volviera a invadirte.

«¿Cómo es posible...?»

Recordaste la pesadilla; la sangre, el espejo roto, tus ropas manchadas. Todo aquello te pareció tan vívido, tan real.
Ahora, esa pequeña gota de sangre era como una evidencia tangible de que lo que habías vivido no había sido solo una pesadilla.
Te miraste las manos, buscaste desesperadamente alguna herida o corte, pero no encontraste nada. No había ninguna explicación lógica para lo que estabas viendo.
En la puerta de tu habitación se oyeron tres suaves golpes para luego abrirse, el ruido te hizo saltar. Sunoo entró en la habitación, con una expresión preocupada en su rostro.

—¿Estás bien? —preguntó, acercándose a ti con cautela —, sentí algo extraño y vine a ver cómo estabas.
—No podía dormir —dijiste, tu voz apenas un susurro. Sunoo asintió comprensivamente.
—Lo sé —respondió él suavemente, acercándose para sentarse a tu lado en el borde de la cama —. ¿Qué ocurrió? Puedes contarme.

Tomaste una profunda respiración, intentando calmar el torrente de emociones que se arremolinaban en tu interior. Las imágenes de la pesadilla seguían vívidas en tu mente, y te costaba encontrar las palabras para describirlas.

—Tuve una pesadilla, pero... Se sintió tan real, Sunoo —empezaste, mirando hacia la ventana, donde las sombras de los árboles danzaban bajo la luz de la luna —. Estaba en un lugar extraño, oscuro. El suelo era agua. Yo... Llevaba un vestido blanco... Tan blanco que parecía fuera de lugar en ese entorno.

Sunoo te escuchaba atentamente, su expresión tranquila te ofrecía un apoyo silencioso.

—Había un gato negro... —dijiste — lo he visto en la mansión...
—Que raro, no hay ninguno rondando los alrededores —respondió Sunoo.
—Y esas voces…

Al intentar recordar los rostros... Se habían borrado, dejando un frustrante vacio de duda.

—¿Que hay de las voces, ___? —te animó a responder Sunoo luego de que te quedaras divagando unos segundos en silencio
por tu mente.
—Yo... No las recuerdo —te sinceraste.
—Esta bien no te preocupes, ya lo lograrás —Sunoo te sonrió calidamente — ¿ocurrió algo más?

Asentiste lentamente.

—Un espejo, yo estaba en él pero a la vez no... Estaba rota... Herida —dijiste, tu voz era sombría, apagada — el espejo de rompió y... El agua en el suelo terminó convirtiéndose en sangre.

Te detuviste, temblando al recordar el reflejo en el espejo, el grito atrapado en tu garganta, el charco de sangre que teñía tu vestido blanco.

—Sunoo... La sabana...

Le señalaste al rubio el lugar dónde yacía el punto carmesí, seguía allí. Te volteaste a ver a Sunoo quién se mostró confuso al ver la extraña mancha.

—___ no te preocupes, puede que te hayas rasguñado mientras soñabas —trató de calmarte — lo importante es que estás a salvo.

Sunoo colocó una mano suave sobre la tuya, dándote una reconfortante sensación de seguridad.

—Esa visión… —susurraste — no sé qué significa, pero tengo miedo.¿Qué si… qué si es una advertencia? ¿Qué si… Soy yo la que está rota?

Sunoo se inclinó hacia ti, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y compasión.

—No estás rota —dijo, su voz fue tan segura que casi creíste en sus palabras — lo que viste, lo que escuchaste, puede ser un reflejo de tus miedos más profundos, pero no define quién eres.

Tomó tus manos entre las suyas, apretándolas con gentileza.

—Estas pesadillas… —continuó — pueden ser un eco de lo que llevas dentro, de lo que temes o de lo que te atormenta, pero no estás sola. Estoy aquí contigo y si hay algo oscuro acechando, lo enfrentaremos juntos.

Sus palabras, aunque reconfortantes, no lograron disipar por completo la inquietud que sentías, pero te dieron algo que necesitabas desesperadamente: un ancla, una razón para no hundirte en el abismo de tus propias inseguridades.

—Gracias, Sunoo —susurraste, sintiéndote un poco más tranquila al estar en su presencia.

Sunoo te ofreció una suave sonrisa, una que iluminaba su rostro y de alguna manera lograba calmar las aguas turbulentas de tu mente.

—Descansare aquí esta noche, si lo deseas —dijo él — no te dejaré sola.
—Si... Por favor... —susurraste.

Sunoo te ayudó a recostarte de nuevo en la cama, acomodando las mantas a tu alrededor con cuidado. Podías sentir su preocupación a través de cada movimiento, y aunque algo en el fondo de tu mente te decía que debías seguir cuestionando lo que había pasado, el cansancio era demasiado abrumador.
Tus párpados comenzaron a cerrarse lentamente, y la oscuridad volvió a reclamarte, aunque esta vez no con la brutalidad de antes, sino con la promesa de un sueño reparador.
Sunoo se quedó contigo, velando tu sueño, asegurándose de que no volvieras a ese lugar, pero mientras tus pensamientos se desvanecían en la inconsciencia, un pequeño eco de las voces que habías escuchado en tu pesadilla resonó en lo más profundo de tu mente, una advertencia que no podías ignorar.

«Eres una droga que nos está matando…»


𝕸𝖔𝖔𝖓𝖘𝖙𝖗𝖚𝖈𝖐 - 𝕰𝖓𝖍𝖞𝖕𝖊𝖓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora