Ensayo: El Arte de Mis Manos (Correa, 2019)
Ella era mi madre, mi amiga y mi guía. Sus manos hablaban de formas que yo nunca podría explicar, hasta que ella comenzó a aprender el lenguaje de señas y descubrí lo que realmente podía significar la comunicación no verbal. Mi madre era una mujer con un corazón enorme y siempre estaba buscando nuevas maneras de conectarse con las personas en su vida. Su interés en el lenguaje de señas comenzó como una simple curiosidad, pero rápidamente se convirtió en una pasión. Yo vi la dedicación con la que se entregaba a aprender. Se veía en la manera en que movía sus manos, como si cada movimiento fuera una nota en una melodía que ella estaba aprendiendo a tocar. Cada conversación que teníamos se volvió más fluida y profunda, como si pudiéramos comunicarnos de maneras que nunca antes habíamos explorado.
I
Las noches se hacían eternas, los días pasaba como hojas de un libro desencuadernado, o dicho de la mejor forma metafórica: como las hojas arrancadas de un calendario antiguo.
Mi madre antes de entrar al mundo de la costura, era una excelente maestra de básica y secundaria... A pesar de solamente estudiar la mitad de su carrera universitaria, tenía la vocación para atender de 30 hasta 45 estudiantes encerrados en un aula de clases. Era como si los hipnotizara a todos de menor a mayor y ordenados en escala de Mal carácter; se trataba de una simpatía natural, que brotaba espontáneamente entre dos personas, lo cual antes de encontrarse preexistía entre las generaciones pasadas y presentes.
Aquella fuerza tan simpatizante era fácil de percibirla, pero difícil de expresarla... Cómo se ve, se trata de fuerzas subjetivas, de carácter emocional que esconden raíces en el subconsciente emocional.
El salón de clases se encuentra en silencio, una sala vacía de alumnos y ruidos. Aunque no hay alumnos, su alma aún vibra con la pasión y el compromiso de la madre. Las sillas están empujadas hacia atrás, los libros guardados a la espera de ser tocados por las manos ansiosas de sus estudiantes. En la cima de su escritorio, los materiales de aprendizaje, las listas de palabras, las hojas de papel, guardan pacientemente para su próximo uso. La ventana está abierta, y un suave viento toca las páginas de los libros y los cuadernos, como si estuvieran respirando en espera de la vida que volverá a llenar las paredes del salón de clases.
Así eran las aulas de la escuela José Rafael Pocaterra, el nombre de un afamado e incomprendido escritor de secundaria, el cual fue exiliado de su país natal y encerrado tras unas rejas; durante toda su vida decidió escribir y escribir sus vivencias camufladas detrás de cuentos para niños... De esta manera nacieron sus famosos Cuentos Grotescos, libro cuya lectura es obligatoria en la educación de hoy día.
Si mal no recuerdo, eran tres niños muditos; era como si la fotocopiadora hubiera realizado por escáner tres enanitos de Blancanieves en orden de edad y de tamaño. Uno se llamaba Eduardo, el otro se llamaba Carlitos, y el último, cabizbajo y con mirada de pocos amigos se llamaba Federico.
¿Federico?
Si, se llamaba igual que el galán de las Telenovelas de las 2pm.
De Los tres mosqueteros este último fue el que más quebraderos de cabeza le causó a mi madre. Era muy altanero, grosero, de palabras nauseabundas y malintencionadas. Sus padres eran muy ricos, tan ricos que solamente trabajaban y no se ocupaban de su hijo, el cual ni cuenta se daba ya que sufría del trastorno del espectro autista.
Federico era un niño de 6 años, pero parecía más viejo por la tristeza y la amargura que veteaba su semblante. Él era un niño autista que se sentía desconcertado por el mundo a su alrededor, desde el bullicio del patio de recreo a los tonos apagados de su madre. ¡Sus ojos brillaban con una intensidad de furia, que parecía como si estuvieran alimentados por la frustración! Cuando se enojaba, su reacción era encaprichada y el tono de su voz convertía la concordia en un desafío. Era un niño solitario, y aunque era inteligente y creativo, sus puntos se ocultaban detrás de un muro de resentimiento. Sus dificultades para comunicarse y conectarse con el mundo lo dejaron herido y resquebrajado. Sin embargo, en sus ojos hay un destello de esperanza, como si hubiera una chispa de comprensión que guarda para ser encendida. Con el tiempo y paciencia, esperaba que Federico fuera capaz de encontrar su lugar en el mundo y desarrollar una hermosa relación con el mismo.
Pero estoy no iba a ser tan fácil.
II
Siguiendo la hilera nos encontramos a Carlitos. Este niñito era el culpable de los extravíos de materiales en el salón. Tenía una manía de guardar en su bolso las cosas que no le pertenecían; desde lápices a borradores, y de sacapuntas hasta cuadernos, su faena no terminaba nunca.
Las características de sus impulsos eran la sorpresa de una violencia que fue encerrada en una licuadora: vivió atento en este aspecto de su vida, a tal manera de que esa franja de su personalidad era el de una conciencia negruzca y marchita. Sin embargo, era un buen muchacho, y estaba a tiempo de ser corregido.
Ya me imagino una pequeña crónica publicada en el periódico unos años más adelante:
Carlitos era un muchacho de 14 años, pequeño de tamaño y enorme de corazón. Pero su corazón llevaba unas manchas de traición y mañas. Haciendo uso de sus habilidades de súper escape y manos veloces, el muchacho era un ladrón experto. Sus dedos se movían como un héroe de DC robando billeteras y celulares en el metro, o más rápido que el rayo, arrebatando joyas de los escaparates de la avenida principal. Algunos le llamaban el "ratón" por su rapidez, pero él prefería el título de "Robin Hood", robando a los ricos y regalando a los pobres.
Sus crímenes eran atrevidos y estúpidos, pero él disfrutaba de ellos como un bebé jugando con arena. Sin embargo, detrás de esa Mirada astuta y ese misterioso plan, Carlitos tenía una triste historia. Su familia estaba rota, y la pobreza le había robado su inocencia de joven. Sólo buscaba aprobación y un sentido de pertenencia, y con cada rasgón de su bolsillo, le alimentaba una fantasía de grandeza.
Carlitos era un pequeño rebelde sin causa, pero su corazón estaba lleno de esperanza y de vida. Como un niño, jugaba con su vida como si fuera un juego de pelota, pero más adelante descubrió que las consecuencias eran más terribles de lo que había imaginado. ¿Podría Carlitos encontrar una manera de encontrar su camino sin metros en problemas? ¿Podría su triste historia y su espíritu indomable darle la fortaleza que necesitaba para cambiar? O quizás, Carlitos quedaría atrapado por siempre en su mundo criminal, como un ratón corriendo desesperadamente por su queso . El futuro de Carlitos, como su pasado, estaba lleno de incertidumbre y peligro.
No nos hagamos una película en nuestras cabezas. Estamos haciendo una tormenta en un vaso de agua, apenas está dando sus primeros pasos por el mundo y ya lo estamos encerrando tras las rejas. Recuerden que son niños y y al reprenderlos tendrán algo de moralidad.
A pesar de su vida de delincuencia, Carlitos era un niño adorable. Tenía un rostro con una sonrisa sin malicia y una gran peluca de rizos negros que le cubrían los ojos. Sus risas y bromas con sus amigos eran contagiosas, y su desenfado y optimismo eran algo que hacían que Carlitos pareciera vivir en un mundo en el que los problemas no existían. Parecía como si él fuera hecho de rayos de sol, sonrisas y aventuras, y su júbilo era un regalo que hacía parecer mejor al mundo. Si uno pudiera ver pasado sus crímenes, Carlitos sería un niño hermoso y adorable del montón, que solamente necesitaba encontrar un mejor camino hacia el futuro.
Solo nos falta hablar de uno, Pero lo dejaremos para después. Tengo sueño, ya es casi medianoche y tengo que ver cómo mi mamá cose con su nueva máquina.
¿Quieren ver?
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Rosas Rojas, Mi Alma Entera
أدب المراهقينTener 18 no es nada del otro mundo, y regalar una rosa roja tampoco lo es; es algo irónico celebrar un año más de vida cuando en realidad nos estamos acercando más a la muerte... ¿No Creen? Federico García es un chicuelo de muy tierna edad, el cual...