Capitulo 97: --:--

174 27 3
                                    

El frío de la oscuridad se había vuelto una constante en tu mente. Todo a tu alrededor era negro, como si la nada misma se hubiera apoderado de cada rincón de tu ser. Tu cuerpo, aunque aparentemente presente, no respondía. Era como si estuvieras atrapada en un sueño profundo, ajena a lo que ocurría en el exterior, incapaz de despertar.
El suelo bajo tus pies parecía no tener solidez, solo un charco de agua que apenas rozaba la punta de tus dedos. Húmedo y frío.
No sentías dolor físico, pero había algo más profundo que dolía. Era una sensación que te invadía lentamente, como si llevaras demasiado tiempo enferma, como si tu cuerpo y mente hubieran sido consumidos por una fiebre que no podías controlar. A cada respiro, sentías cómo el aire se enredaba en tu garganta, forzándote a inhalar de manera errática, como si cada respiración fuera un esfuerzo titánico. El pánico comenzaba a tomar control, y aunque tratabas de calmarte, de regular tu respiración, todo parecía inútil.
No podías moverte.
No podías gritar.
Estabas completamente atrapada.
Tu mirada se perdió en la lejanía de esa oscuridad sin fin, buscando alguna señal, algún indicio de que no estabas completamente sola. Pero lo único que se reveló ante tus ojos fue algo mucho más aterrador.
A lo lejos, en las profundidades de aquel vacío oscuro, una nube, una bruma densa se acercaba con una rapidez aterradora. A medida que avanzaba, parecía devorar lo poco que quedaba de aquel oscuro lugar. La nube tenía una fuerte presencia, como si cargara consigo un hambre insaciable, una necesidad de consumir todo a su paso.
Tu corazón comenzó a latir más rápido. Intentaste moverte, pero tu cuerpo seguía paralizado. Sentías cómo el pánico te invadía por completo, el sudor frío recorriendo tu frente mientras la bruma se acercaba más y más. La desesperación te envolvió como una niebla, y aunque sabías que no había escapatoria, el miedo de lo desconocido era abrumador.
Quisiste gritar, pero no había sonido. Tu garganta estaba seca, cerrada. No podías hacer nada más que mirar mientras la nube se cernía sobre ti, más cerca con cada segundo que pasaba, como si fuera a engullirte en su oscuridad.
Tu mente te traicionó, llevándote a creer que ese sería tu fin. Cerraste los ojos con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas de impotencia caían por tus mejillas. El frío era lo único que podías sentir ahora, y aunque todo en ti quería resistir, querías luchar, tu cuerpo simplemente no respondía. La nube se abalanzó sobre ti, y por un instante, la certeza de tu muerte se hizo tangible. Aceptaste tu destino, dejando que el miedo se disolviera en una fría resignación.
Sin embargo, el impacto que esperabas nunca llegó.
En cambio, algo cálido rozó tu mano. Era un contacto suave, apenas perceptible al principio, pero suficiente para llamar tu atención. El miedo en tu pecho se hizo a un lado, reemplazado por la confusión y por una extraña y repentina calma.
Abriendo lentamente los ojos, te encontraste en el mismo oscuro vacío, pero algo había cambiado. La bruma que antes amenazaba con devorarte se había detenido, flotando a una distancia prudente, como si algo la hubiera contenido.
Miraste hacia abajo, y fue entonces cuando lo viste. Una pequeña mano sostenía la tuya con una delicadeza que te sorprendió.
Seguiste la línea de su brazo hasta encontrarte con el rostro de una niña. Debía tener alrededor de seis años, su piel era suave y blanca como la nieve que soltaba un leve resplandor angelical. Sus grandes ojos te miraban con una calma inquietante, con preocupación, como si supiera exactamente lo que estaba pasando y, al mismo tiempo, como si fuera completamente ajena a la situación.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó con curiosidad.

Su aniñada voz no fué suficiente para sacarte del shock y el silencio que siguió fué ensordecedor. Su presencia era reconfortante y a pesar de lo que acababas de experimentar, sentiste que el miedo comenzaba a disiparse lentamente, reemplazado por una sensación de profunda paz.

—¿Tu... Quién eres? —lograste susurrar, tu voz sonaba débil, apenas un eco en el vacío.

La niña no respondió de inmediato. En cambio, te miró con una expresión serena, sus ojos grandes y oscuros parecían saber demasiado, como si a su corta edad, la vida le hubiese enseñado muchas cosas. Su pequeña mano apretó la tuya con más fuerza, y fue en ese momento cuando te diste cuenta de algo aún más sorprendente: habías recuperado el control sobre tu cuerpo. Aunque tus movimientos aún eran lentos y torpes, podías sentir cómo tus piernas y brazos comenzaban a responder nuevamente.
La niña inclinó la cabeza levemente, como si estuviera considerando tu pregunta. Luego, con una voz suave y casi etérea, finalmente habló.

—___ tu no perteneces aquí... —dijo, su voz sonaba como un susurro entre las sombras — ¿lo olvidaste?

Su voz era extraña, y aunque sonaba dulce, había algo en ella que te resultaba muy familiar, pero no podías ubicar exactamente qué. La miraste con más detenimiento, buscando alguna pista en su rostro. Había algo en sus ojos, en la manera en que te miraba, que te hacía sentir que esta niña no era una simple aparición. Había algo mucho más profundo, más íntimo en su presencia.

—¿Que te ha pasado? Tú no eres así...
—Yo... No sé que ha pasado...

La niña soltó una pequeña risa, un sonido tan inesperado en medio de tanta oscuridad que te estremeció.

—Estás en lo más profundo de tu mente. Este lugar… —la niña hizo un gesto con la mano, indicando el oscuro paisaje a su alrededor —, es solo un reflejo de lo que estás sintiendo. Es por eso que está tan oscuro.

Sus palabras flotaron en el aire, y aunque su tono era inocente, su mensaje era claro. Estabas atrapada en tu propio subconsciente, en un lugar construido por tus propios miedos y dudas. Eso explicaba el frío, la parálisis, la bruma. Todo era una manifestación de lo que estabas experimentando, de la lucha interna que librabas en lo más profundo de tu ser.
La niña notó tu silencio y, como si pudiera leer tus pensamientos, añadió:

—No estás sola ___, yo estoy aquí, siempre he estado aquí —dijo — ¡te he extrañado mucho! ¿tú me has extrañado a mí?

Su declaración te dejó atónita. ¿Siempre? ¿Qué quería decir con eso? ¿Quién era ella realmente? Las preguntas comenzaron a acumularse en tu mente, pero antes de que pudieras formular otra, la niña apretó tu mano con más firmeza y comenzó a caminar, tirando suavemente de ti.

—¡Sígueme, quiero que mostrarte algo! —dijo alegremente.

𝕸𝖔𝖔𝖓𝖘𝖙𝖗𝖚𝖈𝖐 - 𝕰𝖓𝖍𝖞𝖕𝖊𝖓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora